Aunque la traducción original de birdseye es pájaro, lo que tuvo nuestro amigo en 1925 fue una auténtica vista de lince y es que Clarence Birdseye tuvo la excéntrica idea de conservar los alimentos en hielo y hasta que no lo consiguió no paró. Lo que más le preocupaba es que cuando el agua del hielo se derretía, el agua que quedaba derretida generaba un entorno que favorecía el desarrollo de bacterias y estropeaba los alimentos. Un buen día aburrido de su vida en New York se traslada a Labrador y allí observa como en los helados inviernos cerca del mar se congelaban los peces rápidamente y al descongelarse quedaban prácticamente con el mismo sabor. Observó también que el fuerte viento de Labrador en invierno y la rica salinidad creaban la congelación perfecta, haciendo no proliferar las bacterias, con lo que empezó a desarrollar lo que sería la congeladora moderna con ayuda de frío, una sal y viento; con un ventilador y un cubo de salmuera. La sal que utilizó fue en vez de cloruro sódico (que es la sal comestible), cloruro de calcio que era más efectiva.
A base de muchas pruebas descubrió que la congelación rápida desarrollaba cristales pequeños que no variaban el sabor (al contrario que la congelación lenta que con cristales grandes si afectaba al sabor). El 1928 se vendieron en EEUU, 500 toneladas de alimentos congelados y en 1929 Birdseye encontró un comprador para su empresa de congelados, que recibió el nombre de General Foods, a imagen de General Electric o General Motors. Al morir con 69 años y dejando un legado de más de 200 inventos, dijo: “No me considero una persona especial sólo soy un tipo con una gran curiosidad e instinto de jugador”, casi nada. Gracias Birdseye, tu contribución fue sin duda una de las grandes revoluciones gastronómicas del siglo.
foto soulrider