Los vegetarianos que conozco son gente muy respetable pero sin demasiado mérito, porque les gustan más las espinacas y el calabacín que el morcón ibérico o el entrecot sangrante. Sucede igual que con los católicos que, en día de vigilia, arrinconan la carne y se zampan un suculento rape al horno: vale, cumplen la norma, pero tampoco se puede decir que hagan un gran sacrificio. Algunos de los vegetarianos de mi entorno vivirían un drama si les obligasen a ingerir unas morcillas o unas manitas a la vizcaína, pero su mal rato no sería por el difunto marrano del que proceden esos manjares, sino por sí mismos.
Esta introducción, que quizá sólo sea un desahogo de mi mala conciencia por mi irredento carnivorismo, viene traída por los pelos para hablar sobre los premios al vegetariano más sexy que organiza cada año la organización PETA, que ya saben que no tiene nada que ver con el fumeque sino con el trato ético a los animales. En ediciones anteriores han ganado bellas personas como Natalie Portman -a veces, la transformación de fibras vegetales en carne animal sale así de bien-, Chris Martin o Shania Twin, y este año tienen un montón de aspirantes, incluido Bunbury, por los que se puede votar en esta página. Yo he participado con un poco de miedo, por si saltaba una alarma detectora de omnívoros infiltrados, pero no ha pasado nada: Chelsea Clinton y el popular cantante Juan Gabriel (recuérdenlo aquí) ya tienen un votito más.