El mercado del automóvil, especialmente el estadounidense, se tambalea y sus rectores tratan por todos los medios de que los gobiernos eviten su caída. Sus argumentos, sin duda, son de peso: miles de trabajos, por vía directa e indirecta, están en juego, y en un momento de recesión, el hundimiento de este sector no haría sino ahondar este círculo vicioso de la crisis: bajada del consumo-desempleo-mayor bajada del consumo-más desempleo…
Sin embargo, cabe plantearse si seguir ayudando al sector es realmente una buena medida a largo plazo. El sector del automóvil ha conseguido ya un milagro: hacer del coche un objeto más de consumo. Hace tan sólo unos pocos años, el automóvil era una inversión como lo podía ser la vivienda; uno sólo cambiaba de coche cada 10 ó 15 años. Además, cada familia tenía sólo un coche para todos sus integrantes. El gran milagro del sector se aprovechó de una circunstancia sociológica como fue la incorporación de la mujer al mundo laboral para incrementar su mercado. De esta forma, con el hombre y la mujer trabajando, muchas familias se hicieron con un segundo vehículo y las ventas se dispararon (en algunos casos, cuando los hijos alcanzaban la mayoría de edad, se podía incorporar un tercer vehículo). En definitiva, casi se cambia más de coche más que de televisión. Por otra parte, los últimos años de bonanza económica han permitido al sector multiplicar su oferta hasta límites insospechados. Los SUV han sido el mejor ejemplo. Un vehículo con supuestas cualidades de todoterreno pero destinado a la vida urbana. También se ha apostado por los coupé de cuatro puertas y por los SUV coupé. ¿Es posible seguir mezclando segmentos? Sin duda, pero la situación económica no los hará rentables. Cambio de mentalidad Como vía de escape, el sector del automóvil está apostando por los motores híbridos y eléctricos y por una reducción drástica de los consumos. Los anuncios de los nuevos modelos se encargan de subrayar estas cualidades. Sin embargo, creo que ésta no es la solución. El sector “está muerto” porque difícilmente podrá aumentar su número de clientes más allá de los actuales y porque el espacio en las ciudades es cada vez menor. De esta forma, apoyar esta industria puede ser útil a corto plazo (para los gobiernos, políticamente le dará no pocos votos), pero a la larga creará más problemas de los que soluciona. Desde mi punto de vista, es el momento de una reconversión industrial como se hizo en la década de 1980. Se trataría de incentivar el transporte público u otras formas más lógicas y económicas de desplazamiento. Como toda reconversión, será muy dolorosa y habrá que cambiar la mentalidad que asocia automóvil e independencia. La simple constatación de los enormes gastos (impuesto de matriculación, seguros, ITV, combustible, averías…) que genera un coche debería ayudar a cambiar esta arraigada mentalidad.