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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Muerte y diseño

Hace ya muchos años que se ha dicho que nuestro afán por los actos de fe, por creer lo indemostrable, sea Dios, el demonio, los extraterrestres o la telepatía, se debe, en último término, a nuestro  miedo a la muerte, ese inevitable punto final de nuestra existencia. Y es este miedo a la muerte el que modela nuestra ideología, nuestras creencias sociales y políticas, a través de mecanismos psicológicos que, a menudo, son implícitos y puede que ni siquiera conozcamos su influencia e, incluso, su existencia en nuestra mente. Jessica Tracy y su grupo de la Universidad de la Columbia Británica en Vancouver, Canadá, se preguntan si el miedo a la muerte influye en la aceptación de una creencia muy popular, el diseño inteligente, frente a la teoría avalada por la ciencia, la evolución.

Los que apoyan el diseño inteligente afirman que el actividad de la naturaleza es insuficiente para explicar los fenómenos orgánicos complejos  que constituyen la vida y que, por tanto, debe existir un “diseñador inteligente”, seguramente sobrenatural, responsable del origen y funcionamiento de la vida sobre la Tierra. Por el contrario, la evolución no necesita influencias exteriores, ni intención ni propósito y afirma que las mismas fuerzas naturales llevaron la vida en todas direcciones, desde los virus hasta nuestra especie.

Jessica Tracy manipula en sus experimentos ese sentimiento profundo, a menudo escondido, de miedo a la muerte y, después, intenta averiguar su influencia en el apoyo al diseño inteligente o a la evolución. En su primer ensayo, con 122 universitarios, el 72% mujeres, pide a la mitad de los voluntarios que imaginen, y lo pongan por escrito, su propia muerte y a la otra mitad que hagan lo mismo con un dolor de muelas. Después, todos leen dos textos, uno a favor de la evolución escrito por Richard Dawkins y otro por el diseño inteligente de Michael Behe. Y, finalmente, responden a un test en el que valoran la opinión que tienen de los autores que han leído y de las ideas que defienden. Pues bien, los del dolor de muelas puntúan mejor la evolución que el diseño inteligente mientras que los que han tratado de su muerte invierten la puntuación y queda muy por encima, casi el triple, el diseño inteligente.

Cuando Tracy extiende su investigación, ahora a través de una página web, a 352 universitarios de 179 universidades de Estados Unidos y Canadá, el resultado es el mismo: los de las muelas puntúan más la evolución mientras que los de la muerte ponen por encima el diseño inteligente. El tercer estudio de Tracy, también por la página web, trata con la población en general, con 832 voluntarios, el 55% mujeres, de 18 a 75 años de edad y con un amplio rango social, económico, geográfico, religioso y de nivel educativo. El experimento es igual excepto que los textos ahora son iguales, solamente poniendo diseño inteligente en uno y evolución en el otro, y están construidos a partir de los originales de Dawkins y Behe. Y otra vez los resultados son los mismos: con dolor de muelas, evolución, y con la muerte, diseño inteligente.

En los últimos estudios, Tracy vuelve a trabajar con universitarios, 269 voluntarios, y son iguales a los anteriores excepto porque, en el cuarto experimento, después de leer a Dawkins y Behe, leen un texto de Carl Sagan, del que se dice que es uno de los científicos más famosos del mundo, que presenta la evolución como un sistema existencial que explica y nos ayuda a comprender nuestra presencia en el mundo. Los que no leen a Sagan puntúan evolución y diseño inteligente como ya vimos en el primer experimento de Tracy, pero los que leen a Sagan invierten la puntuación y, a pesar de la muerte, prefieren la evolución frente al diseño inteligente. Es decir, puntúan la evolución por encima tanto si les duelen las muelas como si meditan sobre su muerte.

En el último  experimento participan 99 universitarios, la mitad mujeres, que han seguido previamente asignaturas de historia natural. Los resultados son como en el experimento anterior. Conocer la naturaleza produce el mismo efecto que leer el texto de Carl Sagan: los voluntarios aceptan la naturaleza como un sistema existencial que les ayuda a comprender su presencia en la Tierra y, por ello, puntúan más la evolución que el diseño inteligente.

Ya ven, el miedo a la muerte y, por ello, la búsqueda de un sentido a nuestra existencia es lo que lleva a creer en algún ser sobrenatural, el “diseñador inteligente”, que está por encima y más allá de nosotros. En fin, quizá es la angustia ante el final, ante la nada, la que explica la creencia en las pseudociencias.

 

*Tracy, J.l., J. Hart & J.P. Martens. 2011. Death and science: The existential underpinnings of belief in intelligent design and discomfort with evolution. PLoS ONE 6:e17349

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