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Una noche en el campo base del Everest

Hoy hemos tenido otra noche fresquita en el campo base del Everest. ¡Aunque no tanto como la de ayer! ‘Solo’ 5 grados bajo cero dentro de la tienda. ¡Uno menos que ayer! El problema es que las noches se hacen largas. A las siete de la tarde cenamos y por mucho que alarguemos la tertulia posterior, el frío nos puede y para las nueve o nueve y media estamos ya todos en el saco. Aunque antes tenemos tiempo de disfrutar de unas vistas increíbles de las montañas que nos rodean, ayer iluminadas además por la luna casi llena.

Uno de los síntomas de no estar aclimatados, como es todavía nuestro caso, es la falta de sueño, así que las noches se hacen más largas. El ipod (¡Nereaaa, como se apaga!) ameniza el paso de las horas pero al final das tantas vueltas que no encuentras postura. Y eso si alguna piedra mal puesta bajo la colchoneta no acaba de amargarte la noche. El caso es que de puro aburrimiento acabas por dormirte. Pero de pronto abres el ojo de nuevo. Mmmmhhh… que gustito. He dormido y estará a punto de amanecer… craso error.

El mismo reloj que te marca los cinco bajo cero te avisa de que todavía son las 3 de la madrugada… tres horas para que amanezca, cuatro y media para que el sol pegue en la tienda y cinco y media para el desayuno… Otra vez a dar vueltas… la boca está seca… saco el brazo y busco a tientas la botella de agua. ¡Joder qué frío! La encuentro… está congelada. No del todo. La agito un poco y bebo un sorbo. Espero a que se temple en la boca y la trago. Ya estoy más cómodo. El brazo vuelve al saco. Otra vez vueltas y vueltas. ¡Crank! Los sonidos del glaciar, esta noche especialmente activo, animan la espera. Ya voy cogiendo el sueño otra vez… ssssshhhhh… los ojos se cierran… ¡¡¡Noooo!!! ¡Otra vez desvelado! Y ahora qué c… pasa! ¡La vejiga!
-Venga Fernando, que aguantas hasta la mañana.
-Sí, pero sin pegar ojo.
Otra vez brazo fuera de saco. Palpo hasta encontrar la botella. La otra botella. No hay duda. Es la que tiene la boca ancha. Pero así no hago nada. Dentro del saco no hay espacio. ¡Y no quiero ni imaginar un accidente!
¡Venga Fernando, un último esfuerzo!! Abro la cremallera. En ese estado, el frío no parece tanto.
Segunda duda: tumbado o de rodillas. Venga, hagamos un alarde. Tumbado… que gustito… gustito… gustito… Pero de pronto la duda me corroe. Estoy a oscuras y mi única referencia es el sonido ¿Cuándo llevo orinando? El bote es de un litro.
-Venga, un poquito más que ya estoy acabando.
-No, no. ¡Para! ¡Que la vas a armar! Incorpórate, busca la frontal, enciéndela y… medio bote aún vacío. Y por supuesto las ganas de lo que quedaba se han desvanecido.
Pero esta vez sí, de vuelta al calor del saco, el sueño llega por fin de verdad.

Amanece un nuevo día… nevado. Con el ajetreo nocturno ni me he enterado de la nevada que ha caído. Apenas unos centímetros, pero suficiente para cambiar el aspecto del todo el campamento. Pese a ello, la mañana es soleada y hay trabajo que hacer: instalar y ordenar la despensa. Sin embargo, su director causa baja. Asier Izagirre está con fiebre y no se pasa todo el día en su tienda dentro del saco de dormir. Se pierde la tarea que más le gusta. Edurne, Ferran, Nacho y Pablo, el médico, le toman el relevo.

Avanzada la tarea, el doctor –el ‘doc’ a partir de ahora, que es como le llaman los alpinistas- se lleva las manos a la cabeza y confirma lo que Asier ya le había comentado un mes atrás. Hay comida para un regimiento. La explicación es sencilla. Asier es siempre el encargado de hacer la compra de la comida que se lleva desde casa, que para esta expedición contaba ya con las directrices del ‘doc’. Pero el día elegido Edurne decidió acompañarlo. El resultado es que se gastaron para esta expedición lo mismo que para las dos del año pasado (Annapurna y Shisha Pangma). “Desde luego hambre no vamos a pasar”, se ha reafirmado el ‘doc’. Para Edurne no es un problema porque “lo que sobre se lo llevarán los sherpas y el staff de cocina”.

El amaiketako nos ofrece las primeras delicatessen: chorizo, mejillones, berberechos, biscotes y ¡vino!. Y para comer pasta italiana.

Pero el día no viene limpio y justo después de comer, a las dos, cae otra fuerte nevada. Esta vez la ropa de noche (tres capas completas) se adelanta a las tres de la tarde. Un día más termina en el campo base del Everest. El tercero. Quedan treinta, en el mejor de los casos.

‘Zona Cero’ del CB de Edurne Pasaban. De izquierda a derecha, cocina (azul), comedor, tienda de comunicaciones, tienda de TV y palacio de Edurne.

Edurne comprueba que todo está en orden mientras Nati, el cocinero, a la izquierda, asiste con indisimulada satisfacción al proceso.

Dos ‘pequeños’ quesos, de diez kilos cada uno.

El ‘doc’ cuelga el embutido del techo de la despensa.

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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