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Adiós, maestro

Mario Monicelli se murió anoche. Se tiró por la ventana de un quinto piso del hospital de San Giovanni, en Roma, con 95 años. Se ha suicidado, igual que su padre, como había dicho que haría si veía que la vida ya no era vida. Ayer hacía una noche de perros en Roma. Llovía, hacía frío, pero que además Monicelli se tire por la ventana hace que sea realmente una histórica noche de mierda. Pero bueno, así era Monicelli, no se hacía muchas ilusiones de nada pero no era melodramático, sino extremadamente práctico, así que sabría lo que hace. Pocas veces he visto a alguien tan cáustico y visceral, tan lúcido sobre la vida, pero sin ser completamente destructivo, sino completo, considerando también el aspecto divertido. Era incisivo como un Ingmar Bergman pero que de todos modos hacía reír, cosa que está al alcance de muy pocos y que le agradeceremos eternamente. Deja una impresionante lista de obras maestras, que siempre estarán ahí para ayudarnos a vivir a los demás. En los diarios que tengo delante dicen que era el Balzac del cine. Es uno de los más grandes del cine mundial, y el último gigante del cine italiano que quedaba en pie.

Otro rato quizá hablemos más de él. Por ahora, sólo este pequeño recuerdo. Yo me pondría de luto una semana, pero no creo que Monicelli le viera mucho sentido. Su obra es un himno a la ‘supercazzola’, palabra inventada y sin sentido que la panda de gamberros de ‘Amici Miei’ (1975) utiliza para hilar conversaciones absurdas y tomar el pelo a la gente. Es una de las películas con las que más me reí de pequeño y todavía me sigo riendo igual. Veamos la memorable muerte de Perozzi, alma del grupo:

Sinopsis: Perozzi (Phillipe Noiret) está en el lecho de muerte. Siempre ha sido descreído y anticlerical, pero pide que llamen a un cura. A sus amigos se les cae un mito y les invade la desilusión, pensando que incluso él cede en el último momento ante la llegada de la muerte. Pero llega el cura y Perozzi, en realidad, le empieza a hacer la broma de la ‘supercazzola’, un discurso ininteligible que descoloca al sacerdote. «¿Cuántas veces, hijo mío?», le pregunta aunque no entiende nada, por seguir la corriente. Es la mejor confesión final de vida que Perozzi puede hacer. Sus amigos (Ugo Tognazzi y demás familia) no pueden más que admirar asombrados desde la puerta su último legado, viendo cómo se ríe de la muerte. Cuando expira, el hijo, que le odia, se santigua y se va. El conde Mascetti (Tognazzi) sólo acierta a decir: «Pero, ¿en serio que se ha muerto?».

Luego llega su mujer, separada hace años y harta de sus patochadas. La dureza de su mirada, a su marido y sus amigos, es un poema, que representa una entera sociedad:
-¿Estamos seguros de que no es una broma? ¿Se ha muerto de verdad?
-¿Qué quiere, que haga como que se ha muerto?
-De él me espero eso y más.
-Ni siquiera una lagrimita…
-Me ha hecho ya llorar todas. Y además se llora cuando muere alguien. Pero no ha muerto nadie. ¿Qué era? Nada. No era nada.
Silencio de tumba.
Tognazzi rompe el hielo: «Bueno, la verdad es que nunca ha sido gran cosa…». «Pero a mí me gustaba», responden los demás. «Y además… ¿Es que es obligatorio ser alguien?», reflexiona Tognazzi, que sabe que también él es un pobre desgraciado, un conde venido a menos sin una lira en el bolsillo. Todos coinciden también en que el hijo es un gilipollas. Pero uno explota (Gaston Moschin):

-¡Porca puttana! ¡Cómo me gustaría que saliera una ‘funeralone’ y que a todos esos les diera un infarto, y miles de personas, y todos a llorar, y coronas, telegramas, palmas, putas, militares,…!

El funeral, en cambio, es modesto y con las notas del jocoso aria de ‘Rigoletto’ que es el himno de la pandilla. Pero de repente sucede algo: en un portal encuentran a uno de los pardillos al que más han tomado el pelo durante la película. Un pobre tipo al que han hecho creer que eran una banda de mafiosos, sometiéndole a terribles pruebas como sicario y haciéndole la vida imposible. Lo ven y de inmediato se les arregla el funeral. El pardillo se acerca a preguntar qué ha pasado. Ve con asombro al que creía el ‘boss’, pensando que estaba muerto, pero le revelan: «Es como un gato, tiene siete vidas», le dicen. Luego pregunta por el muerto: «Era un traidor, hemos tenido que eliminarlo», le dicen. Entonces les empieza a dar una risa incontenible que pasa por llanto.

Mario Monicelli, maestro del cine y de la vida, que tan buenos ratos nos ha hecho pasar, vecino del barrio Monti, descanse en paz.

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