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Mauricio Martín

Motobloj

Forever Free

El otro día se murió Bob Probert uno de los “broncas” más famosos de todo Canadá y parte del extranjero, jugador profesional de hockey sobre hielo, uno de estos que durante media hora se está pegando con otro mientras jalea el público al otro lado del cristal y los árbitros contemplan sin intervenir. También fuera del deporte tuvo sus cosillas, pero bueno, sus compañeros decían que era majo en el vestuario, ocurrente para poner motes a otros jugadores y demás. Un fiera. Un fighter.

Pues bien, también era motero y éste fue su último paseo.

No sé si le gustaría que le deseáramos “descansa en paz”.

Por cierto, lo que suena al fondo es Hurt, de Johnny Cash:

I hurt myself today,
to see if i still feel…

Os dejo con el comentario del compañero Pío García, publicado en El Correo:

El inesperado paseo de Robert Probert
Pío García

Robert A. Probert jamás pensó que moriría así. Hace diez días, aprovechó una dulce mañana de verano para navegar por el lago Saint Clair en Ontario, Canadá, con su mujer, sus hijas y sus suegros. De pronto sintió un agudo dolor en el pecho y se desplomó. Cuando, minutos después, llegó al Windsor Regional Hospital, los médicos sólo pudieron extender el parte de defunción: Bob Probert, leyenda del hockey sobre hielo, había muerto a los 45 años. Conociendo sus aficiones, sus compañeros cargaron el féretro en un sidecar decorado con las palabras “Siempre libre” y le dieron un último paseo en moto.
Bob había sido un jugador duro; un tipo violento y medio salvaje que servía como “enforcer”: su misión era pegarse con los rivales para proteger a sus compañeros más dotados. Se empleaba a conciencia, tanto en los Detroit Red Wings como en los Chicago Blackhawks, los dos equipos para los que jugó en la NHL, la Liga Profesional de Hockey. Cuando salía del vestuario, Bob tampoco llevaba una vida de monje. Motero y aficionado a conducir coches rápidos y caros, tuvo muchos líos con la Policía, fue detenido por resistirse a la autoridad y por trapichear con droga. Le prohibieron acercarse a lugares en los que sirvieran alcohol y luego lo pillaron trasegando en un tugurio.
Y, sin embargo, el corazón del pendenciero y bebedor Robert Probert explotó mientras navegaba pacíficamente por un lago, una dulce mañana de verano, con su mujer, sus hijas y sus suegros. De esta historia tal vez sea mejor no sacar moralejas.

Por Mauricio Martín

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La vida en moto

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