Vengo de pasar tres noches en Londres y, como de costumbre, me ha asombrado la presencia habitual del rock -y de la música moderna en general- en los programas de televisión. El jueves, me dormí después de ver una entrevista a Morrissey, con cuatro temas interpretados en directo en el estudio, incluido el ‘Still Ill’ de los Smiths. El viernes, fui quedándome frito mientras disfrutaba de una actuación de Antony & The Johnsons, que me parecen unos tipos sobrevalorados pero estimables. Y el sábado, me las prometía muy felices porque iban a echar un concierto de New Order, pero caí sopinstant, como diría Elvira Lindo, durante unos resúmenes de esas alucinantes competiciones de dardos que mueven multitudes en el Reino Unido. Y les aseguro que no fui buscando programas raros y que mi hotelillo cutrón sólo tenía las cinco cadenas convencionales.
Aquí, en España, el franquismo congeló la cultura e impidió que toda una generación sintonizase con lo que ocurría en el resto del mundo. Ya sé que, en los suplementos dominicales, aparece de vez en cuando gente que cuenta sus batallitas de mayo del 68, pero suele tratarse invariablemente de eso que uno llamaría pijos perdidos. El problema es que, acabada la dictadura, no se ha producido el deseable reenganche a la historia, porque quizá haga falta más tiempo para que todo se normalice: al fin y al cabo, buena parte de los mayores de 40-50 años, que son los que manejan el cotarro, ni siquiera saben quiénes eran los Sex Pistols. Sigue habiendo personas que, para demostrar que son modernas, dicen que les gustaban los Beatles -normalmente usan el verbo así, en pasado- y las teles han recambiado los Raphaeles y Rocíos por las figuras procedentes de OT y sus inconcebibles clones. El rock se contempla aún como un pecadillo de juventud yeyé y, quizá por ello, no existe una aristocracia rockera como la anglosajona, más allá de figuras tan discutibles como Miguel Ríos, Ramoncín o Loquillo. ¿Quién sería el Morrissey español? ¿Quiénes los New Order? ¿Y hay algún Antony además de Falete?