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La renuncia no es el final

La renuncia de Zapatero a ser candidato el año que viene inaugura un nuevo ciclo, pero no cierra el anterior. Abre un interregno imposible en el que el árbol caído ha de convivir con unas elecciones locales, las luchas sucesorias internas y varios meses con su sucesor. A buen seguro, éste no tendrá otra que deshacerse en continuas loas sobre el Presidente, entusiasmarse con las medidas que vaya tomando, sin otra opción que asumirlas, sostenerlas y, con cierta probabilidad, estrellarse electoralmente. Su única oportunidad será lucir la herencia ajena. Quedará exento de la derrota el timonel que ha dirigido la nave hasta el naufragio. Su imagen será la del que se ha sacrificado por España y por el partido, renunciando a repetir y haciendo una política desinteresada. En el reparto le toca la gloria. El que venga detrás, que apenque.

Se está convirtiendo en hábito. De los cinco presidentes que ha tenido la democracia española serán ya dos los que pasarán a mejor vida política sin perder elecciones. Su derrota se carga en el haber del heredero.

Por eso la renuncia de ZP no es aún el término del zapaterismo, sino su realización más estilizada: la traca final en la que puede llegar a sus expresiones esenciales. Hasta cabría el caso de que durante el año y pico que le queda, la política gubernamental no se centre exactamente en lo que suele entenderse como bien general, sino en la imagen del líder que día a día se cubre de gloria con su marcha heroica, todo por la patria. Quizás ZP siga identificando la suerte de España y la del PSOE con la del presidente optimista antropológico, como ha venido pasando estos siete años. La misma manera en que ha anunciado la renuncia parece ideada según tal esquema. Se ha ido creando la expectación, desplazando el interés de toda la política a su decisión, pese a la que está cayendo.

Lo de menos son las razones que le han llevado al paso que ha escenificado hoy: que si la limitación a dos legislaturas estaba pensado (en la intimidad) desde el principio de los tiempos; que si ha habido presiones familiares; que si son normales los apuros en vacas flacas. Lo importantes es que llega en plena debacle socialista, con las encuestas por los suelos y una imparable imagen de deterioro político, hasta el punto de que sus candidatos temían verle en sus mítines.

Aunque sobreviva en plan zombi, en lo fundamental el zapaterismo ha quedado liquidado. Ha sido una política centrada en el voluntarismo y el políticocorrectismo. Lo fundamental eran las derramas benefactoras, el radicalismo sectorial y una cohesión social nunca bien definida. Y, por encima, el discurso, sobre el que ha girado todo: el relato se imponía sobre la realidad misma. Se negó la crisis cuando llegó, se buscaron salidas a fuerza de anunciar brotes verdes que no brotaban e imaginar luces al final del túnel. Probablemente, la quiebra de esta forma de hacer política la haya precipitado no la crisis –sin negar su importancia, pues es capaz de hacer temblar al gobierno más atinado-, sino la manera en que se ha afrontado. En particular, la renuncia a tomar las medidas necesarias, a ver si pasaba el cáliz, y la obligación de tomarlas a contrapié, sin antes avisar que llegaba el sangre, sudor y lágrimas.

En términos políticos ahora viene el peor momento para los socialistas, por la dificultad de afrontar el hecho sucesorio sin haber perdido elecciones y sin poder posicionarse contra el tipo de política que les ha puesto en tal trance. No tienen capacidad de formular una alternativa siquiera velada al zapaterismo, porque se interpretaría que es echar piedras contra el tejado propio y porque el presidente seguirá siéndolo. Tendrán que glorificar el pasado y prometer continuidad, pues no hay noticias de que en el partido haya críticas al respecto y no es improbable que los zapateristas estén bien situados en los órganos decisorios.

En España todos los procesos sucesorios han resultado dificilísimos, sin que nunca el sucesor primero haya ganado aún unas elecciones. Esta vez será el más difícil todavía, al tener que producirse entre las tinieblas de la crisis y el apoyo póstumo a la política periclitada.

El propio planteamiento de la elección del candidato 2012 se las trae. Es verdad que anunciando ahora la renuncia, ZP se ahorra el mal trago de hacerlo tras la verosímil derrota de las elecciones de mayo. Mantiene la ficción de controlar los acontecimientos incluso en el calvario y da la imagen de un sacrificio personal y político no forzado. Sin embargo, resulta política-ficción imaginar que en un partido de gobierno puedan aplazarse los movimientos sucesorios unos meses y que después será un proceso prístino, de elección según las querencias ideológicas de una militancia sin condicionamientos. La imagen es zapaterismo puro. Los candidatables se habrán empezado a mover ya. Si alguno se ha distraído, lo habrán hecho sus partidarios, que entenderán que les va el puesto en el envite. En unos días la organización se irá convulsionando, de arriba a abajo y viceversa. Todos dirán que lo único que les importa son las elecciones inmediatas, mientras miran de reojo lo que hace el compañero. Es posible que como sin querer se escape alguna zancadilla.

Si nadie lo remedia los catorce meses que quedan de zapaterismo en ejercicio prometen espectáculo. El parto de los montes.

Aunque quizás suceda que tras los aplausos y las alabanzas que acompañan al “sacrificio” de Zapatero, éste descubra que los ovacionadores están pensando ya en otra cosa y que en política cuenta más un candidato –incluso un candidatable- que un inminente expresidente.

Publicado en El Correo

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psoe, zapatero

Por Manuel Montero

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