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Jon Garay

Aletheia

El Nobel de Física deficiente mental que comía en bares de striptease

Antes de leer este post es necesario ver el video que adjunto al final del texto.

El tipo talludito que tan bien toca el bongo no es un cualquiera. Se trata de Richard P. Feynman, Premio Nobel de Física de 1965. Hablamos de un tipo que de niño sacó sus primeros dólares arreglando las radios de sus vecinos; un tipo que se aburría en clase y que aprendió álgebra gracias a su profesor de Física del instituto le dio un libro sobre el tema (de nivel universitario) para evitar que se aburriera y molestara; un tipo que estudió en el MIT y se doctoró en Princenton, donde impartió un seminario de Física al que acudieron Einstein, Pauli y Von Neumann; un tipo que participó en el Proyecto Manhattan cuando todavía no había conseguido el doctorado; un tipo que es considerado uno de los padres de la nanotecnología, un tipo, en definitiva, muy inteligente.

Pues bien, además de todo esto, este hombre tenía por costumbre, cuando daba clases en California, comer cinco o seis veces a la semana en un bar donde las camareras trabajaban en top-less. Cuando las autoridades quisieron cerrarlo, fue uno de los pocos clientes que se atrevió a declarar en defensa del establecimiento. “Profesor de física de Caltech que va seis días a la semana a ver bailarinas top-less”, fue el titular de los periódicos. Como también le dio por la pintura, el dueño de un prostíbulo le pidió que pintara un cuadro para su local. Por supuesto, aceptó.

Ya antes tenía costumbre acudir a bares de striptess a ligar con las chicas. De hecho, años antes, siendo profesor en la Universidad de Cornell -una de las más importantes de Estados Unidos-, tenía que desplazarse una vez a la semana a Buffalo para impartir un seminario. Como le gustaba la ‘acción’, quedaba siempre con el mismo taxista para que después de las clases le llevase a su bar preferido. En una ocasión tuvo una pelea y acabó con un ojo morado. Al día siguiente, de regreso en la universidad, un profesor de Filosofía -no se llevaba nada bien con ellos- le preguntó si se había golpeado con una puerta. “Nada de eso -respondió Feynman-. Me lo hice en una pelea en el retrete de un bar de Buffalo”. ¿Quién iba a creerle? Cuando fue a impartir su clase, comenzó como hacía siempre: “¿Alguna pregunta?”.

Sus extravagancias no quedaban aquí. Cuando trabajaba en el Proyecto Manhattan, se dedicó a abrir los archivos donde se guardaban los secretos de la bomba atómica. Como además de trabajar y demostrar la escasa seguridad allí reinantes no había nada más que hacer, aprendió a tocar el tambor, con el resultado visto en el video. Tiempo después, pasaría diez meses en Brasil, donde se unió a una escuela de samba y participó en los Carnavales.

Su relación con las Letras no fue del todo fluida. En una ocasión acudió a un Congreso sobre ética y ciencia. Antes del mismo, le pasaron una lista de libros que sería de interés conocer para esas jornadas. Comenzó a pasar las hojas y nada, no había leído ni uno. Cuando se reunió con sus compañeros de seminario, se encontró con un jesuita, un sociólogo, judíos ultraortodoxos… y no entendía absolutamente nada de lo que decían. El rigor al que estaba acostumbrado en su campo brillaba por su ausencia entre aquellos filósofos, “una gente particularmente inoperante”. Desde entonces, se prometió a sí mismo que nunca más participaría en una reunión de ese tipo.

Tampoco le gustaban demasiado los premios, ni siquiera si se trababa del Nobel. Eran las tres o cuatro de la madrugada cuando sonó el teléfono de su casa. “¿Para qué me molestan a estas horas de la madrugada?”. “Pensé que le gustaría saber que ha ganado usted el Premio Nobel!, le dijo un desconocido. “¡Síííí! ¡Pero ahora estaba durmiendo! Hubiera sido mucho mejor que me hubieran llamado por la mañana.” Su mujer, claro, no se lo podía creer.

Aquí está pues todo un Nobel de Física aficionado a los bares de striptess, a tocar el bongo, a los Carnavales y a reírse de los filósofos. Un tipo inteligente y extravagante que tuvo que salir del ejército tras la II Guerra Mundial al ser considerado “deficiente mental”. Increíble.

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