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Novedades en el frente

Donde no se aprecian novedades es en el frente terrorista. Se fabulará lo que se quiera, pero a juzgar por sus comunicados y actuaciones, ETA sigue donde estaba. Hablando de las opresiones que sufre Euskal Herria, de la territorialidad e independencia (identificándolas con la paz auténtica) y de que la organización y sus agentes políticos y sociales nos salvarán. Nada indica que ETA esté pensando en dejarlo, que la de ahora sea otra cosa más que una tregua rutinaria de las que nos declara de vez en cuando para tomar aliento y otear cómo los demócratas se hostigan los unos a los otros. Su comunicado de Aberri Eguna viene a ser el de siempre, esta vez con el ditirambo de que llega “una nueva era”. Suena estimulante, pero el escribidor terrorista siempre suele imaginar que las gestas de ETA inauguran una nueva etapa, un nuevo ciclo, abren un nuevo escenario, nos sitúan ante una nueva oportunidad… En este punto no se ven novedades bajo el sol.

Nada indica que estén pensando en echar la toalla. No se hace una tregua con la expectativa de dejarlo –y si no hay tal intención todo lo demás es pura filfa- mientras se almacenan quintales de explosivos o se tirotea a gendarmes (¡lo justifican ahora porque “los gobiernos de España y Francia y sus fuerzas armadas […] hostigan, detienen, torturan y encarcelan a ciudadanos vascos”!: están de atar).

Se quieren ver cambios en este frente porque ha caído el potencial terrorista de ETA. No ha sucedido por su voluntad sino por la acción policial, pero se prefiere imaginar que son las circunstancias políticas las que le han llevado a bajar el pistón. Subyugan dos presuntas nuevas, a las que se ve como la panacea: que la trama civil del terror quiere que éste desaparezca, querencia que está aún por ver; y el supuesto, no demostrado, de que si “la izquierda abertzale” abomina de ETA, los terroristas lo dejan.

De momento, ETA está donde solía. Pero sí hay novedades. Las encontramos entre los demócratas. Consisten en la reaparición virulenta de la fragmentación, con visiones distintas entre los distintos partidos y dentro de ellos, lo que asegura la algarabía. Cualquier ocasión –los comunicados de ETA, las negociaciones de hace cinco años, las decisiones judiciales, las candidaturas electorales, rumores misteriosos…- dan excusa para los juicios de intenciones y el cruce de acusaciones. Como si el terrorismo fuese una cuestión más del debate electoral, sin su carga siniestra para nuestro sistema político.

El campo demócrata se rompe en migajas. ETA y los suyos han vuelto al centro de la escena política y todo gira en torno a ellos. Unos sostienen que ya están liquidados y que hay que apoyar al frente político para consumar la despedida: lo afirman como un axioma, como si en cuestión tan delicada bastase la fe. Otros vienen a decir que sólo sirve la mano dura y que, por ejemplo, cualquier excarcelación es culpable. O se carga contra la oposición asegurando que habla de terrorismo para desprestigiar al Gobierno, como si no cupiesen las discrepancias.

Los partidos han vuelto a las andadas. Incapaces de establecer criterios claros contra el terrorismo, pactarlos y seguirlos, prefieren la bronca sobre ETA: exactamente lo que favorece al terror. Actúan como si el asunto no fuese serio -en ello nos jugamos la convivencia-, sino al albur de sus imaginarios, forjados según sus voluntarismos y quimeras. No por la exposición de estrategias argumentadas, sino en función de lo que a cada cual le gustaría fuese el final del terrorismo.

En tiempos no muy lejanos, la lucha contra ETA era nítida: la democracia frente al terror, los demócratas contra la barbarie. Exigía la conexión entre los partidos y los ciudadanos. Habría discrepancias, pero las líneas de referencia estaban bien marcadas. Ahora no, el esquema ha cambiado a peor.

Por una parte, los secuaces del terror se trasmutan en una suerte de oráculo de la democracia, que la reclaman auténtica y verdadera (¿?). Siempre han hecho este juego, por lo que la novedad consiste en que ahora hay quienes les dan pábulo, sin pruebas convincentes.

Y por el otro lado no hay ni apariencia de unidad, sino una trifulca en la que cada uno tiene su fórmula secreta, que por lo común no explica ni justifica. Se actúa como si lo importante no fuese el fin del terror, sino demostrar que las fábulas propias sobre ETA son las verdaderas. No hay exposiciones de altura (bien mirado, ni de bajura) y esto se asemeja a una trifulca de tenderos cutres que quieran comprar la paz al pormenor comprando caro y vendiendo barato, especulación que lleva a la ruina.

Se ha llegado a esto debido a la tendencia de los partidos a olvidar lo fundamental, que es el sostenimiento de la democracia, no apta para segmentaciones doctrinales. Y así la lucha contra ETA se diluye. Los partidos la han convertido en cancha donde campee el partidismo. Han aislado a la ciudadanía. La resistencia contra el terrorismo ha perdido su carácter de compromiso político esencial y se ha disuelto en las tomas y dacas de los partidos. Hasta se ha propuesto la ruptura del PSE con el PP por lograr la paz. Como si ésta fuese posible formando una especie de coalición desde Batasuna (y adláteres) hasta socialistas contra uno de los dos partidos de gobierno.

La principal novedad en el frente consiste en que, mientras ETA y los suyos mantienen posiciones, los distintos grupos democráticos hacen de sus capas unos sayos.

Es como si se quisiera sacar un clavo golpeando con la mano abierta la punta que sobresale. Lo normal es que la mano quede ensangrentada y que el clavo siga.

Publicado en El Correo.

Por Manuel Montero

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