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La gala de presentación de los Juegos Olímpicos de París ha sido decepcionante, o mejor dicho, ha sido una burla afrancesada con tintes de oscuros tiempos de aquel terror revolucionario (cortacabezas) del ínclito Robespierre y compañía.
Han pretendido mostrarnos el supuesto “glamour francaise” y ha resultado todo un bochornoso bodrio de penosa vergüenza ajena.
Después de un repaso por la historia de Francia, interpretada evidentemente desde un punto de vista muy “local”, y no exento del chovinismo clásico que pringa todo lo que toca el personal vernáculo, se desató la catástrofe televisiva que solo es comparable a ese otro bodrio que llaman Eurovisión.
Lo que se supone que iba a ser una ceremonia representando los valores olímpicos universales, priorizando los atletas y no el infumable show, se convirtió en un desfile de Drag Queens bajados del “orgulloso” camión madrileño.
Hay un apartado especialmente destacable, en este lamentable espectáculo que hemos visto. Es la representación de una Última Cena, ofensiva, insultante, chabacana y cobarde… ¿Se hubieran atrevido a hacerlo, aludiendo al Islam?
Cantaclaro
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