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Del zapaterismo al poszapaterismo

La moda resulta fatal para el Gobierno y su partido. Todo el mundo habla del zapaterismo, para describir el tipo de política que encabeza ZP. Es una novedad conceptual, súbitamente de uso común. No hace muchos meses el apelativo era muy excepcional, apenas una ironía. Lo habitual era referirse al “gobierno socialista”, al “gobierno de Zapatero”. De pronto, “zapaterismo”, la etiqueta que llega para quedarse. Constituye el principal síntoma de que su tiempo ha pasado: como si hubiese quedado sopesado, juzgado y sentenciado, ya ha recibido nombre. Al bautizarlo se sobreentiende que ha dado de sí todo lo que llevaba dentro, que no dará más sorpresas, o que serán las de antes. Podría sobrevivirse a sí mismo, pero como variaciones sobre el mismo tema, dentro de unos límites ya agotados.

Afloran las definiciones del zapaterismo –inconsistencia ideológica, gusto por la improvisación, voluntarismo, tez izquierdista…-. Serán más o menos precisas, pero todo el mundo entiende de qué se habla al mentar zapaterismo, una forma de hacer política no siempre inserta en la realidad. Hay consenso sobre su contenido y sobre que es un raro sistema de gobierno y de buscar votos. Viene a convertirse en una de las variantes de la socialdemocracia, cuyos axiomas, por sí tenues, ha contribuido a volatilizar.

Zapaterismo: al enunciarlo, el epígrafe deviene en epitafio. Suena a juicio final. El nombre se impone sobre socialista, de izquierdas, progresista (sin negarlos). Se usa con saña, porque se le ve como un sistema político cerrado, sin capacidad de renovarse, con todos sus tics definidos y gastados. Y, lo peor, ahora sin poder practicar la caridad. Le es atroz, pues ha sido uno de sus ingredientes su habilidad para escenificar imágenes benefactoras, vía subvenciones, devoluciones de impuestos o la conversión del Estado en ONG. Como la beneficencia sostenible ya no es sostenible, el zapaterismo se queda coagulado. Al igual que sucede con la sangre, el sistema pierde liquidez y se va solidificando sin cambiar de estado.

Curiosamente, el término zapaterismo ha irrumpido con fuerza en la opinión pública asociado a poszapaterismo. El debate actual gira en torno a si éste está al caer. El Gobierno se indigna y dice que nanay, que el jefe goza de buena salud política, que es insustituible, el mejor activo. No dicen que resurgirá de sus cenizas cual ave fénix porque para los próceres zapateristas el líder ZP siempre ha sido águila sin yerro, siempre al vuelo de la buena voluntad, pues en esta doctrina las buenas intenciones lo justifican todo.

El zapaterismo, como todos lo ismos que en el poder han sido, se revuelve cuando se siente cuestionado, en peligro o menospreciado. Y sobreactúa, otra de sus tónicas. A veces llega a extremos místicos, como cuando Guerra dijo lo de “Señorita Trini”. Entraron al trapo una vicepresidenta y tres ministras. Nada menos. Se conoce que Guerra manda mucho más de lo que se creía, cuando con una sola palabra consigue tal movilización gubernamental. Más que la huelga general, la crisis o los avatares del Estatut.

Cuando la vicepresidenta de autos dice que “de poszapaterismo nada” o en el PP Sáenz de Santamaría asegura que “el poszapaterismo es Rajoy” cometen un error de concepto. Pues la idea del “pos” no remite necesariamente a lo que viene después de Zapatero. No suele ser una acotación cronológica. El uso normal del prefijo no anula al sustantivo. Alude más bien a una suerte de prolongación terminal, más allá de su ciclo vital. Posfranquistas no son los políticos que vinieron después de Franco, sino sus nostálgicos. El “pos” no alude a borrón y cuenta nueva, como parece suponerse, sino a una vida después de la vida, incluso agónica.

Si pasa como con otros casos, el poszapaterismo constituirá una prolongación del zapaterismo “aprés la lettre”. Sería su estilización, que ahondase en los mecanismos básicos de su forma de hacer política (el politicocorrectismo verbal, el buenismo, cierto gauchismo sinsorgo), sobre todo los que le han llevado al desastre. Lo contrario, que el poszapaterismo enmendase las formas y el fondo, sería contra natura, una especie de milagro. Los políticos tienen capacidad de rectificar –otra seña de identidad de la etapa-, pero no de rectificarse. Los sistemas políticos no suelen cambiar sus fundamentos. Las metamorfosis les suelen venir inducidas desde fuera, cuando salen del poder y llegan unos nuevos a matar al padre. Mientras están en el mando suelen insistir en sus comportamientos definitorios, que piensan son los que les han llevado a la gloria, por lo que profundizan en ellos y se hunden en las arenas movedizas.

¿El poszapaterismo haya empezado ya?, ¿lo lidera el propio Zapatero? Seguramente, pues el zapaterismo ha dado también en organización política, con tendencia a fosilizarse rápidamente: no abundan las disensiones y hay tendencia a hundirse todos juntos asidos del brazo, quizás pensando (optimismo antropológico) que así se flota, por el bulto. Si a alguno se le ocurre decir que esto va mal –si lo dice en público, en privado nadie parece dudarlo– le caen admoniciones hasta que humilde rectifica y entona el Yo pecador. En estas condiciones las posibilidades de enmendalla y no sostenella son nulas.

Es probable que hayamos entrado ya en el poszapaterismo, por agotamiento de sus energías y recursos, y que el remake lo esté dirigiendo el propio ZP, nada mejor que el padre de la criatura para criarla o malcriarla. En tales condiciones podría durar varios años, pero por la breada que han cogido da la impresión de que esto va a ser rápido.

[El cambio de Gobierno de ayer ha levantado el ánimo de la base socialista, en plan por fin volvemos a la senda. ¿Tan magno evento desmiente las consideraciones anteriores? Ya se verá, pero de momento pueden sus contradicciones, otra marca de la casa. En algunos puntos es típicamente zapaterista, como lo de premiar al derrotado -Trinidad Jiménez pierde sus elecciones y es ascendida, lo mismo que pasó con Miguel Sebastián- o las promociones a primera vista incomprensibles –la de Leire Patín debe de ser para relajar a la militancia, que se ponía de los nervios al oírla hablar en nombre del partido; y está la de un “huelguista” contrario a la reforma laboral para encargarse de llevarla a cabo-. En la otra parte de la balanza cae la remontada de la vieja guardia preZP – relegada en lo posible durante estos años -, para arreglar el desaguisado. Si lo consiguen ya no haría falta zapaterismo, al que sucedería el posfelipismo. Resultaría interesante, pero estas cosas no suelen pasar]

Publicado en El Correo

Por Manuel Montero

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