Tengo la impresión de que los aficionados al rock nos ponemos de acuerdo con más facilidad cuando hablamos de música que cuando hablamos de letras. Ustedes prueben a decir a sus amistades quién es su letrista favorito en castellano y verán: lo más probable es que sus colegas se carcajeen de forma explosiva, emitiendo incluso proyectiles de saliva, y les repliquen que ese artista concreto es un pedante, un cursi o un indocumentado. ¿Santiago Auserón? No hay dios que entienda lo que quiere decir. ¿Corcobado? Venga ya, ése es el de «sangre de perro en el champán». ¿Bunbury? Bah, pretensiones de uñitas pintadas. ¿Josele Santiago? Un par buenas y el resto, balbuceos de borrachuzo. Y así, como decía un profesor de mi instituto, sucesiva e indefinidamente, incluso sin meternos a defender plazas tan frágiles como las canciones de Family y otros hipersensibles.

Así que me da un poco de miedo decir que mi letrista preferido del rock español es Fernando Alfaro, y que estoy alegre como un cascabel ante la perspectiva de ver mañana en el Wintercase a los Surfin’ Bichos, embarcados en una breve resurrección. Sé que la lírica de este hombre tiende al tremendismo y que su aire bíblico puede resultar cargante, pero a mí me encanta desde las primeras canciones del grupo, como ‘Gente abollada’ o ‘¿Amas lo desconocido?’, hasta las últimas, como ‘Comida china y subfusiles’ o esa maravilla de ‘El final de una quimera’. Chucho, su proyecto posterior, nunca ha llegado a llenarme de igual manera, aunque creo que Alfaro alcanzó ahí su cumbre poética con ‘Un ángel turbio’, el retrato de un ángel contaminado de humanidad. ¿Cómo? ¿Que a ustedes les parece un redicho y un hueco? Pues nada, díganme quién es su favorito en un comentario y así me río yo también.