Qué fijación, dirán ustedes. Pero no, ya no es para reírse. Los destinos de la pobre Daniela Martani, la ex-azafata de Alitalia que acabó en Grande Fratello, son una parábola cada vez más perfecta de algunos rasgos de la sociedad italiana y de los funestos resultados de la fascinación de la fama televisiva. En un nuevo capítulo de sus desgracias, se presentó este domingo en otro programa basura, ‘La fattoria 4’ (La granja), pero no duró ni un asalto: el público la echó en el primer programa sin contemplaciones con el 75% de los votos. Cuatro millones de espectadores, 21% de cuota de pantalla. La gente ya la ha demonizado. «Quizás no es mi momento para los ‘reality’», reflexionó.
Pobre Daniela. Recordarán su accidentada biografía mediática. No dejó de lucirse en las fotos durante las manifestaciones laborales de la crisis de Alitalia, posando ante la prensa descaradamente, saltó a la fama, apareció en programas y al final, pese a ser uno de los afortunados trabajadores que no echaban a la calle, se largó para entrar en Grande Fratello 9. Como amenazaron con despedirla porque en realidad había ido en sus vacaciones y ya se le habían terminado, dejó la casa de los majaras a los 22 días. Sin embargo la despidieron igual, aunque ahora ha reclamado en los tribunales. Después decidió ir a ‘La fattoria’, uno de los programas más espantosos: envían una panda de energúmenos famosos de tercera fila, con aspiraciones de pasar a la primera, a una granja de Brasil a currar entre fango, cerdos y gallinas. A esto quería llegar al menos la pobre Daniela y ni aquí la han dejado.
Daniela Martani es una chica italiana más, entre miles, que desea con todas sus ganas ser famosa cueste lo que cueste gracias a su cara bonita, haciendo lo que sea. La capacidad de envilecimiento de este mundo entre las candidatas es ilimitado, al igual que su poder de destrucción y su crueldad si es que llegan a tener un momento de visibilidad. Ya hace más de cuarenta años una espléndida película de Antonio Pietrangeli, ‘Io la conoscevo bene’ (Yo la conocía bien, 1965), reflejaba los desvelos de una chica de pueblo (fantástica Stefania Sandrelli) por llegar al mundo del espectáculo en Roma. Aquí vemos una escena en una fiesta en la que, aún sin saberlo, contempla un alma gemela, el gigantesco Ugo Tognazzi, en un breve papel que le dio un ‘nastro d’argento’: es un actor venido a menos que merodea por las fiestas -esas fiestas romanas que salen en tantas películas y que siguen siendo exactamente iguales- en busca de un papelito, un favor o simplemente algo de comer:
Sinopsis: Un actor famoso con ganas de divertirse toma el pelo a Baggini (Tognazzi), contando que en sus tiempos fue un famoso ‘latin lover’ y que hasta Ava Gardner estuvo enamorada de él. «¿Enamorada? Bueno, perdió un poco la cabeza -contesta-, me la encontraba siempre a la puerta de casa». «Pero tú nada ¿eh? Duro, la hacías sufrir. Al final le dijo: vete con Dominguín o con quien quieras, pero con Luigi Baggini nada de nada», ironiza el famoso. «¿Pero es verdad?», le pregunta la chica de al lado. «Qué va, es todo mentira, es un loco».
En ese momento aparece otro muerto de hambre colado en la fiesta, Cianfanna (Nino Manfredi), un agente de medio pelo y les presentan para seguir la broma. Cuenta que está preparando una película y Tognazzi dice que sabe hacer de todo. El actor consagrado mete baza: «Piense que Baggini sabe ocho lenguas». Manfredi le pregunta si sabe montar a caballo, pero Tognazzi no sabe. Entonces dice que sabe bailar claqué. Le piden que haga una demostración y aunque no tiene zapatos empieza su exhibición. Presenta el número: el tren.
Cuando termina todavía le pican para que cuente un chiste. «Espera», murmura recuperando el aliento.
Para los que viven en Italia, esta película está estos días en los quioscos con el ‘Corriere della Sera’.