Será el verano. O el espíritu optimista con que uno retoma estos días los quehaceres cotidianos. Pero -enfademos un poco más a los que se indignaron con que calificara de ilusionante la temporada-, a mí me gustó el Athletic de la primera parte de ayer. Jugó más, movió mejor el balón, y creó buenas ocasiones de peligro, que -admitamos- derrochó en exceso. Regaló varios goles -Javi Martínez, Llorente… etc- y pudo verse condenado al empate por su excesiva generosidad.

El rendimiento en Liga de las tres caras nuevas resultó dispar. Reconozco mi devoción por Muniain. Con una fisonomía en crecimiento todavía, posee un desparpajo y un descaro admirables. Es un jugador escurridizo, que crea regates sorprendentes. Puede sobrarle puntualmente algún quiebro y le hace falta levantar más la cabeza para mejorar su juego en equipo, pero tiene unas condiciones sobresalientes. San Mamés le despidió como merece. Pese a ello, la ovación del día fue para Toquero. Su gol ante el Espanyol vale tres puntos y su actitud es inmejorable. Con poco, es capaz de hacer mucho. Tras anotar el tanto, parecía estar en todas partes: en ataque, sacando balones en defensa, frenando el saque del portero… es un obrero del fútbol y un ejemplo para la plantilla.

De Marcos dejó algunos detalles de calidad y Castillo fue quizá el menos afortunado. Regaló demasiados metros a los rivales en su zona y tuvo problemas de colocación. Entre los habituales, Gurpegui volvió a bregar como sabe y Javi Martínez se dejó la piel. Al otro lado del campo, si observamos la actuación del ‘periquito’ Nakamura -que congregó a muchos fotográfos nipones en San Mamés-, sólo nos vienen a la cabeza un par de centros medidos y un codazo.

Comparada con la primera parte, la segunda no fue gran cosa. El Athletic aprovechó su mayor rodaje gracias a las rondas previas de la UEFA y el Espanyol sólo se desperezó con el gol rojiblanco. Un buen comienzo, en suma, para un año que todos sabemos que será complicado.