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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Una visita casual

La Casa Real española volvió a sellar ayer sus lazos históricos privilegiados con la Santa Sede con la primera visita oficial al extranjero de los nuevos Reyes al Papa Francisco. Felipe VI y Doña Letizia prescindieron de símbolos religiosos en su coronación, pero ayer dieron una clara connotación confesional a su cargo con el viaje al Vaticano a los once días del inicio de su reinado y al inclinarse ante el pontífice tanto en el encuentro como en la despedida. El jefe de Estado se plegó para besar la mano del Papa y su esposa hizo la habitual reverencia con genuflexión.

El encuentro, celebrado al mediodía, duró 40 minutos, un tiempo largo para la media del protocolo vaticano, y dio más que nada para las fotos. El contenido de las conversaciones en estos encuentros siempre depende de lo que cuenten los interesados, que es más bien poco, o nada. Las audiencias del Papa son un ritual cortesano de lo más opaco, en el que el papel de los cronistas se limita a aportar luego música de violín y retórica costumbrista.

A la entrada y a la salida se permite la presencia de tres o cuatro periodistas, a la debida distancia, que luego cuentan a los demás lo poco que ven o consiguen oír. Esta vez fue: “Majestad, bienvenido, adelante”. Lo dijo el Papa al recibirles. Después se oyeron unas palabras sueltas de Don Felipe: “Intenso pero tranquilo”. Se supone que en referencia a este periodo de agitación de la abdicación de su padre y su sucesión. Después una pequeña broma en el momento de entrar en la biblioteca para sentarse a hablar, cuando el Rey se adelantó: “¡Los monaguillos delante!”. Era una alusión a la broma precedente que hizo el Papa a Don Juan Carlos en su reciente visita, el pasado mes de abril. “Ah, se lo contó su padre”, respondió Francisco. Esto es todo de la entrada.

A la salida, el intercambio de regalos, y de esto sí que dan siempre mucha información. Los Reyes le entregaron un facsímil de una obra de Baltasar Gracián, jesuita como el Papa, ‘Oráculo manual y arte de prudencia’, copia de un original custodiado en Luján, en la Pampa argentina. El Papa les regaló un medallón de bronce con un dibujo del Vaticano, objeto que suele entregar en estas recepciones.

En todo caso uno de los principales focos de atención de la visita parecía ser cómo iba vestida Doña Letizia: de blanco, privilegio de las reinas católicas, de chaqueta corta y falda a media rodilla, y con zapatos ‘beige’. Sin mantilla, porque no era una ceremonia religiosa. De esto era de lo que les preguntaban a todos los compañeros cuando sus jefes les llamaban por teléfono. Jefes de la sección de información nacional o política. El Rey iba de traje azul y corbata del mismo color. La Guardia Suiza, como siempre. Una vez una enviada de una importante revista del corazón vino de blanco y en el Vaticano la mandaron a cambiarse al hotel. No sabía que de blanco en el Vaticano sólo va el Papa, y las reinas católicas, y eso que lo subrayan siempre no sólo las revistas del corazón serias, sino también las que no son serias e incluso la prensa seria.

Según un portavoz de la Casa Real, los monarcas hablaron con el pontífice y luego, en 35 minutos de charla con el secretario de Estado, Pietro Parolin, de “temas sociales de España, como los jóvenes y el paro”, de Iberoamérica y del último viaje del Papa a Oriente Próximo. “Porque no olvidemos que el Rey es también rey de Jerusalén”, dejó caer el portavoz, sin que ningún gesto de su semblante hiciera suponer que no lo estaba diciendo en serio.

Don Felipe volvió a invitar a Francisco a España, como ya hizo su padre, Don Juan Carlos, en su última visita. El motivo sería la celebración en Ávila del quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, en 2015. El Rey, consciente de que Francisco no tiene entre sus prioridades los viajes en Europa ni a países ricos -y el primero del continente será, significativamente, a Albania-, le propuso un “viaje corto pero intenso”, “cuestión de horas”. De hecho, al despedirse del Papa ante el grupito de periodistas, donde sí se oye lo que se dicen, se oyó bien que le decía: “Con la esperanza de verle en España”.

Por su parte la Santa Sede publicó su habitual y escueta nota de nulo interés informativo. Describió unos “cordiales coloquios” en una visita que simboliza el “deseo de reforzar las buenas relaciones existentes entre la Santa Sede y España”. “Se han afrontado temas de común interés, la importancia de favorecer el diálogo y la colaboración entre Iglesia y Estado por el bien de toda la sociedad española. Para terminar se han mencionado algunas problemáticas de carácter internacional y regional, con particular atención a las zonas de conflicto”. A menudo estos comunicados se escriben antes del acto en sí, una ventaja práctica de que no digan nada.

Por alguna razón, aunque nadie lo había preguntado, el portavoz de la Casa Real quiso matizar antes de la llegada de los monarcas que éstos no han elegido ir primero a la Santa Sede. Aseguró que simplemente manifestaron su interés en “un paquete” de viajes, al Vaticano y los países fronterizos con España, y al final el calendario se fue cerrando según la disponibilidad de la agenda de los respectivos mandatarios. Habría sido casual, por tanto, que el primer destino haya sido al jefe de la Iglesia católica. Los Reyes volvieron de inmediato a Madrid, sin comer siquiera en Roma, pues en rigor la visita no era a Italia. Luego irán a Marruecos, Francia y Portugal.

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