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La historia nos dice que la decadencia de un país, pasa casi siempre desapercibida a los ojos de los que la sufren. La presencia en el poder de los más incapaces, invariablemente ha sido un indicativo de que la sombra del ocaso y eventual desastre, ha tomado las riendas del hundimiento colectivo.
No se requiere ser un analista muy concienzudo para darse uno cuenta de la “crisis total” que se hace presente en todas las sociedades actuales, sin importar su origen étnico, cultural, económico o tecnológico, y que han tenido como consecuencia un deterioro acelerado, en el que la verdad y la historia son continuamente reinventados y “manipulados”.
Mientras que parte de esa sociedad nuestra observa impaciente, en otros muchos casos es indolente. Los supuestos intentos de rectificación en manos de políticos irresponsables y poco o nada cualificados, únicamente han servido para desnudar la lamentable realidad, y han terminado de hundir lo que quedaba de pensamiento racional y crítico.
Lo dicho anteriormente, pudiera parecer exagerado, pero es mi opinión que la crisis de la humanidad a la que me refiero, se hace cada vez más visible y llega hasta las profundidades del espíritu y esencia del Homo sapiens, evidenciando el retroceso de estos tiempos.
Otro de los síntomas de esta decadencia lo podemos ver de forma más tangible, en las manifestaciones donde se refleja el espíritu creativo de la humanidad, las artes. La música, la pintura, la escultura, el cine, etc., entre muchas otras expresiones, son la nueva “tendencia” en este ámbito degradado.
Referidos a la música, por ejemplo, actualmente, en múltiples casos, las dotes del artista han sido reemplazadas, por un software que crea el “ritmo de moda” del momento o dispositivos que modifican la voz en un estudio de grabación, creando artificialmente magníficos registros. Pero cuando el artista (que en muchos casos ni sabe leer una partitura musical) se presenta en vivo y en directo con su público, deja al descubierto sus carencias e incapacidades.
También basta echarles una rápida mirada a las artes plásticas de hoy, para enterarnos de que obras que no resisten el menor análisis artístico con algún sentido, son ni más ni menos que unas tomaduras de pelo vendidas por un dineral. Poco importa que el resultado final de la “creación artística” fuera o no intencional de su creador, para dejar al descubierto, la realidad decadente de “ese arte”, o algo peor del propio autor.
Así mismo, quienes aprecien el llamado “séptimo arte”, compartirán conmigo el desafío que supone para todo aficionado al buen cine, encontrar en la oferta cinematográfica actual una película cuyo contenido no sea un sin fin de deformaciones históricas, propaganda política, apologías delictivas, atentados al decoro, inmoralidad, drogas y demás “deportes de barriada marginal ”.
Hay otro capítulo que, por baladí que parezca, es muy significativo y revelador del asunto que me ocupa hoy. Sabido es que toda persona es dueña de su cuerpo y por ende, la única con derecho a decidir lo que quiere hacer con él. En materia de gustos, colores y estética personal no hay nada censurable, pero se reconozca o no, todo en esta vida tiene sus limitaciones.
La metamorfosis provocada voluntariamente, en muchos casos mutilante, es otro síntoma de retroceso. Viejas culturas como la de Grecia, Egipto, Islas del Pacífico Sur, Australia, etc. la practicaban y muchos creíamos ya superada, pero han vuelto a formar parte y arte de estos tiempos.
A menudo vemos con verdadero espanto personas convertidas a fuerza de cirugías, piercing, tatuajes de cuerpo entero (genitales incluidos), escarificaciones, limado de dientes, implantes y demás “encantadoras preciosidades”, en auténticos monstruos vivientes que alardean de su grotesca “modernidad”.
Vemos también cómo las sociedades actuales, se han apartado de las religiones. La crisis de las llamadas vocaciones son evidentes, hoy en día las Iglesias se ven desiertas y acusan de un importante déficit (muchos lo definen como terminal) de los credos religiosos.
En política, las sociedades monárquicas (en su mayoría) terminaron colapsando por el culto a las democracias representativas, y estas terminaron enfrentando y por fortuna (también en su mayoría) derrotando los cultos autocráticos fascistas y comunistas del siglo XX.
Un fenómeno que no nos ha hecho más tolerantes, ni más piadosos, ni más comprensivos, ni más pacíficos, por el contrario, alimenta el conflicto social tan buscado por la mal llamada izquierda “progresista” en todas sus acomodaticias variantes.
Pretendemos usar los conocimientos científicos para echar abajo un orden que llamamos “antiguo” e imponer uno nuevo… igual de malo… o peor.
Decía en nota anterior, que soy optimista por naturaleza… pero cada día menos.
Cantaclaro