“Lo cierto es que, si tiene que llegar un gol pronto en San Mamés, no sabemos si es mejor que lo metamos nosotros o el rival”. Esa frase lapidaria me la soltó hace no mucho un ex jugador del Athletic y resume la incapacidad que atenaza al equipo cuando se pone temprano con el viento a favor. La historia del partido de ayer es la de una renuncia: al balón, al juego y a la victoria. El Athletic pensó que podía aguantar 87 minutos a la defensiva y se equivocó. Caparrós reaccionó tarde, no logró rearmar a los rojiblancos cuando los argumentos y el físico comenzaron a flaquear.
El partido no pudo comenzar mejor. Llorente, en racha, abría el electrónico y la grada comenzaba a verse con 32 puntos y un poco más lejos de la quema. Un renovado centro del campo, con Muñoz de pivote y Susaeta por la banda, mejoró el rendimiento del equipo y la creación de juego en la primera media hora. Javi Martínez puso el sudor y sólo flojearon Yeste y, en la delantera, el joven Aitor Ramos. Mediada la primera parte, el Athletic comenzó a regalar el balón a la menor ocasión. Lo hizo frente a un equipo que se siente cómodo con él, ante hombres como Sena, Capdevilla, Cani o Nihat, que saben moverlo bien. Fernández Borbalán contribuyó al desplome acuchillando a tarjetas a los locales, perdonó la expulsión a Eguren con el 1-0 y se llevó una monumental pitada al descanso.
La segunda parte consumó la desaparición del Athletic del césped. Apenas inquietó la meta rival y se encerró en su campo. El primer gol se veía venir. Iraola perdió un balón en su área y Guille Franco aprovechó un claro error de marcaje. Tampoco entonces llegó la reacción. El gol de Capdevilla daría la puntilla. Sólo faltaba presenciar el habitual repunte de juego a la desesperada y alguna entrada destemplada de Ocio.El Athletic se mostró descreído, temeroso y reservón. Cuando cejó en su empeño de buscar la victoria, firmó la derrota.