Llega el verano y resurge la imperiosa necesidad de tostar la piel. Para la gran mayoría es una moda, una cuestión puramente estética; pero no es así. Me explico.
Entiendo por moda una costumbre, un gusto, una tendencia, un hábito… que suele cambiar rápidamente y que cuenta con el beneplácito de la sociedad. Ejemplos de ello son la ropa, el peinado, las vacaciones, las despedidas de soltero, la depilación, el facebook o la afición por el golf. En todos los casos son prácticas aceptadas que clasifican a uno en un determinado grupo social. Las modas nunca son tonterías, porque de no seguirlas, puede implicar la marginación de los “rebeldes”. Y afectan tanto por el escalafón inferior de la sociedad (grupos marginales, pobres, drogadictos…) como el superior (la exigencia de humildad a los mejores es un caso de ello).
Establecer si una moda es “mejor” que otra es inútil. Son cuestiones estéticas que cambian a gran velocidad y sin ninguna dirección concreta. Lo que a unos les gusta a otros les disgusta. Sin embargo, existe al menos un criterio para juzgarlas: la salud. Cuando una moda interfiere con ésta, ya no es moda y se convierte en desvarío. La obsesión por el moreno de la piel es un ejemplo de ello.
Todos los veranos los dermatólogos advierten de los riesgos de la exposición excesiva al sol. Cremas protectoras y no acudir a la playa en las horas de máximas insolación son los consejos básicos que la mayor parte de la gente desoye un verano sí y otro también. ¿Por qué? Porque estéticamente se ha establecido que la piel morena es más bella que la piel blanca. Esto sería una moda si no tuviera como consecuencia la aparición de melanomas. De este sinsentido habla un dato: este tipo de cáncer afecta más profesionales y personal administrativo que trabajadores al aire libre.
En definitiva, habría que pensar que el tan buscado moreno tiene consecuencias más allá de cuestiones estéticas. Basta pensar en otras muchas prácticas y llegaremos a la conclusión de que más que modas son desvaríos.