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Jon Garay

Aletheia

El Día Mundial del… Ordenador

Hoy se celebra el Día del Libro. Shakespeare y Cervantes, dos de las grandes referencias universales de la Literatura, unen sus fuerzas para intentar que esa mitad de la población que admite no leer nunca de un paso y dedique parte de su tiempo a estar en la compañía de los más dispares compañeros de viaje, pensadores, cronistas, historias… Pues bien, en un día tan señalado como hoy para el libro, propongo hablar de uno de sus grandes enemigos: el ordenador y su gran familia, compuesta por la electrónica e Internet. ¿Sería posible celebrar el Día del Ordenador?¿Es posible proferir hacia estos aparatos algo más que un sentimiento de utilidad?¿Tiene, con su medio siglo de vida, sus propios dioses a los que adorar, sus propios Cervantes o Shakespeare?

Es curioso comprobar el uso que se hace de la palabra ‘culto’. Según la RAE, ´culto’ es alguien ‘dotado de las calidades que provienen de la cultura o instrucción”, entendiendo por cultura ‘el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. En otras palabras, es ‘culto’ quien demuestra un buen conocimiento de la literatura, la historia, el arte, la música o la literatura. ¿Pero qué decimos de un experto en Física o Medicina? Por lo general, que es un gran científico, pero no que es ‘culto’. Sólo si al conocimiento de su especialidad se le une un interés por las áreas antes mencionadas decimos de esa persona que es ‘culta’. Esto implica un juicio de valor que pone por encima las Letras sobre las Ciencias, pero ¿por qué es cualitativamente mejor conocer las obras de Cervantes o Shakespeare y no las de Einstein o Gödel? ¿Porque la Física o las Matemáticas no azuzan el pensamiento crítico? Lo dudo, porque también estos tienen que echar abajo teorías dadas por ciertas hasta su llegada; lo dudo porque crear algo nuevo implica poner en cuestión lo preestablecido, con la carga crítica respecto a lo heredado que ello conlleva. Y cuando uno desarrolla su capacidad para poner en duda los conocimientos de su especialidad, es perfectamente posible que lo haga más allá de su ámbito.

Otro rasgo de una persona ‘culta’ es su amor por los libros, su defensa del ‘calor’ casi humano que emana del papel frente a la ‘frialdad’ de las máquinas. Los tres soportes fundamentales de la escritura han sido el papiro, el pergamino y el papel. El primero, usado por los egipcios, se usaba, sí, para escribir, pero también para hacer calzado; el segundo se hace a partir de reses no natas, es decir, que los grandes y respetados códices de la Edad Media encerraban lindos terneros que no llegaron a ver la luz, y el papel se hace a partir pulpa de celulosa, es decir, a base de talar árboles. Visto de esta forma, ¿son estos soportes más nobles, más humanos, que el aluminio, el plástico o el silicio? (En cuanto a la escritura cuneiforme, se hacía sobre tablillas de barro, que tampoco es considerado precisamente un material noble. ¿Acaso alguien siente especial fervor por los ladrillos?).

Cuando los libros se acumulan, dan lugar a bibliotecas. Pero no todas son iguales. Si uno hace referencia a la ‘biblioteca de Babel’, se ve inmediatamente rodeado de un aura de ‘cultura’. Borges es uno de los dioses de la cultura y su mera mención le hace a uno culto. ¿Qué sucede con la ‘biblioteca’ ideada por Tim Berners-Lee? Quien conozca la gigantesca obra de este inglés no es considerado ‘culto’, sino más bien ‘freaky’, un bicho raro. La diferencia real entre Borges y Berners-Lee es que mientras el primero imaginó una biblioteca universal, el segundo la creó. Cada vez que escribimos en un navegador las célebres www, estamos haciendo mención a esa ‘biblioteca’ que nació en el CERN para poner en común los conocimientos de los científicos allí reunidos y acabó extendiéndose a todo el mundo.

¿Y qué decir de la industria? Las grandes editoriales y librerías se autolegitiman afirmando ser los soportes de la cultura. Por el contrario, HP, Dell, Samsung o LG venden ordenadores, discos duros y televisones, cacharros sin el valor civilizatorio de los libros. En otras palabras, las primeras hacen negocio, sí, pero nos proporcionan un bien muy valorado, mientras las segundas sólo nos proporcionan productos de usar y tirar. Ante esta percepción, recuerdo unas palabras de José Manuel Lara Bosch (no he podido encontrar la referencia, así que os tendréis que fiar de mi memoria), presidente de la editorial Planeta, en las que decía que lo que le importaba de su célebre premio no era la obra en sí, sino lo que vendiera. Para hacernos una idea de esta mentalidad industrial, un ejemplo: pasadas sólo unas horas del fallecimiento del historiador Manuel Fernández Álvarez, La Casa del Libro incluyó en su página web un “emotivo” homenaje a este superventas de la historia. Hábil maniobra, sin duda, especialmente cuando se acaba de publicar su última obra. Y por si el prejuicio contra el afán de lucro que impulsa la industria sigue presente, Tim Berners-Lee rechazó hacer de su creación, la World Wide Web, una empresa de la que lucrarse.

A la vista de todo ello, ¿no es posible sentir algo más que un sentimiento de utilidad hacia esos ‘fríos’ aparatos que nos entretienen y nos hacen el trabajo más llevadero? Si los libros se convierten en fetiches aceptados socialmente para los bibliófilos y amantes de la cultura, ¿qué impide que lo sean los ordenadores sean fetiches tan nobles como aquellos y no algo propio de ‘freakies’? ¿Por qué no si nos permiten no sólo escribir un libro, sino ver y montar películas, escuchar y hacer música, o ver y hacer pases de fotos de forma increíblemente fácil? Ni el material del que están hechos es menos noble que el papel, el pergamino o el barro; ni sus contenidos tienen que ser esencialmente ‘peores’ que los librescos; ni la industria que los produce es esencialmente diferente de las editoriales. Y en sólo medio siglo de vida, ya tienen sus propios Shakespeare y Cervantes: Alan Touring, John von Neuman, Gordon E. Moore, Vincent Cerf, Tim Berners-Lee o Marc Andreessen. Quizás no os ‘suene’ ninguno, pero sus ideas y creaciones son tan geniales y dignas de elogio como las de los dioses de la literatura.

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