“La izquierda abertzale quiere que la violencia de ETA desaparezca”, asegura Egibar. Es un hombre de fe. Cree en lo que no se ve. La afirmación plantea dos incógnitas. Primero, el misterio ancestral por el que un dirigente del PNV basa su discurso en interpretar la voluntad batasuna – no es la primera vez que el burukide se erige en exegeta de esta especie -. Y, segundo, el enigma que encierra la costumbre de basar afirmaciones de tal calibre sólo en la hermenéutica sobre los paratextos abertzales.
La fe sin obras es una fe muerta. En política, también la que llega sin prueba alguna. Voluntarismo puro. El resultado del proceso de reflexión y debate que asegura haber realizado en masa la izquierda abertzale no da pie al optimismo de Egibar. Es verdad que asombra la imagen de esta gente dedicándose a la titánica tarea de reflexionar (quizás sea una metáfora) e incluso llevando a cabo una “profunda autocrítica”. Lástima que no nos resuman su contenido. Por lo que dicen se colige que se han dedicado a autocriticar (profundamente) a quienes no forman parte de la izquierda abertzale. Y provoca perplejidad el tono gris de vanguardia revolucionaria burocratizada que tiene el texto, un auténtico ladrillo, de los más plúmbeos que ha producido la abertzalía desde hace años, que ya es decir.
Nada más. O lo contrario. Se suponía que esta vez saldría al menos la apariencia de que el brazo político seguía su camino, al margen de la organización terrorista. Que cuando menos harían el paripé del rompimiento. Ni eso. Todo se ha quedado en agua de borrajas, tras semanas de anunciar en susurros o a las bravas que ahora sí que vendría un tsunami político, una especie de cataclismo intelectual.
Repiten lo de siempre, con expresiones de monaguillo, tipo “proceso democrático”, que aseguran quieren traernos a los vascos para hacernos felices. La mayor osadía que comete esta gente es decir que “el proceso democrático tiene que desarrollarse en ausencia total de violencia y sin injerencias”. ¿Qué querrá decir “sin injerencias”? Hablan también de que “deben construirse las condiciones para desarrollar adecuadamente este proceso, es decir, sin injerencias, injusticias y sin violencia”. Se deduce que “sin injerencias” quiere decir que les dejemos solos.
Es una forma chocante de pedir el final de ETA. Con lo fácil que les resultaría decir No al terrorismo, No a ETA. Sus perífrasis no ocultan sino confirman las dificultades que encuentra esta gente para separarse de los terroristas (en el caso de que quisieran separarse, que está por ver). Además, cuando ETA santificó el neoconcepto “proceso democrático” quedó ya claro que no tiene nada que ver con la democracia y que ahora llaman así al camino hacia la independencia tutelado por la “organización”. ¿Cómo se logrará tal dicha? A la vieja usanza, tampoco es cuestión de estar todo el rato renovando la doctrina. Se conseguirá por la “acumulación de fuerzas”, sonsonete que apareció entre nosotros hace diez años o más y que evoca la imagen de los nacionalistas poniéndose unos encima de otros hasta tocar el cielo. Subyace la idea ancestral de que si se juntasen todos los nacionalistas arrasarían en la sociedad vasca, como si fueran de la misma pasta los nacionalistas demócratas y los que no lo son. La teoría olvida además que si se construye un castillo de naipes se vuelve más inestable al subir pisos. Y se cae enseguida. Prueben.
Además de amontonar fuerzas, las izquierdas abertzales unirán el trabajo de las instituciones (¿?) y el trabajo popular, quieren participar “en la mesa de partidos donde se logre el acuerdo político resolutivo (sic)”, pues comienza un ciclo en el que “la construcción nacional entraría en una nueva fase”. Han cogido las frases de siempre, han añadido lo del “proceso democrático” y les ha salido esta joya.
El problema no está en ese galimatías incomprensible, pues allá cada cual con el gusto que tenga por hacerse líos. Reside en localizar en el texto “cambios significativos” – así se ha escrito – en la procelosa marcha de la izquierda abertzale hacia la democracia y la condena del terror. Estos genios suponen que no vivimos en una democracia – hasta que ellos nos hagan un proceso -, por lo que quieren “abrir el marco democrático que nacerá de las negociaciones multipartitas”, chocante idea en la que la democracia no tiene que ver con los votos, sino con otras cosas “negociables”.
Tras tantos augurios de caída del caballo, estamos donde estábamos. Mucho ruido y sin nueces. “Ya nada va a ser igual”, asegura Egibar, que en este texto melifluo ve una respuesta de la izquierda abertzale “al fraude que comete ETA a su propio mundo”. ¿De dónde se habrá sacado este hombre que “su propio mundo” se siente defraudado por ETA? Y para responder a algo, podían decirlo claramente y no jugar a acertijos. Si sus “reflexiones” son una indirecta a los de “la organización”, no resulta verosímil que éstos la pillen, pues no suele ser gente sutil ni de intelecto desarrollado.
A lo mejor Egibar tiene razón en una cosa. “Aunque no se menciona, ETA está presente en todo el documento”. Quizás sí: como ha estado presente en todos los documentos que de la abertzalía han sido. Detrás. No a la contra, como sugiere el dirigente del PNV. Gente tan aguerrida como la izquierda abertzale, avezada en embestir por doquier, sería aún más contundente con la organización, que es como de casa, si quisiera decirle nones. Cabría suponer.
¿La marcha de la batasunidad hacia la democracia se basa en criptogramas? Pues es fácil decir No a ETA: lleva seis letras. No hace falta una filípica.
Publicado en El Correo