El otro día la edición de papel publicaba este oportuno reportaje sobre el medio siglo de existencia de la ‘Tamla Motown’ . Reconozco que soy un fanático de la música soul y que gran parte de la colección de esta discográfica la tengo guardada como oro en paño. Desde Marvin Gaye hasta The Supremes y algunas rarezas de Holland, Dozier y Holland. O recopilatorios de Gladys Knight, Tammi Terrel o The Originals. Me faltan algunas piezas realmente extrañas como un disco grabado con soldados negros que estaban luchando en Vietnam. Supongo que puedo pasar sin ella, de todas formas.
Lo bueno de la Tamla Motown es que tiene una canción para cada estado de ánimo. Diría más. Cada artista tiene canciones para instantes épicos, para relajarse y soñar, para acelerarse, para conducir de noche en dirección a una ciudad desconocida o para apostarte todo al rojo. Mi favorito en este sentido es Marvin Gaye, aunque con una salvedad.
El escritor inglés Nick Hornby – el de ‘Alta fidelidad’ o ‘Fiebre en las gradas’- publicó un libro titulado en castellano ‘31 canciones’ en el que explicaba cómo le habían afectado algunos temas musicales en su vida, qué canciones escuchaba en sus momentos más personales o cuáles eran los temas, por ejemplo, para oír en el dentista. En una de sus selecciones, Hornby se refería a Gaye y a la equivocada percepción de que su sonido -una máquina de estremecer los sentimientos- es el mejor para hacer el amor. En opinión de Hornby, las historias desgarradas y de corazones rotos son las peores para esos momentos puesto que te garantizan una especie de depresión ‘post coitum’. Por contra, Hornby recomendaba a Santana. La explicación es sencilla. Santana te da ritmo. No sé si los lectores tendrán alguna canción favorita para ese momento ni si la música ayuda o estropea el instante. Las expertas sabrán.
Arriba tienen a Marvin Gaye y abajo a Santana. Pruébenlo.