Mañana termina el calvario del jugador del Athletic Carlos Gurpegui. Es una historia larga y dolorosa la del navarro. No sólo son dos años de sanción. Han pasado más de cinco desde que diera positivo por norandrotesrona el 1 de septiembre de 2002. Tiene muchos claroscuros esta telenovela en la que sobran errores, retrasos, dimisiones, declaraciones estentóreas, poses increíbles, reivindicaciones chocantes, promesas de un indulto que nunca llegó, defensas y acusaciones inconcebibles. Dan ganas desde el principio de pasar página en el capítulo del llamado ‘caso Gurpegui’. Dan ganas de olvidar pero no deberíamos hacerlo.
La otra tarde -quizá cuando menos se esperaba- el presidente del Athletic, Fernando García Macua, se soltó el pelo en el programa de Txetxu Ugalde y giró la posición oficial de Ibaigane en este asunto. Macua declaró que el jugador es “absolutamente inocente y ajeno a la situación que vivió” y fue más allá: “el club le debe una reparación porque estaba adscrito a la disciplina del club”. Resonaron serenas y seguramente bien meditadas aquellas palabras. El Athletic agradecía públicamente a Gurpegui su ejemplar comportamiento y su sacrificio en toda esta oscura historia. Resulta evidente podría haber sido muy diferente si el implicado hubiera sido otro. Gurpegui optó por un silencio paciente en medio del vendaval. Cerró filas. No es el único motivo -pero sí uno de ellos- por el que hay que celebrar su vuelta a los campos de fútbol. Personalmente, no me queda sino desearle lo mejor.