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Sangre fetal, sangre materna

Las mujeres embarazadas suelen decir que les falta el aire cuando realizan esfuerzos; se quedan sin resuello con facilidad. Inspiran profundamente con frecuencia. Algunas piensan que eso que les pasa se debe a que el feto les quita espacio para expandir la cavidad pulmonar al inspirar. La verdad es que no sé si eso es así; no sé hasta qué punto el feto puede llegar a limitar los movimientos del aparato respiratorio de la madre o a comprometer parte del volumen de inspiración.

Pero aunque no los limitase, hay una razón fisiológica por la que las mujeres embarazadas de varios meses experimentan una cierta sensación de ahogo, y esa razón tiene que ver con las necesidades respiratorias del feto. El feto, como es natural, necesita oxígeno. Además, su actividad metabólica es alta. Hay dos razones para que así lo sea. Por un lado, al ser un organismo de pequeño tamaño, le ocurre lo mismo que al resto de los seres vivos de pequeño tamaño; esto es, tienen una tasa metabólica (por unidad de masa) mayor que los individuos de mayor tamaño. Y por el otro lado, al ser un ser vivo en pleno crecimiento y desarrollo, se encuentra creando tejidos nuevos de forma intensa, lo que supone que su actividad metabólica ha de ser alta, del mismo modo que han de serlo sus requerimientos de oxígeno, de energía y de materiales estructurales. El calor que produce el feto es un claro indicador de esa alta actividad metabólica; esta es otra de esas sensaciones a las que suelen referirse las mujeres embarazadas: tienen calor y, sobre todo en verano, lo suelen pasar mal por esa razón. Es como si llevasen una estufita interior, y son ellas las que tienen que disipar el calor que produce esa estufita.

Así pues, las demandas metabólicas del feto son bastante altas y eso conlleva alta demanda de oxígeno. Por otra parte, el feto carece de un sistema propio para captar el oxígeno, por lo que tiene que valerse del que transporta la sangre materna desde los pulmones. Pero esto tiene su dificultad, porque como sabemos, el oxígeno va combinado con el pigmento respiratorio, -hemoglobina-, y no resulta fácil que éste ceda el oxígeno que porta. Se necesita una reducción importante de la tensión parcial de oxígeno para que el pigmento se desprenda del oxígeno con el que se encuentra combinado. El problema es que, en ausencia de algún dispositivo especial, si se produce una reducción muy fuerte de la tensión parcial de oxígeno, ello querría decir que el feto dispondría de muy poco oxígeno, insuficiente seguramente para satisfacer sus necesidades. Hay que tener en cuenta, además, que para llegar a la sangre fetal, el oxígeno que se encuentra en la sangre de la madre debe difundir a través del epitelio de la placenta, esto es, debe atravesar una barrera.

Como digo, en ausencia de algún mecanismo especial, al feto se le plantearía una tarea difícil, ya que a la tendencia de la sangre de la madre a “guardar” el oxígeno, se suma la dificultad añadida de tener que atravesar la “barrera” placentaria. Pero es evidente que esas dificultades han de resolverse de alguna forma. Y así es, porque la sangre del feto dispone de un pigmento capaz de “apropiarse” de ese oxígeno, de una hemoglobina que se lo “quita” a la hemoglobina materna. Eso ocurre porque la hemoglobina fetal tiene una alta afinidad por el oxígeno, más alta que la de la hemoglobina materna. Por esa razón, cuando ambos pigmentos respiratorios se encuentran en medios con similar tensión parcial de oxígeno, el oxígeno pasa de la hemoglobina materna a la fetal. Podría decirse que el feto tiene una cierta prioridad sobre la madre a la hora de disponer del oxígeno que la madre ha captado.

Esto es una característica que comparten todos los mamíferos, a pesar de que los mecanismos moleculares no son los mismos en todas las especies. De hecho, hay tres tipos de mecanismos, pero el resultado es muy similar en todos los casos: la afinidad por el oxígeno del pigmento fetal es superior a la del pigmento materno y gracias a ello se garantiza que el aporte de oxígeno al feto sea el adecuado para satisfacer sus necesidades metabólicas.

Por Juan Ignacio Pérez

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febrero 2010
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