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Mauricio Martín

Motobloj

Moteros ilustres: Rafael de Echevarría

«Habla poco de ti y mucho menos de los demás. Habla de cosas». Era la máxima de Rafael

Personaje curioso de una familia bien de Bilbao. El aventurero que habría podido ser en quién sabe dónde, el que hubiera sido hippy en San Francisco de nacer veinte años más tarde, el de la historia que hay que contar mientras algún otro se devana sin historia los sesos al frente de las fábricas en la parte gris. No vale la envidia.

Reproduzco a continuación el texto de Jon Uriarte, para los que no tengáis acceso a El Correo en papel.

BILBAÍNOS CON DIPTONGO
EL CORREO
19.09.2011 pág. 9

El Ícaro de Bilbao

JON URIARTE

Buscó el sol, porque ya tenía la luna. Se llamaba Rafael de Echevarría y Uribe. Nació en 1919 y falleció el pasado 12 de septiembre. Su historia me llegó por Canario Azaola, periodista de prestigio, que entendía que merecía algo más que una esquela. Tenía razón. Pero hay más. El hijo de Rafael me llamó a raíz del artículo “S.O.S Arenas de Bilbao”. En él escribí sobre una calle de Palma que iba a perder su nombre, donde Luis Bejarano probaba sus motos Lube. Pues bien, Rafael y Luis eran amigos. Y, tras vivir en “Sometimes”, urbanización mallorquina creada por Bejarano, Echevarría construyó otra: “Cala Blava”. Así me lo contó su hijo. El que leía a su padre los artículos de un servidor.
Rafael era un Echevarría de los de la fábrica cuyo espíritu es hoy chimenea. Su padre, Luis de Echevarría Zuricalday, presidente de la Diputación. Y su madre, Matilde, una Uribe. Vivían en la plaza Bombero Etxaniz. Siendo el menor, quedó marcado por la muerte del padre. Los mayores se encargaron del negocio y el resto a asuntos varios. Federico era el artista. Heredó el don del tío Juan, pintor. «Un curioso caso de artista talentoso y generoso», en palabras de Baroja, que ayudó económicamente a Picasso, con quien trabajó en París.

Federico marchó a Madrid y alcanzó notable éxito. Se codeó con Gary Grant y otros mitos. Su lema era: «Muera el Sol y viva la luz eléctrica». Un hombre nocturno. Jaime era el txirene. Llegó a disfrazarse con sotana, meter un burro en un descapotable y lanzar bendiciones a las señoras. Casi le expulsan de Bilbao. Un día apostó con sus hermanos que iba en bici a París y volvía. Al llegar, apostó que regresaba en la mitad de tiempo. Rafael era el enmadrado.

A los 17 años, durante la guerra y más por motos que por política, entró en el enlace motorizado del Bando Nacional. Recorría los pueblos para comprobar si estaban ocupados. Terminada la contienda, compitió en los campeonatos de España. Fue digno rival del campeón Javier Ortueta. Hasta que apuntó al cielo y creó el Aeroclub. Julio Alegría, fundador de Aviaco, fue su compañero de aventuras. Llegó a volar solo a Londres. Repostó y volvió. Francia estaba encapotada y tuvo que seguir las vías del tren para regresar a casa. Todo un hito. Tenía un ejército de coches. Su hijo recuerda el maserati. Y los barcos. Desde el Indra I hasta el VI. Llegados a este punto, quizá crean que era un millonario más. Error.

«Papi era un caballero»

Papi, así le llamaban, era un caballero. Como todos hermanos. Para conquistar a una dama, se fue con un chófer a Barcelona. Se hospedó en un hotel y no paró hasta lograrlo. Tardó un mes. Se llamaba Elena. Un bellezón de 18 años. La mujer de su vida. Tuvieron seis hijos. Dos fueron gemelos. Luis y Carlos. El primero murió pronto. Dos años más tarde, ese mismo día, nacía un nieto. Le llamaron Luis. Es quien me cuenta la historia, junto a su padre Rafael. El otro gemelo, Carlos, sufrió un accidente. Fallecieron todos menos él. Construyó un barco y recorrió el mundo. Tiene un mordisco de tiburón en una pierna. De casta le viene al Echevarría.

Rafael nunca tuvo oficio conocido. Si servidor hubiese tenido sus posibles, tampoco. Aunque tenía arte. Con una “Paillard 16” milímetros, grabó maravillas. Y los encuadres de su “Leica” eran perfectos. El nieto iba a hacer un documental con todo ello. Incluida una película, rodada por su mujer desde la avioneta, con impresionantes imágenes de nuestra costa. Pero falta el narrador. Se ha ido, justo cuando le había convencido. «Habla poco de ti y mucho menos de los demás. Habla de cosas». Era la máxima de Rafael. Al fin y al cabo, la vida es para vivirla, más que para contarla. Él la vivió intensamente. Por tierra, mar y aire. Se nos ha ido un “bon vivant”. Un caballero de Bilbao. Que tenga buen vuelo, Papi. Que tenga buen cielo.

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