Se apagan los focos del fin de semana. Vuelve a Alcañiz la normalidad.
Quizá sea bueno recuperar un reportaje de poco antes del Gran Premio, con magníficas imágenes de Ignacio Pérez y el siempre vivo tecleo de Julián Méndez (El Correo, V 18.09.2010)
18.09.10
Alcañiz vuelve a hacer ruidoEste pueblo de Teruel recupera con las motos GP un pasado glorioso ligado al exótico circuito urbano de Guadalope. 87 millones de euros de inversión pública tienen la culpa
JULIÁN MÉNDEZ
Como chiquillos con zapatos nuevos. Las gentes de Alcañiz (Teruel, 16.000 habitantes) sacan pecho y se asoman otra vez a la primera línea del motor gracias a las motos. Este fin de semana se celebra aquí, en mitad de un paisaje despoblado y polvoriento, cuajado de cereal y melocotoneros, el cuarto Gran Premio de Moto GP que acogerá España en la presente temporada. Ahí es nada.
Una pieza más a añadir a esa ‘pandora’ motera que ya cuenta con las citas de Montmeló, Jerez y Cheste. Se trata de un caso único en el mundo, alentado por el incontestable poderío de los pilotos españoles y por una afición ‘pagafantas’ que no duda en hacer de su culo un tablón para seguir a sus ídolos: Pedrosa, Lorenzo, Bautista, Elías, Márquez, Fonsi… o Rossi.
El Gobierno de Aragón ha invertido nada menos que 87 millones de euros en MotorLand, la tierra del motor. Se trata de un complejo con cinco circuitos de velocidad, karts y cross con capacidad para 73.000 espectadores. Este gigante de asientos azules cuyo asfalto reverbera bajo el sol se ha construido en el entorno de Los Tres Pinos, el viejo circuito de motocross, y pretende cambiar para siempre la cara del Bajo Aragón.
La organización estima que cerca de 70.000 personas (la mayoría a bordo de sus ‘pepinos’ de relucientes cromados) se darán cita en Alcañiz para ver las carreras.
Los moteros son gente especial, tipos que sueñan con chicanes, tumbadas y horquillas, que recrean el modo en que Kevin Schwantz sacaba el trasero para derrapar en Laguna Seca y que pasan horas y horas hablando de las trazadas de Sito Pons y de las gestas de Aspar. Sujetos, en fin, que mascan asfalto, gasolina y pistones.
«Los moteros son espíritus libres, gente poco conflictiva que busca la libertad», resume Amor Pascual, psicóloga y alcaldesa de Alcañiz. Ella llegó al ayuntamiento aupada por un eslogan feliz (‘Amor por Alcañiz’) y gracias a su oposición a la variante que ha destrozado la huerta del pueblo y que, a todo correr, se inauguró ayer. «Esto es una promoción muy grande para nosotros», repica la concejala de Turismo Carmen Pilar. «Hemos colocado a Alcañiz en el mapa».
Eric Ortiz lo ha encontrado rápido. Mariposea a la entrada del circuito, buscando información de primera mano subido en su Yamaha R6, un potro de 600 cc. y 170 kilos de peso que hace volar raso a este chaval de 60 kilos escasos. Eric es de Monzón (Huesca) y trabaja en una fundición. Trae el mono de cuero blanco y negro cuajado de mosquitos de la carretera, los brazos llenos de quemaduras del oficio y una sonrisa que le cruza la cara de lado a lado. «Nos hemos cogido un apartamento entre ocho en Mequinenza. 50 euros por barba», sonríe ante este horizonte perfecto. Eric anda en moto desde que era un crío, escapándose de la Guardia Civil y de la prohibición materna. Su primer cacharro fue una Yamaha RD tres y medio, más conocida como ‘La Matapijos’. «No me caí nunca con ella… y eso que hice barbaridades», dice. «¿A cuánto me he puesto? A 284, je, je, je… Notas el casco aquí, en la punta de la nariz… poco a poco se va acercando, acercando, acercando… Fiúuu». Ortiz arranca. Vemos el tubarro Yoshimura de carbono de 500 euros que le da diez caballos extra de potencia… Acelera. Brrmmmm. Brrmmm.
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Los amigos del ruidoEl ruido, esos decibelios de ecos metálicos que tanto gustan a los moteros, es otra seña de identidad de esta tribu. Bien es cierto que en Alcañiz, uno de los nueve pueblos aragoneses de la Ruta del Tambor y del Bombo, como el Calanda de Buñuel, están acostumbrados a los sonidos potentes. Y no sólo por el rito atronador de romper la hora (y algunos tímpanos) en la noche del Jueves Santo. No. Desde 1965, las sinuosas calles de Alcañiz cobijaban el circuito urbano Guadalope: 3.900 sinuosos metros con una recta de meta con adoquines y tramos como la curva de la Barbería, la subida del Corcho y la triste curva del Portalón. Allí, en 1985, el coche de Chiqui Burgos, que corría la primera manga de la Copa Renault-5 Iniciación, entró a tope, voló sobre los tres guardarraíles y aplastó a un grupo de personas ajenas a la prueba. Hubo dos chavales muertos y diez heridos en la glorieta. La prueba quedó herida de muerte.
