Comenzamos alegremente hace unas semanas nuestra búsqueda de estereotipos italianos con ‘La dama y el vagabundo’, pero para hacer las cosas bien habría que empezar por el principio. Ya saben que tengo debilidad por el cine llamado mudo, que en esta era digital en que nos hallamos puede ser algo así como el anticristo, pero no se asusten, espero que se les haga llevadero. De paso que mentamos al diablo, debo decir que esta vez el estereotipo nos lleva al lado oscuro, nada de spaghetti con albóndigas. El italiano, como bien saben y sufren los italianos, arrastra también mala fama. Bueno, como cualquiera. De las leyendas negras no se salva nadie. Hasta dicen que Hitler leía libros. El espectro negativo del italiano lo pinta, entre otras cosas, como tramposo, canalla y poco de fiar, auqnue a primera vista sea simpático. Quién sabe de dónde viene esta idea, pero lo cierto es que aparece enseguida en el cine. Por ejemplo, en ‘Lulú’ (1929), de Georg Wilhelm Pabst, película legendaria porque consagró a la maravillosa Louise Brooks (chica de la foto).
Seguramente a muchos de ustedes no les diga nada, pero sepan que es una de las primeras grandes divas del cine y marcó muchísimo estilo. De hecho al verla se darán cuenta de que luego la han copiado bastante. Rompió muchos corazones. Y miren ahora, totalmente olvidada. Y eso que tenía clase, piensen lo que sucederá en unos añitos con gente tan de andar por casa como Britney Spears. Para Henri Langlois, fundador de la Cinématèque francesa, no había duda: ni Garbo ni Dietrich ni narices, Louise Brooks. ‘Lulú’ o ‘El vaso de Pandora’ es, como ninguna otra, la película que creó el mito de la mujer fatal moderna. La perdida, para entendernos. La historia es un viaje a los infiernos en el que tiene un papel determinante un italiano, un tal marqués Casti Piani. Sólo hay que ver la primera escena en la que aparece, que lo dice todo sobre su talante:
Lulú, acusada de un crimen, y su noviete huyen en un tren, pero este señor italiano les reconoce. ¿Qué hace? Primero chantajea al tipo, luego intenta ligársela a ella y al final les propone ocultarse en un lugar perfecto que conoce. Empieza el acto séptimo y ya vemos dónde es: un barco clandestino de juego y prostitución donde el marqués les tiene totalmente atrapados a su merced. Al final, lo remata intentando vender a la chica a un traficante de blancas árabe. En fin, el clásico individuo capaz de vender a su abuela. Ya lo han visto. Podían haber elegido un húngaro o un sueco, pero el personaje es italiano.
Pero este cariz negativo sobre el italiano es sólo un primer nivel de maldad. Hay otro mucho más profundo y sofisticado que aparece ya en 1920 con otra obra maestra tremenda:
El mítico gabinete del doctor Caligari, en efecto. He encontrado este fragmento con música actual tétrica y electrónica, porque para los no iniciados el primer vídeo quizá ya haya sido demasiado. Así de paso comprobamos la vigencia y modernidad de estas piezas arqueológicas. Qué bonito es el cartel de la película, que les pongo ahí al lado. ‘El gabinete del doctor Caligari’ (Robert Wiene, 1920) cuenta la historia de un terrorífico sonámbulo, César -un nombre italiano-, que se cepilla a la gente por la noche. La pista de los crímenes lleva hasta el director de un manicomio, principal sospechoso, y en sus papeles encuentran la clave: «En 1703, un místico llamado Doctor Caligari recorría las ferias de algunas pequeñas ciudades del norte de Italia acompañado de un sonámbulo llamado César…». A los alemanes en aquella época se les iba muchísimo la olla, cosa que todos hemos de agradecer porque dieron grandes obras de arte. Es lo que tiene vivir angustiado. Sólo les salían vampiros y cosas así. En este caso le cargan el muerto, nunca mejor dicho, de ser el malo a un italiano, porque se inscribe en la tradición italiana de personajes maquiavélicos -Machiavelli, otro italiano-, científicos locos, alquimistas visionarios o magos diabólicos, como Cagliostro o Paracelso. En realidad, el doctor Caligari existió y era uno de estos tipos. Es más, era contemporáneo de la pelicula. Por lo que he podido averiguar, aunque ha sido en esos círculos tan divertidos de esotéricos pirados, Giovanni Calligaris fue un neurólogo un poquito especial del siglo pasado famoso por sus experimentos extraños, de hipnosis y transmisión de pensamientos. No sé si habrá recalado por aquí algún experto de Magonia que nos pueda iluminar más. El filme se habría inspirado en él, incluso en la pinta del macabro doctor, que hasta tiene un lunar como dicen que tenía Calligaris.
Ahora bien, dicho esto, hay que fijarse en un detalle: tanto ‘Lulú’ como ‘El gabinete del doctor Caligari’ son películas alemanas. Tras la Primera Guerra Mundial los italianos no tenían muy buena prensa en Alemania, por la sencilla razón de que les habían dejado tirados en la contienda incumpliendo su pacto de la Triple Alianza. Eran la imagen de la traición. Quizá esto explique que fueran siempre los malos, al menos en el cine alemán. A partir de la Segunda Guerra Mundial, por razones conocidas, los malos fueron siempre los alemanes, al menos en el cine norteamericano. Y esto nos lleva, gracias a una conexión oculta y un poco de morro, a… ¡Casablanca!:
«¡Encuentre una excusa para cerrar el local!», le dice al final el mayor Strasser (Conrad Veidt) al capitán Renault (Claude Rains). En este trocito de vídeo no sale, pero recordarán con una sonrisa que en la siguiente escena, cuando el capitán clausura el garito, exclama ante Rick: «¡Qué escándalo, he descubierto que en este local se juega!». «Sus beneficios, capitán», le susurra a continuación un camarero deslizándole su dinero de la ruleta.
Se preguntarán qué diablos hacemos en Casablanca oyendo el himno francés si esto es un blog de Italia y estábamos hablando de estereotipos italianos. La excusa es impecable y coherente con el hilo del relato: el mayor Strasser, Conrad Veidt, que vemos dirigiendo los cánticos nazis, es nada menos que César, el sonámbulo del doctor Caligari, con 22 años más. Lo gracioso es que hace de nazi malvado alguien que defendió a los judíos y tuvo que huir de los nazis. Su historia es muy interesante. Como muchas de los integrantes del reparto de Casablanca (1942, Michael Curtiz), que está plagado de refugiados europeos. El bar de Rick en la vida real también estaba lleno de exiliados. Pero no nos pongamos a hablar de Casablanca que no acabaríamos nunca.
A lo que íbamos. En Casablanca también tenemos estereotipos italianos del lado negativo. Al principio sale un capitán italiano patoso y de aire inofensivo, un tal Tondelli, que alimenta la idea del aliado incompetente y poco de fiar. Luego aparece Ferrari, el dueño del ‘Blue Parrot’, el tugurio que hace la competencia al café de Rick. Ferrari es presentado, y de hecho él mismo se presenta así, como el amo del mercado negro y de todo lo ilegal en la ciudad. Por cierto, escuchando el historial de Rick nos enteramos de que combatió en la Guerra Civil española y en Etiopía, contra los italianos. La censura española eliminó esa mención patria y la italiana, esas tres alusiones deshonrosas que hemos enumerado. Sin duda pensaban que el pintoresco capitán Tondelli y el mafioso Ferrari eran estereotipos erróneos.