El álbum ‘X&Y’, de Coldplay, fue el más vendido del año pasado, con 8,3 millones de copias (esto es, 8.300.000) en todo el mundo. Y yo me pregunto por qué. Entiéndanme, a mí Coldplay me parece un buen grupo: no puedo decir que siga su carrera, pero tengo su primer álbum y lo escuché bastante en su momento. Lo que no sé es por qué Coldplay sí y otros doscientos mil grupos no, por qué todo el mundo se lanza a por un artista sin siquiera reparar en el artista de al lado, aunque sea similar o mejor. Lo primero que se le ocurre a uno es que la culpa es de la promoción, que infla desmesuradamente las ventas de los artistas tocados por la varita de la mercadotecnia, pero a lo largo de mi vida he detectado varios casos de pasión aparentemente espontánea por grupos que, hasta entonces, eran claramente minoritarios.
Recuerdo, por ejemplo, lo ocurrido en 1987 con unos tales U2. En España, Bono y compañía eran hasta entonces un grupo reservado a cuatro conocedores: se les había visto alguna vez en televisión, con sus banderas blancas y sus antorchas, pero no estaban mucho más arriba que tipos como Echo & The Bunnymen. Y, de pronto, todo el mundo era fan a muerte de U2 y se abalanzaba a comprar ‘The Joshua Tree’, sin que ninguna campaña publicitaria justificase ese repentino frenesí. Cuatro años después, ocurrió lo mismo con R.E.M., unos sujetos con mucho prestigio en Radio 3 y el ‘Rock de Lux’ que arrasaron comercialmente con ‘Out Of Time’: la gente -la gente, digamos, normal– hablaba de ellos como si les conociese de toda la vida, como si les hubiese seguido desde los albores de su carrera. Y, sin embargo, todos los grupos que formaban el entorno natural de U2, de R.E.M., de Metallica -aquí, el compañero Julio Arrieta echa una lagrimita por los olvidados Anthrax- o de Coldplay no se beneficiaron ni se benefician en absoluto de la popularidad de estos elegidos. Y yo, pues eso, me pregunto por qué.