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Fermín Apezteguia

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La tragedia de los Andes, según Gustavo Zerbino

 

EL CORREO de hoy publica una parte de la entrevista que mantuve el lunes pasado (14-11-2011) con Gustavo Zerbino, uno de los 16 supervivientes de la tragedia de los Andes. ¿Recuerdan? Un avión con 45 pasajeros se estrelló en la coordillera andina en 1972 y los pasajeros que sobrevivieron al accidente se vieron en la necesidad de «alimentarse con los cuerpos de los amigos muertos para sobrevivir». Dado el interés que ha despertado entre compañeros y amigos, incluyo aquí el resto de la conversación. Zerbino habla sobre la actual crisis económica y de valores, la vivencia de la tragedia a través de sus hijos y de muchas otras cuestiones más que espero que sean de su interés.

– ¿Nunca ha tenido miedo a volar en avión después de aquella experiencia?
– Nunca utilizo el avión. De hecho, he venido a Bilbao nadando, ja, ja… No, en serio… Yo me meto por un tubo y salgo por otro. El piloto hace su trabajo y yo escucho rock.

– ¿Tampoco se ha vuelto vegetariano?
– No. Fui vegetariano durante tres años porque fui instructor de yoga. Me sentía mucho más flexible, pero como jugaba al rugby, necesitaba energía, fuerza, y volví a comer carne.

– Dígame lo mejor y lo peor que vivió en Los Andes.
– No comparo. Busco siempre el lado bueno de las cosas.

– España tiene 5 millones de parados. ¿Qué les aconseja?
– No sé qué son parados. ¡Que no tienen trabajo? Tendrán la oportunidad de reciclarse, hacer cosas. España sigue siendo un país rico y tendrá que aprender a reciclarse. Están ustedes rodeados de cosas que no necesitan.

– Dice usted que la actual crisis no es económica ni financiera, sino de valores. ¿Cómo puede superarse?
– Alemania se levantó de sus cenizas y ahora sustenta el mercado europeo. Japón quedó arrasado en la II Guerra Mundial y un tsunami lo devastó por segunda vez hace bien poco; y ellos, con su cultura de aceptación y respeto, encontraban cofres de oro y los devolvían. Acá en España, los primeros que han de dar ejemplo de austeridad son los políticos.

– Si un hijo suyo le dice que tiene un problema y se trata de un mal de amores, ¿Qué le dice?
– Le contaré una anécdota. Uno de mis seis hijos, Sebastián, cuando tenía seis años le puse un vídeo con nuestra historia y después se la contó a uno de sus amigos. «Se encontraban tan débiles que no tenían fuerza para trepar las montañas y sus amigos les prestaron los músculos», le dijo. ¡Qué simple cuenta un niño una experiencia que ha escuchado desde que nació!

– Me refería a que después de una experiencía como la suya, nada o casi nada puede resultar un problema, ¿no?
– ¡Noo! Los problemas están cada día al alcance de la mano.

– Sus críticos dicen que ha convertido la tragedia en una fuente de ingresos.
– Lo trágico es vivir una tragedia. Lo único que tengo para compartir es mucha alegría y mucho amor. Le contaré otra anécdota.

– Adelante.
– Un hijo mío jugaba con un muñeco de plástico en el patio del colegio. Le sacaba las piernas, lo vendaba, lo llevaba amarrado. Nos llamó la psicóloga para decirnos que estaba muy mal. ‘¿Y esto está mal?’, le pregunté. ‘Los héroes de mi hijo son seres humanos que fueron solidarios, que se ayudaron y que transformaron el problema en oportunidad. Pero a usted le parece que si juegan con soldaditos o a ser ‘cowboys’ y matan a la gente, eso está bien. ¿Por qué no va usted al psiquiatra y le dice que le asusta la gente que juega con valores humanos?’

– ¿Qué le contestó?
– Me pidió perdón y me dijo: ‘¡Qué enfermos que estamos nosotros!’ Mire, yo doy conferencias en universidades, cárceles, hospitales, voy a barrios marginales a compartir mi experiencia, a intentar que sean un poco más felices, y no les cobro nada. Otra veces sí lo hago, porque tengo un lucro cesante, una familia que mantener, dejo mis empresas para venir a dar una charla; y lo hago con mucha alegría. No me importa lo que diga la gente de mí.

– ¿Le sirve de terapia compartirlo?
– Tengo vocación de servicio. La primera conferencia que di en mi vida fue en México. Había unas 800 personas. Senté a los cuatro hijos que tenía entonces en primera fila y y comencé a hablar. ‘La conferencia se la doy a mis hijos. Dejo que ustedes escuchen’. Me aplaudieron durante más de quince minutos y me fui. Lo único que quería era que mis hijos escucharan lo que iba a contar por primera vez y eso me exigía autenticidad, hablar con amor. Eso es lo que hago.

– ¿No está cansado de que los periodistas le preguntemos siempre lo mismo?
– Las preguntas corren por cuenta de los periodistas. Yo sólo las contesto.

La salud al alcance de cualquiera

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