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Regurgitando melodías

En esta época de estilos regurgitados después de veintitantos años de digestión, me van a perdonar que los discos nuevos que más estoy escuchando no sean muy originales. Bueno, algunos de ellos no son nada originales, podrían llevar en mi colección desde principios de los ochenta, porque no añaden ni media gotita de creatividad a lo que ya se hizo entonces. Para colmo, de todos los grupos iguales a otros grupos que salen a la luz últimamente -algunos, como The Bravery, incluso calcan a referentes tan cercanos como los Strokes-, mi ruleta de la fortuna personal se ha parado en She Wants Revenge, a quienes seguramente corresponde el honor de ser los más fotocopiadores del lote. Estos dos personajes de Los Ángeles deben de llevar un par de décadas sometidos a una estricta dieta musical, con Joy Division de primer plato y Depeche Mode de segundo, y en las fiestas de guardar se dan un banquete con todos los grupos centroeuropeos de la época que imitaban a Joy Division y Depeche Mode, porque a eso es a lo que más se parecen. Ya sé que convierten a Interpol en grandes innovadores, pero a mí me gustan: los vicios son así. Aquí tienen (al menos, por ahora) tres cancioncitas para catar.

Mi segundo álbum favorito de las últimas semanas obliga a remontarse aún más, hasta principios de los setenta, y se alinea en la otra gran moda de nuestros días, los cantautores más o menos folkies. El éxito de Devendra Banhart y sus amiguetes ha desempolvado muchas guitarras acústicas, pero también muchos discos perdidos de artistas olvidados de los sesenta y los setenta como Judee Sill, Linda Perhacs, Vashti Bunyan, Roger Rodier o Simon Finn. La mayoría está muy bien -no lo tengo tan claro con los contemporáneos-, pero el caso más alucinante es el de Sibylle Baier, una alemana que grabó unas cintas entre 1970 y 1973, cantando bajito para no despertar a la familia, y las dejó tiradas por casa hasta… 2005. El disco es tan bueno que hace pensar si no serán mentira esta historia y estas fotos borrosas, si no se tratará de una especie de falso documental, pero tampoco importa tanto. Imaginen a Leonard Cohen con la voz de Nico y se harán una idea. O, mejor, prueben aquí.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


abril 2006
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