«Éramos el pequeño Montecarlo español», suspira Ángel Martínez, mecánico, antiguo piloto y un apasionado de Renault que colecciona los míticos Alpine. «Motorland es muy bonito, pero no tendrá nunca ni el calor ni la marcha del circuito urbano. Doscientos voluntarios trabajaban en mitad de las fiestas para armarlo. Gracias a eso nació una afición increíble. Había años que corríamos 14 ó 15 pilotos de Alcañiz. Y una cosa es segura -reflexiona- no hay pueblo en España con tantos coches de carreras como éste».
Martínez lleva razón. Alcañiz rezuma pasión por las motos y los coches de carreras.
Ves las carrocerías, pulidas y relucientes, en los escaparates de los concesionarios de automóviles de este pueblo cordial. Como guiño a aquel pasado (el de Guadalope llegó a ser el circuito más rápido de España y por sus rectas corrieron gentes como Álex Soler Roig, el príncipe Jorge de Bragation, Luis Pérez Sala o el último ganador Ignacio Goiburu), en la recta de meta del nuevo trazado han sido colocados unos trozos del histórico guardarraíl de Guadalope. Pero el nombre de Alcañiz no figura ni en los carteles.
«Aquí, todo lo que huele a gasolina, gusta». A Fidel Meseger, responsable de un restaurante familiar con uno de los mejores menús del día de España (y a 15 euros), sólo le falta inventar un plato con aroma a bencina para contentar a sus parroquianos. «Es que en Alcañiz hubo hasta manifestaciones por el cierre del circuito. Motorland es una manera de recuperar aquel pasado», apunta.
Un pasado glorioso. Y muy jaranero. «La gente que viene al Mundial busca fiesta. Y eso se ha intentado capar un poco en MotorLand», airea Ramón Orriós, del Moto Club Bajo Aragón. A los moteros les va la bulla, el paseo con caballitos salvajes (no esos domésticos trazados con extintores y tiritas) y socarrar neumáticos. «Nos gusta el olor a gasolina. Y al motero le encanta estar entre moteros, hablar de motos y quemar goma… otra cosa es lo que nos dejan hacer», protesta su colega Javier Mort. Su propuesta para habilitar terrenos de acampada junto al circuito para que la tribu esté junta no ha sido atendida.
Cromados y mudéjar
Los moteros reinan ahora mismo en Alcañiz, entre su mudéjar y ese aire seco y vibrante de sus calles. Algo de vida y novedad, que buena falta hace. «En Alcañiz hoy sólo hay puestos para gastar dinero y supermercados con cuatro cajeras. Nos cerraron la fábrica Cimarrón, la de los vaqueros, la de gres y la de enchufes. Se lo llevaron todo a Rumanía, que los sueldos son más baratos… Dicen que esto de las motos va a ser lo nunca visto. Ojalá Dios sea y se quede mucho dinero en el pueblo», concede Saturnina López Sangüesa, de La Casa de las Olivas, mientras corta cebolla para un guiso casero. Pero ella no está muy segura, la verdad. «Vendrá mucho personal, pero otra cosa es que aterricen en tu puerta. En otra carrera que hubo preparé bocadillos y compré mucho género. Para nada. Sólo me entraron cuatro borrachos por la noche y nos vimos negros para echarlos…».
Pero Teruel quiere aprovechar la ocasión para salir al mundo. Se calcula que 300 millones de personas verán el anuncio sobre la región que se emitirá antes de las carreras. Y los cerca de 70.000 visitantes que se espera reciba la zona se llevarán de recuerdo abanicos y bragas para el cuello. «Es un momento único para proyectar Aragón a un público hasta la fecha desconocido», se arranca el viceconsejero Javier Callizo. «Los de Alcañiz han sido muy tercos. Porque MotorLand es una cuestión de voluntad», dice Luis Carlos Maurel, aragonés, campeón de Europa de 250 y con tres mundiales a las espaldas. «El circuito es una bomba, de lo mejor que hay. Gusta a los pilotos porque es seguro y rápido. La parabólica de entrada a meta y ese sacacorchos parecido al de Laguna Seca…».Los que se frotan las manos desde la inauguración en septiembre de 2009 son los motoristas locales. Como los que se reúnen en la sede del Club Motociclista Alcañiz. Ellos sacan chispas (y nunca mejor dicho) al flamante trazado que les han puesto en la puerta de casa. «Cuando corres en el circuito casi no te quedan ganas de volver a la carretera», bromea Jorge Lizana Urbizu. «Por 200 euros cualquiera puede correr aquí. Y asegurado», apunta Carlos Martínez. «Tú pagas tu rodada y hay ambulancia y todo. Corremos 120 motos y el circuito se saca 16.000 euros en un sábado. Hacemos seis tandas en tres niveles, para iniciados, medios y rápidos. Nosotros somos los que mantenemos vivo el circuito. La sensación de seguridad es alucinante», dice José Luis Martín, uno de esos nómadas de la motocicleta que hoy recalan en Alcañiz. José Luis, a quien apodan ‘Farinetas’, se hizo 4.350 kilómetros «entre ir y venir» hasta el circuito de Brno, en Hungría. A ‘Farinetas’ y sus amigos del Club puedes verlos hoy y mañana en la tele, con sus chalecos y sus banderas, de comisarios de carrera. Olisqueando desde el asfalto el aroma denso de la gasolina y la goma quemada. En primera fila.