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Jon Garay

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La fabulosa historia de Ignatius Reilly

“¿Podrías aminorar un poquito la marcha? Creo que tengo un soplo cardiaco”, le dice ahogado Ignatius Reilly a su anciana -y aficionada al alcohol- madre cuando ambos huyen de la policía al poco de comenzar la novela ‘La conjura de los necios’, de John Kennedy Toole. ¿Pero cómo le puede dar a alguien un soplo cardiaco por seguir el ritmo de una anciana? Bueno, eso es porque todavía no conocéis al fabuloso Ignatius. Imaginemos a un hombre de treinta años, obeso, equipado siempre con un gorro de caza que le cubre hasta las orejas, excéntricamente bigotudo, torpe (“tengo un precario sentido del equilibrio desde niño”, suele decir él), miedoso (no quiere que su madre le deje solo por las noches) e insufriblemente hipocondriaco.

Para tener más claro de quién hablamos, basta un dato: su autor de referencia, el hombre que marca su forma de ver el mundo es… ¡Boecio! Aunque ahora este filósofo y político no es muy conocido, su obra ‘La consolación de la filosofía’ fue una de las grandes referencias en la Edad Media. En ella, el “último de los romanos” trataba de hacer ver que la felicidad no procede de la riqueza, la fama o los honores, sino de la búsqueda de Dios, una forma de autoconsuelo para el propio autor, que de ser consejero de Teorico el ostrogodo, fue condenado a muerte por éste. El tiempo que medió hasta su ejecución lo dedicó a este libro. Para completar su formación, la otra gran referencia de Ignatius es… ¡Batman!

Para este asombroso personaje, el mundo comenzó a degenerar con la Reforma del siglo XVI y la culminación de esta degeneración llega con el siglo XX. Con ello, su relación con los demás es -cómo decirlo- “difícil”. “Sólo me relaciono con mis iguales y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie”, dice a lo largo de la novela. Su primer conflicto llegó con la muerte de su perro. Pidió a un cura que oficiara el entierro; como se negó, sus relaciones con la Iglesia nunca se recuperaron. Pasó diez años en la universidad, donde se dedicó a insultar y amenazar a su profesor de sociología y a crear un partido político cuyo candidato debía ser elegido ¡por derecho divino! Más adelante intentaría lograr la paz mundial infiltrando homosexuales entre los militares (él, con su particular forma de ver el mundo, los llama directamente sodomitas). En la universidad conoció a Myrna, una especie de activista política obsesionada con Freud y más o menos ninfómana con la que tendrá sus más y sus menos a lo largo del libro.

Entre sus aficiones destaca sobre todo una: el onanismo compulsivo desde los doce años. Su imaginación le había llevado a practicar su “afición con la habilidad y el fervor de un artista y un filósofo, un erudito y un caballero”, para lo cual se servía de un guante de látex, un trozo de tela de un paraguas de seda y un tarro de Noxema (crema para la piel). Asombroso.

Este fabuloso personaje nació de la imaginación de John Kennedy Toole, un profesor de inglés que se suicidó al comprobar que la historia de Ignatius no parecía interesar a nadie. Sólo la insistencia de su madre consiguió que publicaran la novela. ‘La conjura de los necios’ logró el Pullitzer en 1981, doce años después de su suicidio. Si queréis pasar un buen rato, os la recomiendo.

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