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Comenzamos la marcha al campo base del Everest

El comentario era casi unánime hoy entre los miembros de la expedición de Edurne Pasaban al Everest. “Uff, ya era hora, mañana por fin comenzamos a andar”. Efectivamente, mañana comienza la expedición de verdad. Lo que hemos vivido estos cuatro días en Katmandú ha sido una sucesión de compromisos y gestiones tan necesarios como cansinos. Bueno, excluyo de ese calificativo la visita de Elizabeth Hawley , no se vaya a enfadar. Y con el cariño que me tiene es lo único que faltaba.

Para ser sincero, la visita al Kailash Hostel , la residencia auspiciada por la Fundación Montañeros por el Himalaya, la ONG de Edurne Pasaban, no solo no fue un compromiso, sino que resultó una auténtica gozada. Allí viví, y creo que puedo hacerlo extensible al resto de la expedición, uno de esos momentos que te reconfortan con el género humano. Fueron casi tres horas de las que te hinchan el corazón.

Pero entre los muchísimos detalles y momentos que vivimos en aquella visita, creo que hay un aspecto que invita a la reflexión y sobre el que nos llamó la atención Pablo Díaz-Munío, el médico del grupo y un tipo de lo más interesante del que os hablaré un día con más tranquilidad porque lo merece. En todo el tiempo que estuvimos en las instalaciones entre los niños -cuya edad oscilaba entre los 4 y los 15 años- no vimos a ninguno llorar ni una sola pelea o discusión entre ellos. Vete tú al patio de un colegio cualquiera de nuestro país hoy en día a la hora del recreo, junta a 50 niñ@s y a ver qué pasa.

Lo que si se ha hecho tedioso ha sido toda la organización del material de la expedición. Se ha prolongado durante dos días porque el cargo aéreo ha estado retenido en el aeropuerto más tiempo de lo previsto. El plan era dejarlo todo organizado el martes, pero al final llevó dos días. El martes, ya que no estaba el material enviado desde España, estuvo dedicado a revisar concienzudamente todas las tiendas de campaña de la expedición, muy especialmente las que van a utilizar en los campos de altura. El almacén de Thaserku, la agencia con la que trabaja Edurne, incluso tiene una persona, con máquina de coser incluida, encargada de remendar cualquier desperfecto.

Al día siguiente llegó el momento de chequear y reordenar de los bidones personales. El asunto tiene su enjudia, ya que primero hay que comprobar que todo ha llegado sin novedad ni desperfectos y luego hay que dividir todo el material en dos partes. Por un lado lo que no vamos a necesitar hasta el campo base y por otro lo necesario para la marcha de aproximación, que va repartido entre una carga de 25 kilos máximo que llevará un porteador y la mochila que cargamos a la espalda. El dilema parece sencillo, pero no lo es tanto. La marcha de aproximación dura ocho días, en los que ascendemos desde los 2.800 metros del aeropuerto de Lukla hasta los 5.300 del campo base. Una semana larga la que no sabemos la meteorología que nos espera y pasamos del clima cuasitropical que hay en la parta baja del valle del Khumbu al glaciar del campo base.

Así que hay que llevar un poco de todo, pero sin pasarse. La verdad es que cuando concluyes el trabajo y ves la obra -los bidones reordenados y con el peso ajustado, el bolsón y la mochila llenos con todo bien distribuido y ordenado- te sientes orgulloso… hasta que el tercer día del trekking te das cuenta que se te ha olvidado Dios sabe qué (os lo contaré cuando llegue el momento. Que llegará. Es pura ley de Murphy).

Hoy el día ha sido bastante tranquilo, al menos para mí. Han llegado dos directivos de Endesa -patrocinador de Edurne- que van a acompañar a la expedición hasta el campo base y la tolosarra y sus compañeros han tenido que ejercer de anfitriones. Yo he aprovechado para hacer las últimas compras, como una funda para la cámara pequeña o un bote para mear por la noche en la tienda.

Sí, sí, no hagáis muecas. Es uno de los elementos imprescindibles en toda tienda de campaña de campo base. Y si no imaginaros la escena: Campo Base del Everest, tres de la madrugada. 10 0 15 grados bajo cero en el exterior. Con un poco de suerte, en la frontera de los cero grados dentro de la tienda… y la vejiga dice que no aguanta más. Sal del del saco, busca la frontal, vístete, sal de la tienda y busca un sitio para mear… si es que llegar. Solución: bote de litro (dos por si acaso) dentro de la tienda y tener cuidado de cerrarlo bien.

Se suelen utilizar los de litro de boca ancha (por eso de la puntería), iguales a los usados por los habitantes del campo base para beber y cuidar la tan importante hidratación a esa altitud. Así que también os podéis imaginar los chistes sobre confusiones que suscitan.

En definitiva, que mañana comienza lo bueno. Y espero poderlo contar en este espacio. De momento, empezamos con emociones fuertes. Mañana volamos en avioneta hasta el aeropuerto de Lukla , considerado entre los aeropuertos más peligrosos del mundo: una pista de 300 metros y casi 15% de desnivel, perpendicular a la ladera de una montaña de casi cinco mil metros y que termina en un precipicio de casi mil. Una vez en tierra comenzamos ya la caminata, el primer día de unas 3 o 4 horas hasta Phakding. Lo dicho: creo que nos vamos a divertir.

Ferran Latorre, Edurne PAsaban, Nacho Orviz, Pablo Díaz-Munio y Asier Izagirre.

Miss Hawley, con los expedicionarios.

Edurne y Carlos Pauner, durante la firma de los permisos de escalada.

Chequeo a fondo de la tienda de campaña de altura.

Responsable de coser y arreglar las tiendas en el almacén de la agencia.

Revisando y rehaciendo los bidones con el material personasl.

Dentro de esos dos bidones, el bolsón y la mochila van todas mis pertenencias para los dos próximos meses.

Edurne Pasaban con Temba, la niña que amadrina en el Kailash Hostel.

Hora de comer en el Kailash Hostel.

Foto de familia de los niños del Kailash Hostel con la expedición.

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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