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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Cosas de Roma (1)

El café aquí se debe pedir con dos effes. No sé por qué pero así está más rico. El café de Italia es el mejor del mundo, eso debe quedar claro. Es una de las cosas que más se echa de menos cuando uno se va. España ha mejorado con sus brebajes e incluso Francia, que estaba a niveles tercermundistas, y el ‘espresso’ ya es artículo de consumo mundial. En Italia es sagrado.

Este café de la foto es un café normal de Roma, aunque falta el vaso de agua al lado, que te lo suelen poner, o si no lo pides. Vean la taza maciza y pequeñita. Vean el ‘scontrino’, el recibo, porque en Italia se paga antes, algo a lo que uno tarda en acostumbrarse. Pero yo ahora en España me voy sin pagar de los sitios pensando que ya he pagado. el caso es que a veces funciona. Como ven, cuesta 70 céntimos. Encima del ‘scontrino’ se pueden poner cinco o diez céntimos, la ‘mancia’, la propina.

Al lado está el azúcar. Entre las tonterías de la UE una de las más penosas fue cuando en 2002 prohibieron los azucareros caseros en los bares. Daba mucha familiaridad. Antes tenías un azucarero grande, con su cucharilla, del que te servías como en tu casa. Ahora, lo máximo, son estos con dosificador, la última resistencia a los sobrecitos.

Ya se habrán fijado que hay muy poco café. El turista desinformado lo toma como un engaño (más), pero es así, un sorbo, máximo dos, de sabor denso e intenso. Los italianos se lo toman de una tacada, como los vaqueros el whisky en las películas del oeste. Pueden caer cuatro o cinco a lo largo del día. El sentido del café no es la larga conversación, sentarse a echar la tarde, como en España, sino la pausa breve, el encuentro entre una cosa y otra, la cita puntual para hablar algo de trabajo. Propicia los contactos, algo fundamental en esta sociedad. Obviamente, el centro de Roma, hábitat de la política y los funcionarios, está lleno.

Esto nos lleva a la dimensión de la barra, cuyo reducido tamaño se observa en la fotografía. Las barras del bar italiano son estrechas, uno apenas se puede apoyar en ellas. Son para dejar la consumición, que se bebe más o menos aceleradamente. La gente mira raro a los españoles que llegan, piden algo y se hacen fuertes en corrillo. Estorban. El bar italiano no es un lugar tan social, ya hablaremos de ello otro día.

Por supuesto, deshagamos el equívoco, el ‘capuccino’ es una cosa para desayunar. Para los italianos tomarlo más allá del mediodía produce vómitos de sólo pensarlo. Los italianos alucinan cuando los guiris lo piden después de comer. Echarle cacao espolvoreado por encima también es bastante de guiri, pero hay italianos a favor.

En todos los bares españoles las cafeteras son italianas, porque son las mejores. A mí me emociona, como un secreto susurrado en clave en medio de desconocidos, cuando veo escrita una frase inscrita de forma habitual en algunas de ellas: «L’espresso quello buono buono si beve solo al bar». En el bar italiano, claro.

Para terminar, Sophia Loren nos explica cómo se hace un buen café, napolitano en este caso. La cafetera es diferente, como verán. Es de ‘Questi fantasmi’, una divertida obra de De Filippo, llevada al cine por Renato Castellani en 1967.


Sinopsis: Gassman, afortunado vecino de la Loren, se toma un café en la terraza y ella le explica que su máximo placer es tomarse un café tranquilamente en el balcón. “Un café como lo hago yo, se entiende. Con esta cafetera se pueden hacer dos tazas, pero se pueden sacar tres en el caso de que haya una tercera persona. Yo el café me lo tosto yo me misma. ¿También usted? Hace bien, porque la cosa más difícil es adivinar el punto justo de cocción. El color, de manto de monje. El agua debe hervir por lo menos cuatro minutos. Es un pequeño secreto, pero importante. Luego, antes de colarlo en la parte interna de la cápsula agujereada, hay que espolvorear el fondo con media cucharadita de polvo fresco, apenas molido, de modo que en el momento de la colada el agua hirviente ya se aromatiza por su cuenta. Otro consejo: mientras está pasando, este cucurucho de papel, para que el humo denso del primer café que pasa, que es el más cargado, no se pierda. Este papel no vale nada, pero tiene su función. Lo meto en el morro…

-Eeeh?

-El morrito ¿claro?

Sí, como le pasa a Gassman hay que verlo dos o tres veces para enterarse de algo, porque uno se queda embobado mirando y escuchando a Sophia Loren, con su acento napolitano.

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