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Jon Garay

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O cambiamos o nos cambian

Domingos, fiesta; agosto, de vacaciones, y trabajo, ocho horas presenciales. Tres formas de comportamiento socialmente aceptados que creo (y espero) que cambiarán a no mucho tardar. ¿La razón? Que pertenecen a un mundo que no existe, a un mundo de economía secundaria, de fábricas. Los países más avanzados son desde hace años sociedades terciarias, aquellas que en lugar de producir “cosas” (coches, neveras…), producen servicios; aquellas en que las cadenas de montaje han sido sustituidas por médicos, abogados, dependientes, peluqueros, terapeutas u oficinistas. Estados Unidos es el ejemplo de todo ello: según Richard Florida (Las ciudades creativas), los empleos en fábricas representaban el 49% de todo el empleo en Estados Unidos en 1950; para 2005, se habían reducido al 24% y seguía cayendo. Dicho de otra forma, y siguiendo a Alan Greenspan (La era de las turbulencias), la economía estadounidense es siete veces mayor que en 1946, pero el peso literal de lo producido sólo es un poco mayor que entonces, es decir, que más que ‘cosas’ -que pesan- produce ideas -que no pesan-.

Desde el punto de vista económico, ya no somos productores, sino consumidores, y los hábitos de unos y otros son muy diferentes. Aunque lo dudo, quizás en el tiempo de las fábricas tuviese sentido el trabajo presencial o los descansos homogeneizados (vacaciones en agosto , fines de semana libres e incluso las dos horas para comer ), pero ahora ya no es así. El consumidor quiere poder satisfacer sus deseos en cualquier momento, no importa si es domingo o si es agosto. Cuando viaja a una ciudad, quiere poder comprar en sus tiendas o comer en sus restaurantes. Cuando se le estropea la pantalla del ordenador, quiere que se la reparen aunque sea agosto -lo digo por experiencia: Sony, la gran multinacional, esgrimió este motivo para su tardanza de un mes en arreglarme la pantalla-. Internet tiene una gran responsabilidad en todo ello: en cualquier momento uno puede acceder a la Red para comprar unos zapatos o un disco duro, consultar un mapa o la cuenta bancaria, seguir las noticias o ver qué están haciendo sus amigos. Aquí y ahora.

El problema de los caprichos del consumidor es que requiere que otros satisfagan los mismos. Para cada pizza que uno pide a domicilio, al menos ocupa a dos personas, quien la hace y quien la lleva. Para cada vez que uno acude al supermercado, bastantes más personas son necesarias para mantener el establecimiento abierto. Así funciona la economía de los servicios. El problema viene con la rigidez de los horarios y vacaciones. ¿Por qué justo cuando muchos trabajadores libran, es decir, cuando más oportunidades de consumo tienen, no pueden acudir a los centros comerciales? ¿No es un sinsentido para las ciudades terciarias cerrar justo en aquellos días de mayor afluencia de turistas? ¿Qué sentido tiene que todo un país se paralice en agosto?

Fijémonos en lo que hacen los bares, uno de los servicios por excelencia. ¿Se imaginan que cerrasen los domingos por la tarde, justo cuando los aficionados se avalanzan para ver los partidos de fútbol? ¿Por qué no siguen su estrategia las tiendas y abren en aquellos momentos en que más clientes pueden recibir y descansan, como las tascas, los lunes o cualquier otro día? ¿Qué piensan cuando van a una ciudad de vacaciones y se encuentran con todo cerrado? Como mínimo, que los comerciantes están perdiendo la ocasión de hacer un buen negocio.

El trabajo “intelectual”, el de la elite económica, es fácilmente flexibilizable. Las nuevas tecnologías permiten crear en cualquier sitio que no sea el despacho profesional o la oficina. Desde casa o desde la playa puede uno crear igual de bien que en cualquier otro lugar. Es probable que para estos, la frontera entre el trabajo y el ocio se haga cada vez más difusa y uno trabaje de vacaciones y descanse durante el trabajo. Lo importante es crear, no importa si es de noche o de día, si es en la oficina o en la bañera. Trabajan en Internet y la Red no entiende de descansos, es un todo continuo de ocio y trabajo, trabajo y ocio. Hoy, que no hay periódicos, ¿saben quién no descansa? La Red.

En cuanto a los “currantes” (la distinción entre intelectuales y currantes es del economista Edward Leamer), los dependientes de supermercados, Telepizza, masajistas, pequeños negocios…, tendrán que adaptarse a las apetencias de los consumidores y adaptar sus tiempos de trabajo. Servir significa estar a disposición de los demás, con lo que tendrán que abrir sus negocios cuando más clientes pueden acudir a los mismos. Un buen ejemplo de servicio son los propios periódicos, que sólo ‘libran’ tres veces al año. Se trata de establecer turnos y adecuarse a necesidades distintas. Es lógico: cuando existe una demanda, surge inmediatamente la posibilidad de negocio.

En definitiva, todo está cambiando a nuestro alrededor y tendremos que adaptarnos a ello. Lo que antes hacíamos nosotros, los coches, los electrodomésticos o los ordenadores, ahora lo hacen otros porque cobran menos y la calidad es similar. Ventaja competitiva, que se llama. Si no creamos y no nos adaptamos a las nuevas circunstancias del tiempo de los servicios, otros lo harán. Es competencia pura y dura. Los domingos serán un día más de la semana y el lunes se trabajará tanto como se descansará. El país no se paralizará en agosto como no lo hace en febrero. Los periódicos (hoy no salen los de papel, pero Internet, como digo, no entiende de descansos). Cuestión de hábitos, como escribir este largo post en sábado.

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