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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Microbios

Hace unas semanas, al comentar la a veces difícil digestión del sushi, escribía sobre nuestra microflora intestinal, sobre esa multitud de especies y miles de millones de microbios que, embutidos en nuestro tubo digestivo, viajan con nosotros sin importar el destino. Por ejemplo, miren la palma de su mano, sólo de su mano derecha. No los ven, pero ahí están, miles de millones de bacterias, más que individuos de nuestra especie hay sobre la superficie de la Tierra. Son, en número, 10 veces más que el número de células de nuestro cuerpo; llevamos encima 100 veces más de genes de microbios que nuestros propios genes. Y sólo en la palma de la mano derecha. Vamos, que son muchos.

Nos acompañan desde siempre. Como especie, como especie pues coevolucionan con nosotros, y, como individuos, desde que nacemos hasta que morimos. Nos protegen de otros microbios, los patógenos que nos pueden perjudicar; nos proveen de vitaminas; con sus enzimas nos ayudan en la digestión (recordad el sushi); hacen que nuestra piel sea seca o grasa e influyen en el aroma, más o menos agradable, con que nos damos a conocer a nuestros vecinos.

Aunque, en general, nuestros microbios simbiontes son parecidos en todos los individuos de nuestra especie, Rob Knight, de la Universidad de Colorado en Boulder, asegura que, con un buen estudio estadístico de los genomas de nuestros microbios, se puede demostrar que el número de especies de microbios y el número de individuos de cada especie varía entre individuos e, incluso, entre zonas del cuerpo de cada uno de nosotros. Por tanto, las comunidades bacterianas permiten identificar individuos y partes de individuos como, por ejemplo, los dedos de la mano entre sí. De aquí a proponer esta técnica de identificación a la medicina forense, es decir, al CSI, queda un paso que Rob Knight da de inmediato: consigue identificar el individuo y el dedo del individuo que ha tocado el teclado o el ratón de un ordenador hasta 14 días antes, por el análisis del genoma de sus comunidades bacterianas.

Pero nuestras bacterias, nuestra flora bacteriana, nuestro microbioma no sólo sirven de herramienta forense sino que influyen en muchos otros aspectos de nuestra vida. Como ejemplo nos sirve el trabajo de Jeffrey Gordon y su grupo de la Universidad Washington de St. Louis, que proponen que nuestras bacterias intestinales influyen en el sobrepeso y la obesidad. Estos investigadores han encontrado, en nuestra especie y en ratones, que, sistemáticamente, hay grupos de especies de bacterias que diferencias obesos y delgados. Parece que las bacterias típicas de obesos son capaces de digerir más polisacáridos de plantas y, por tanto, extraer más energía para el huésped. No sólo eso sino que Jeffrey Gordon ha encontrado que en los obesos que siguen una dieta adelgazante aumenta el número de esas bacterias que obtienen más energía, quizá para compensar.

De lo descubierto por Gordon a una dieta basada en la manipulación de las poblaciones bacterianas hay un paso, y a él han contribuido Andrew Gewirtz y su equipo de la Universidad Emory de Atlanta con sus estudios en ratones. El síndrome metabólico es un grupo de cambios metabólicos anormales relacionados con la obesidad. Gewirtz ha descubierto que en ratones con síndrome metabólico falta un receptor (TLR5) en la membrana de las células intestinales. Este receptor está relacionado con el sistema inmune y, de alguna manera, controla las poblaciones bacterianas del intestino. Pues bien, si las bacterias intestinales de uno de estos ratones obesos con síndrome metabólico y sin receptor TLR5 son transferidas a un ratón sano, de inmediato éste empieza a comer más con más apetito y en mayor cantidad y, claro está, tienden a la obesidad. Como ven, el cambio de flora intestinal puede llevar a la obesidad aunque, me temo, lo que ahora mola es justo lo contrario.

Pero desde la misma universidad, la Emory de Atlanta, nos llega una propuesta más respecto a nuestras bacterias. Son Charles Raison y su grupo quienes sugieren que nuestro microbioma no sólo cuida nuestra salud sino que también influye en nuestro estado de ánimo. Los autores lo resumen en el título del artículo que, traducido, dice “Inflamación, Higiene y Consternación”. O sea, existe una relación entre higiene, inflamación y depresión.

Raison llama “viejos amigos” a nuestra flora bacteriana, pues nos acompañan desde antiguo y coevolucionan con nuestra especie. Han aprendido a tolerar y a hacerse tolerar por nuestro sistema de defensa, el sistema inmune, y lo entrenan desde la infancia para que responda al ataque de microbios más peligrosos. Pero nuestra civilizada y desarrollada sociedad es en exceso limpia, y la higiene, a veces maniática, acaba también con nuestros “viejos amigos”. Y sin entrenamiento, el sistema inmune comete errores y provoca inflamaciones como las alergias, el asma o las irritaciones de la piel. Pero ya se sospechaba que la inflamación, por lo menos en parte, está en el desarrollo de la depresión. Así, el camino parte de la higiene, sigue por la inflamación y acaba en la depresión. El exceso de higiene deprime, según Raison.

Aquel refrán antiguo ya nos avisa que “Dime con quién andas, y te diré quién eres”, y nunca mejor dicho cuando se refiere a nuestra especie y a los viejos amigos que nos acompañan.

*Everts, S. 2010. Our microbial selves. Chemical & Engineering News 88: 32-35.

*Fierer, N., C.L. Lauber, N. Zhou, D. McDonald, E.K. Costello & R. Knight. 2010. Forensic identification using skin bacterial communities. Proceedings of the National Academy of SciencesUSA 107: 6477-6481.

*Ley, R.E., P.J. Turnbaugh, S. Klein & J.I. Gordon. 2006. Human gut microbes associated with obesity. Nature 444: 1022-1023.

*Raison, C.L., C.A. Lowry & G.A.W. Rock. 2010. Inflammation, sanitation, and consternation. Loss of contact with coevolved, tolerogenic microorganisms and the pathophysiology and treatment of major depression. Archives of General Psychiatry 67: 1211-1224.

*Vijay-Kumar, M. y 9 colaboradores. 2010. Metabolic syndrome and altered gut microbiota in mice lacking Toll-like receptor 5. Science 328: 228-231.

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