Los programadores del Sónar barcelonés han de ser gente curiosísima, además de residir en vecindarios con mucho aguante. Si yo pusiese en casa los discos de algunos artistas que participan en el festival, directamente me demandaría el de arriba, a menos que el miedo a que se hunda el edificio le hiciese escapar con todas sus pertenencias. En fin, a lo que iba: a mí la selección nocturna del Sónar nunca me ha interesado mucho, porque suele estar más orientada al bailoteo y el hedonismo de agua mineral, pero durante años he sido un asistente fiel a sus actos diurnos, aprovechando que suelo coger las vacaciones en junio. No me sobrevaloren: no conozco al 90% de los artistas, pero esa sensación de sorpresa segura es precisamente lo que me gusta. Y el ruido, que suele estar garantizado.
Este año, la cosa promete alcanzar el desvarío, porque el Sónar presta especial atención a la escena japonesa, tradicional vivero de majaras sónicos. Les copio detalles prometedores del currículum de tres de ellos. Kanta Horio «construye diversas herramientas y aparatos con o sin electricidad y presenta una performance audiovisual dónde utiliza estos enseres y un ordenador portátil». Marina Yanagisawa se ha fabricado el Howlin, un instrumento inspirado en el theremin y «construido a base de tubos acrílicos y micrófonos», que «convierte los sonidos aullantes, normalmente considerados molestos e incontrolables, en una agradable experiencia musical» (pueden verla en la foto y aquí). Y un tal Optrum actúa en un escenario a oscuras, con «un sensor lumínico en forma de tubo fluorescente» colgado del cuello para «controlar la marea de ruido electrónico». Ríanse si quieren, pero estas cosas me divierten un montón. Y me imagino a los programadores del Sónar en su cuarto de estar, muy serios, poniendo discos estruendosos a todo trapo para hacer su selección definitiva. A lo mejor es que no tienen vecino de arriba.