Hola a todos y feliz año.
Aquí estamos de nuevo, con renovadas energías para seguir contando más de lo mismo, porque esto como ya saben de sobra no tiene pinta de cambiar.
Mis paseos por Roma de estas vacaciones han sido una continua constatación de desvelos y penurias generales, entre lo que veía y la gente que me encontraba.
Unos amigos que llevan al niño a urgencias en Nochevieja, les dicen que no es nada y luego descubren en el pediatra que en realidad lo tenían que haber ingresado de inmediato, pero que claro, ese día cualquiera se pone a trabajar.
El 6 de enero un coche mal aparcado bloqueó una callejuela sin salida llena de garajes de al lado de mi casa durante horas, con decenas de vecinos desesperados sin poder sacar el coche. Llamaron a la Policía unas doce veces. Ahora mandamos a alguien para allá, decían. No sé ni cómo acabó, pero supe al día siguiente cuántos guardias municipales había ese día en todo el centro histórico de Roma: veinte (20). Hubo un atasco monumental.
En la guardería de al lado entraron a robar la máquina de café y coca colas (ah, conozco cinco personas a las que les han robado en casa en el centro de Roma). Pero no está mal si se piensa que en otros colegios del centro se cae el techo del edificio a mitad de curso y así están todavía, que sigue lloviendo dentro. He visitado algunas escuelas públicas para elegir una para el enano el año que viene y dan ganas de llorar. Se caen literalmente a trozos y te topas con una depresión colectiva entre el profesorado. Como siempre en Italia salvan la situación personas concretas de buen corazón y pasión solitaria por lo que hacen. Ya está asumido que los padres pintan las paredes de las clases y compran el papel higiénico, incluido el colegio donde va el hijo del primer ministro, Enrico Letta, que lo sé de buena tinta. Son esos efectos positivos de la crisis, por verle algo bueno, en el sentido de que obligan a la gente a ponerse las pilas y organizarse por su cuenta, cosa que los italianos siempre han sabido hacer muy bien.
Sobre la basura que invade la ciudad ha cosechado una gran foruna la imagen de un cerdo hocicando entre las bolsas de porquería en las afueras de Roma. Por mi parte tengo controlado en una acera de mi barrio un pañal que lleva ahí tirado tres días. Usado. De adulto. Y hasta aquí puedo leer, como decía Mayra en ‘Un, dos, tres’.
También visité un rato la famosa biblioteca Casanatense y de los diez minutos de explicaciones que me pudo dar la encargada, porque no tenía tiempo para más, dado que están fatal de personal y era lo más que podía estar, de esos diez minutos, decía, siete se los pasó despotricando del abandono en que se hallan y de cómo hacen milagros para mantener aquello en estado decente. Y Pompeya, como saben, se sigue cayendo mientras hablamos.
Da la impresión de que en los últimos 30 años nadie ha invertido una lira en sanidad, educación y cultura y todo se lo han ido robando. Todo era nuevo en los cincuenta y sesenta, y después se olvidaron para siempre del mantenimiento. Supongo que en unos años en España nos puede pasar lo mismo y esas autopistas tan flamantes se llenarán poco a poco de agujeros que nadie podrá tapar. En Italia no es que no han podido, es que no han querido, y ahora además no pueden.
Las carreteras italianas merecen mención aparte y no es exagerado decir que nos movemos en parámetros albaneses. Son el ejemplo más claro del abandono público en que viven los italianos, que llega a la pura desorientación espacial, casi metafísica. Es un detalle que siempre me ha llamado la atención y para mí constituye una metáfora redonda del país: nunca sabes cuánto queda al lugar a dónde vas. Sólo se indica la distancia al próximo pueblo o un poco más allá, el horizonte más inmediato, el corto plazo. Sales a viajar a la autopista y raramente te ponen, qué sé yo, “Milán 557 kilómetros” o “Roma, 225”. No, te ponen “Fiano Romano, 22,5” y cuando llegas allí te señalan la siguiente etapa, a 7 kilómetros. Y así vas saltando de casilla en casilla hasta que llegas al destino final. Pero te corresponde a ti calcularlo a ojo. Es como si no quisieran arriesgarse a asegurarte que efectivamente Milán existe y está científicamente a 557 kilómetros. No, mire, lo más que le puedo decir es que aquí cerca, a 5,5 kilómetros está Settebagni, luego usted verá. En cuanto al mundo de las indicaciones de tráfico hay cruces y rotondas gloriosas con no menos de treinta carteles distintos y contradictorios entre sí.
En mis cruzadas personales debo decir que llevo más de un año intentando abrir una cuenta en ese banco naranja tan refrescante en que haces todo por Internet. Pero no hay manera. Siempre te falta un papel y sigo sumido en un laberinto kafkiano de burocracia. En España abrí la cuenta en cinco minutos, pero aquí es como si incluso las multinacionales fueran abducidas por el absurdo. Hasta llegué a saltar el abismo de lo virtual y personarme físicamente en una oficina, pero fue un intento infructuoso.
Mi momento esperanzador de esta semana fue ver a un vecino que ha colocado una bonita valla él solo, con su dinero y su mano de obra, en torno al árbol de enfrente para que la gente deje de poner ahí las bolsas de basura.
Italia sigue dependiendo de sus héroes anónimos. A nivel político sigue buscando los héroes públicos, el milagro, o los que se hacen pasar por ello, y se supone que ahí viene imparable Matteo Renzi con su energía juvenil y va a dejar todo como los chorros del oro. Es el tema aburrido del momento, y lo que nos queda. Como ocurrió en 2011, en 2012, en 2013 y, en definitiva, desde hace años, el 2014 es en serio, ahora sí, el año decisivo para los destinos de Italia y emprender las grandes reformas inaplazables que necesita el país. Es urgente, no hay más tiempo, de verdad.
En fin, mis paseos por Roma no han sido como los del gran Jep Gambardella, que ya he visto que ‘La grande bellezza’ ha llegado a España y me han llamado algunos amigos emocionados. Hoy le han dado el premio a la mejor película extranjera en los Globos de Oro. Se merece eso y mucho más, para que se enteren en Cannes que no le dieron nada, aunque era un año muy bueno y había mucha competencia.
Me lo han preguntado ya varias veces: ¿lo que sale en la película es así o es una metáfora, una caricatura? No, Roma es así, es todo verdad, hasta lo más absurdo e inverosímil. He estado en situaciones parecidas a las de la película y conozco gente que se parece a los personajes. Roma es poética y rastrera, fea y hermosa, sucia y cristalina, caótica y armónica, solemne e irónica. Yo seguiré paseando por Roma mientras pueda.
Aquí tienen un montaje con algunas escenas cortadas que no aparecen en la película. Para mí podía haber durado una hora más, me la hubiera tragado igual, plácidamente.