La revista británica The Wire viene a ser la biblia de las músicas más aventuradas. Esta categoría tan abierta incluye cosas muy interesantes (lo más convencional serían grupos de rock como The Fall, Earth o los Boredoms, además del jazz, que era el asunto original de la publicación), pero también muchos pestiños pretenciosos que necesitan justificación extramusical: ya saben, ‘he grabado cincuenta minutos de mi abuelo roncando para reflejar la imposibilidad de que lo orgánico se repita exactamente a sí mismo’ o ‘esta composición de tres horas para gong solo, repartida en dos cedés, es una trasposición imaginaria del libro perdido de Confucio sobre la música’. Aun con estos excesos, o defectos, The Wire suele ser una lectura iluminadora de la que, desde luego, los críticos del Rockdelux obtienen gran aprovechamiento.

Pues bien, en su número de mayo, la revista dedica una página enterita a un bilbaíno, que supongo yo que es un hecho sin precedentes. Se trata de Mattin, un improvisador que ha explorado los ásperos territorios del ruido extremo, ha colaborado con unas cuantas luminarias de los sonidos vanguardistas (entre ellos, Dios mío, un componente de los bárbaros japoneses Hijokaidan, famosos por orinar en el escenario) y ha formado el grupo de rock Billy Bao, también más estruendoso que otra cosa. A mí el noise me divierte y me produce una paradójica calma mental, sobre todo en directo, pero me suele dar pereza que le busquen sustento teórico. Y tengo la impresión de que Mattin se debate de forma un poco esquizofrénica entre el mero disfrute y la intelectualización: en esta entrevista que le hicieron desde Ucrania, se refiere al ‘Funhouse’ de los Stooges como su disco favorito -¡coincidimos!-, pero a la vez no duda en citar a figurones de la talla de Deleuze o Debord. Yo que ustedes, me olvidaría de las alforjas académicas y echaría un vistazo a su página, donde pueden descargarse toneladas de material -eso sí, en formato ogg- para destrozarse los tímpanos a gusto.