Las infraestructuras en Italia se hallan en tal estado, por décadas de falta de mantenimiento, negligencia política, robo del erario público e infiltración mafiosa en las obras, que apenas caen cuatro gotas el país entra en estado de emergencia. Roma, por ejemplo, queda puntualmente colapsada. Esta vez ha sido especialmente dramático en Pompeya, donde se ha derrumbado la Casa de los Gladiadores, como pueden ver en la foto de aquí al lado.
Qué decir de Pompeya que no sepa quien haya pasado por allí. Uno de los monumentos arqueológicos más fascinantes del mundo pierde tres millones de euros al año. Le harían falta 500 empleados más y el mantenimiento es irrisorio. Pero bueno, también el Palatino, en Roma, se cae a pedacitos y la Domus Aurea está cerrada tras otro derrumbe.
A todo esto se recorta el presupuesto de Cultura, porque según el ministro de Economía, Giulio Tremonti, «de cultura no se come». En el caso de Italia eso especialmente falso, pero él sabrá.
Según ha lamentado el arqueólogo Andrea Carandini, presidente del Consejo Superior para Bienes Culturales, el año próximo sólo habrá 53 millones de euros para todos los recintos y yacimientos arqueológicos de Italia. «Más o menos como la liquidación de un alto ejecutivo», ha añadido. De todos modos, en su opinión, el derrumbe de Pompeya es una tontería, pues arguye que se trata de una estructura reciente y que se puede recuperar. Pero lo que dicen él y todos los expertos es que habrá nuevos derrumbes.
Ah, hoy hay huelga -es viernes, así se hace puente- de todos los museos, teatros y cines en protesta por los drásticos recortes a las ayudas al espectáculo.
Pero hoy no hablamos sólo de la crónica agonía del sur -500.000 personas sin agua potable en Salerno o 200 atentados mafiosos en cinco años contra las obras de la interminable autopista Salerno-Reggio Calabria-, sino del norte. El Véneto se ha ahogado estas semanas en unas dramáticas inundaciones que, curiosamente, apenas han tenido repercusión en la prensa nacional. Ciudades maravillosas como Vicenza presentaban este aspecto:
Este triángulo entre Verona, Vicenza y Padova, tres ciudades para enmarcar, es uno de los motores de prosperidad de Italia. Aquí se han arruinado ahora unas 5.000 empresas agrícolas y 3.000 pequeñas empresas. Lo privado en Italia siempre sale adelante contra viento y marea, gracias a sus formidables individuos. Lo malo es lo público: ahí prima siembre el abandono. Esta vez es igual. Por ejemplo, el proyecto para canalizar y tener controlado el río Chiampo, uno de los cauces desmadrados en Verona, duerme en un cajón desde 1993. El presupuesto era de 55 millones. Ahora cuesta 1.500 millones recuperar esa zona. Y unos 5.000 toda la región afectada. Hay más: el caos público y la corrupción han llenado el territorio de viviendas, fábricas y naves industriales levantadas en zonas donde no debía haber nada. Casi un tercio del Véneto, 161 municipios sobre 580, corre riesgo de inundaciones.
Ah, desde 2008 el Gobierno también ha recortado a la mitad el presupuesto de Medio Ambiente, otra cosa sin demasiada importancia.
Esta semana el ministro de Economía, Giulio Tremonti, ha dicho que hacen falta 7.000 millones para «exigencias mínimas» de un plan urgente de desarrollo, pero sólo tiene 5.000.
Se vive de la chapuza cotidiana, del provecho inmediato, preparados como mucho para la constante emergencia. Lo ha dicho el presidente de la República, Giorgio Napolitano, en referencia tanto a Pompeya como al Véneto: se deben a «un abandono terrible» y son una vergüenza para Italia.
En la línea de las reflexiones de alto nivel, la lucha por la pela ha llevado al presidente del Véneto, Luca Zaia, de la Liga Norte, a decir que el dinero tiene que ir antes para sus inundaciones que «a las cuatro piedras de Pompeya».
¿Qué hacer? Pues un artista veronés llamado Dario Gambarin, ha cogido un tractor y ha hecho esto en un prado de Castagnaro, provincia de Verona:
Este grito de Munch en un sembrado representa muy bien la desesperación de muchos italianos. El autor ha explicado: «No se puede traicionar la tierra, es como traicionarnos a nosotros mismos y a nuestra vida, cualquier forma de vida. El territorio se debe proteger, defender, pensando en el futuro y en las generaciones que vendrán».
Bajo el magma caótico de la realidad italiana bullen individuos imaginativos, artísticos, que no se rinden, hacen lo más inesperado y buscan soluciones ocurrentes. Y hacen gestos gratuitos, desinteresados y bellos. Al final sobreviven y son razonablemente felices. Si además les acompañara un país que funcionara, Italia no tendría rival, pero así es la vida.
Para terminar quería insistir en desterrar la idea de que los italianos del norte no son tan italianos. Una de las más grandes y feroces comedias italianas, ‘Signore e signori’ (1966, Gran Prix en el Festival de Cannes), del maestro Pietro Germi, genovés (norte). Transcurre en Treviso (norte), donde destripa las miserias de la burguesía local:
Sinopsis: El Cinquecentto del pelmazo Scarabello corre que se las pela para llegar a casa del doctor Castellan. Está alarmado porque ha dejado a su amigo Toni Gasparini con su mujer. Lo ha hecho con toda tranquilidad pensando que es impotente, como le ha confesado en secreto, aunque él se ha reído de él en la cara y luego se lo ha contado a todo el mundo. Pero Scarabello le ha soplado que se fueron de putas sólo diez días antes a Padova.
El doctor entra hecho una furia y sale su mujer. Le explica que Gasparini se encuentra muy mal, que se le ha puesto a llorar y dice que está enfermo, y por eso le ha dejado entrar. Hasta le ha dado una aspirina. Luego se encuentra a su amigo muy acongojado, pero le desvela muy airado que sabe lo de Padova. Gasparini replica que es una tontería, que mintió, tan acomplejado que estaba, y hasta pagó a la señorita para que lo ensalzara como un semental. El doctor entonces se relaja y se vuelve a reír de su amigo. Le pregunta por la tensión, que tiene muy baja, y le recomienda un reconstituyente. «Te lo agradezco, porque a veces, también las palabras hacen bien…», responde conmovido Gasparini.
Pero al salir… la famosa escena de los tirantes. El espectáculo de traición, celos, burla, engaño, farsa y violencia se detiene de inmediato cuando el pelmazo de Scarabello, que es un cotilla, vuelve a llamar a la puerta. Le dice que si le acompaña a casa, que el coche no funciona. En el vídeo no sale, porque se acaba ahí, pero la reacción del doctor es de libro: prefiere irse y dejar solos a los dos amantes en su propia casa, manteniendo las apariencias, a que se sepa la verdad. Antes de cerrar la puerta les ordena: «E che resti fra noi!» (¡Y que quede entre nosotros!).
Pues eso, al hilo de los últimos debates. Nada les atormenta más que la imagen. Es esencial para sobrevivir en un mundo hostil. La vida queda reducida así a tragicomedia, que es uno de los puntos de vista más sabios que se me ocurren.