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Íñigo Domínguez

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Roma metafísica

 

Fiestas apoteósicas donde el aburrimiento profundo se lleva con estilo, o sin él, paseos infinitos por calles maravillosamente mal iluminadas, nobles que sobreviven confundidos con sus estatuas, el cardenal que sólo habla de recetas de cocina, la bailarina de striptease que tiene un tatuaje del Papa, esos escritores consagrados que sólo han escrito un libro hace años, las señoras en fila ante el mago del bótox… Roma como la ciudad del gran pasado, de la gran fealdad y sin embargo y pese a todo, de la gran belleza. Una combinación absurda de elementos que inexplicablemente produce armonía: amoralidad y espiritualidad, las distracciones ociosas en medio de la esencia del arte, la tentación de la carne y la pureza del mármol, la vulgaridad de la vida social noctámbula y lo sublime del alba mística, el barroquismo sobre el vacío, el cinismo y la ingenuidad,…

Paolo Sorrentino es napolitano, como Fellini, que era de Rimini: hace falta alguien que no sea romano para expresar el estupor que causa Roma. ‘La grande bellezza’ es una película mágicamente inspirada de las que nacen en Italia cada muchos años. Hacía 15 que Italia no recibía un Óscar, desde ‘La vida es bella’, y es el país que ha ganado más premios de la Academia, un total de 14. Sigue siendo un lugar único para el cine, basta mirar la lista. El primero, ‘Sciuscià’, de Vittorio De Sica, en 1948, que luego ganó otros tres (‘Ladrón de bicicletas’, ‘Ayer, hoy y mañana’ y ‘El jardín de los Finzi Contini’) y Fellini con ‘La strada’, ‘Las noches de Cabiria’, ‘8 1/2’ y en 1975, ‘Amarcord’. Hollywood llegó a premiar incluso el más corrosivo cine político en 1972, ‘Investigación de un ciudadano libre de toda sospecha’, de Elio Petri. Pero a partir de los setenta, con el declive del gran cine italiano, llegó el olvido. Quince años hasta ‘Cinema Paradiso’, 1990, y de nuevo ‘Mediterráneo’, en 1992, y en 1999 el filme de Benigni. Otro estilo, digamos. Pero ‘La gran belleza’ se enlaza más bien con aquellos grandes filmes de la época dorada.

Sigo a Sorrentino desde su primera película, ‘L’uomo in più’, de 2001, cuyo DVD ya regalé unas cuantas veces, y desde el principio se veía dónde podía llegar. Es un artista sensible y normal, una rara combinación, más aún si se añade su vena literaria -antes que nada se considera escritor, y de ahí su talento para los diálogos-, mezclada con un agudo sentido del espectáculo. Así se explican las cuatro fuentes de inspiración que mencionó al recoger el Óscar: Fellini, Scorsese, Diego Armando Maradona y los Talking Heads. Ni se le pasó por la cabeza hacer cine hasta los 19 años, y su casa era muy corriente, un padre empleado de banca y su madre, ama de casa, una casa con pocos libros, sólo algún best seller. En esta vida en principio tan poco predispuesta para propulsar un alma artística, hacer fluir la expresión poética, ocurre algo, el secreto más íntimo de Paolo Sorrentino: un día volvió a casa del colegio, con 17 años, y sus padres habían muerto en una explosión de gas. Nunca habla de ello y, es más, yo me he enterado hoy, leyendo el periódico, en una frase escondida en una conversación con un periodista amigo suyo, que lo deja caer ahí en las profundidades del texto, donde sabe que pocos lectores llegan, a mitad del artículo. “Sasà e Tina, this is for you”, dijo en el escenario antes de irse con el Óscar. Son ellos.

La vida puede ser dura, rara, misteriosa, a veces fea, pero es una gran belleza. Roma es como la vida. Un juego. Cuando vi ‘La grande bellezza’ me fascinó, ya hemos hablado de ello, pero me pregunté cómo la verían en el extranjero, o alguien que no conoce Roma. Quizá parezca todo onírico, o esperpéntico, o exagerado, cuando es puro destilado de realidad. También se pierden claves para iniciados, como lo que significa haber elegido a actores tan romanos como Sabrina Ferilli, Carlo Verdone o que aparezca por ahí Antonello Venditti. Sin embargo ha sido al revés: en Estados Unidos, en España, en Francia, la han adorado, y en Italia la han criticado bastante. En Roma la han tratado con cierto desdén. Es una ciudad reacia a las declaraciones de amor no convencionales y sólo hay que imaginar cómo habría recibido el Óscar otra que hubiera sido homenajeada de este modo. Bilbao, un suponer. Pero a muchos romanos ‘La gran belleza’ les resbala, como todo. No es cuestión de orgullo, les pilla de vuelta de todo desde hace siglos.

Ayer por la mañana hablaba con el dueño de un bar que aparece en una escena de la película, uno de mis bares: “¿Qué? También vosotros habéis ganado un pedacito de Óscar…”. Respuesta, que en italiano y con acento romano es mucho más desencantada: “Bah… Me la descargué hace cinco meses y todavía no la he visto… Pero me da que es un poco una birria… Es como con Fellini, a los americanos les encantaba, pero yo, sinceramente, a Fellini nunca lo he entendido, toda esa melancolía… Bah”. Roma no se inmuta por nada. Ni por el Óscar. Y fui yo quien sacó el tema, porque hablábamos de fútbol. Cerrado el paréntesis, seguimos hablando de fútbol. También Paolo Sorrentino, la mañana de los Óscar, se puso el despertador, cogió el coche y fue a un bar italiano de Los Ángeles a ver Livorno-Nápoles, un juego.

 

 

Por cierto, la voz de Toni Servillo es media película. No me he atrevido a oír el doblaje en español, pero si pueden veánla en versión original.

 

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