No sé si habrán visto ya estas fotos en el Sunday Times o en alguna publicación especializada de Egiptología:
En efecto, se trata de nuestro hombre, que en una última pirueta de imagen, dándolo todo, ha decidido que le fotografíen sin nada. O sea, sin pote ni mascarilla ni mejunjes, y que se le vea tal como es: anciano, abatido, humano. ¿Se fían? Que no hombre que no, que es otro truco. Es ideal para el papel de condenado que se dispone a afrontar la humillación del arresto domiciliario o el voluntariado social, víctima de una persecución judicial injusta, dispuesto no obstante a asumir la dura tarea de rendir un último servicio a su país, obligado por las circunstancias, en una nueva campaña electoral, él, tan fatigado, voz mansa de la sabiduría, al lado de ese chavalín resabiado de Renzi, que acapara por sí solo todo el espectro comunicativo de juventud, novedad, energía, etcétera. “Come è umano lei!” (¡Qué humano es usted!), diría nuestro querido Fantozzi, subyugado ante su tiránico superior. Ya sabrán que Berlusconi anda quedando con Renzi a ver si le engaña, y el otro está tan crecido que cree que a él eso no le puede pasar, que no es como los demás incautos que le han precedido cuando se han acercado a acariciar al dinosaurio. Ahora parece derrotado -miren aquí abajo ese ojo a la virulè-, pero no hay que fiarse.
No se asusten. Tómenlo como la última máscara, o quizá incluso la penúltima de Berlusconi, porque a lo mejor nos queda otra versión, qué se yo, sin botox, sin dentadura o saliendo del armario con pestañas postizas, lo que haga falta para seguir figurando. El Berlusconi auténtico es la última genialidad de imagen de Berlusconi, a estas alturas, cuando llevamos exactamente 20 años de Berlusconi. Pero resulta que aún nos quedaba por conocer el de verdad.
Fue un 26 de enero de 1994 cuando nuestro héroe decidió ponerse el uniforme y salvar Italia. “Italia es el país que amo…”, empezó diciendo en aquel famoso discurso que ya se estudia tanto en las facultades de ciencias políticas como en el sector de ventas de las mayores firmas de congelados y cualquier otro producto. Fue su primer show político-publicitario, que con algunos altibajos en realidad dura hasta hoy. Un vídeo de nueve minutos y veinticinco segundos enviado a todas las cadenas de televisión para anunciar que entraba en política. Desde entonces no le sacan ni con aguarrás. Dice la leyenda que aquella tarde un viejo zorro de las cámaras colocó una media -marca Dior- en el objetivo para dorar y dulcificar la imagen. Fue el inicio de una infinita colocación de capas sobre el rostro de cemento armado del líder que, en realidad, según los geólogos consultados, sería su semblante original, como el del cachas pétreo de los Cuatro Fantásticos. Ahora este nuevo retrato a tumba abierta sería el punto de retorno a aquel momento virginal en que se colocó la primera media en la cabeza, como los atracadores.
Estaba en su despacho, con una librería detrás con volúmenes desordenados, síntoma de lo mucho que los releía, y con dos tinteros plateados encima de la mesa. Vacíos, claro. Y tampoco era su despacho, sino un decorado construido en una caseta para los trastos del jardín en su villa de Macherio. Los libros, naturalmente, los habían cogido por ahí y a lo mejor si uno se fija hasta puede que haya uno o dos tomos del Superhumor. Visto lo que pasó luego no hubieran desentonado nada. Una de las mejores frases de aquel discurso fue esta:
“Para poder cumplir mejor esta decisión de vida, he presentado hoy mismo mi dimisión de todos los cargos en el grupo que he fundado. Renuncio por tanto a mi papel de editor y empresario”
Qué risa ¿no? También insistió mucho en su “pasión por la libertad”. Se comprende muy bien, porque endeudado hasta las orejas como estaba, por unos 7.000 millones de liras, y con los fiscales de Manos Limpias en los talones, la veía peligrar. El 21 de marzo de 1994 su amigo y protector Bettino Craxi, exprimer ministro corrupto, quien le espoléo para entrar en política porque el chiringuito se derrumbaba, huyó a Túnez y ya no le pillaron. El 28 de marzo Berlusconi ganó las elecciones.
Si alguien se ve con ganas de recordar, en plan Nodo, aquel glorioso momento, puede castigarse las neuronas aquí. Dudo de que haya algún italiano con ganas de hacerlo, pero para los demás a lo mejor resulta curioso:
Nuestro héroe anda rumiando cómo se lo montará ahora y el otro día se retiró del mundanal ruido en un balneario de lujo. Siempre que quiere dar impresión de que renueva el partido se carga a todos los demás y se queda él con otro séquito de caras nuevas. Nuevas por decir algo, porque uno siempre piensa: ¿dónde he visto yo esa cara? Pues es la típica cara de trepa pelota de toda la vida. Pero en este caso no sólo eso, porque el nuevo delfín de Berlusconi es nada menos que el director de sus telediarios. El periodismo era esto, ya ven.
Este elemento se llama Giovanni Toti y hasta anteayer daba las noticias en la tele, no se crean. Cualquier parecido con la realidad era pura coincidencia, claro, pero ahora ha pegado ya el salto a la hiperrealidad y ya está en otra galaxia. Apareció con Berlusconi en el balcón del balneario como si fuera uno de la NASA, aunque más bien parecía un técnico de lavadoras o el que le sostenía las toallas en la sauna. Vean, vean al insigne periodista en qué se ha quedado:
Es como para preguntarse por la objetividad de sus informativos hasta el día anterior, pero eso sólo se le ocurre a quien no los haya visto nunca, porque la respuesta es muy obvia: no tenían ninguna objetividad. No es ningún drama, es así de siempre desde hace veinte años, a la gente ya le parece normal, o hasta información normal. Sin embargo esta aparición este lar de Toti en el balcón, en plan monaguillo, no ha acabado de cuajar. Se rieron tanto de él por el chándal blanco que su sustituto al frente de los informativos de Berlusconi, apuntando maneras y poniéndose a la fila, se presentó todo ofendido a la audiencia al día siguiente vestido del mismo modo, como el equipo blanco de Milkibar. Fidel Castro ha hecho mucho daño con su manía de los chándals en la gente impresionable.
Este otro elemento se llama Paolo Liguori, y con su lanzamiento en vídeo particular, siguiendo los pasos del amo, ya está en la parrilla de salida para, quién sabe, llegar un día a ministro de Infraestructuras, o de Marina, o de Simplificación Administrativa, o al infinito y más allá.