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Oskar Belategui

Gran Cinema

“Los catalanes no nos comemos a nadie”

ANDREU BUENAFUENTE   SHOWMAN

 

El popular presentador salta a la dirección con un documental donde se retrata como un adicto al trabajo obsesionado por la comedia

Andreu Buenafuente (Reus, 1965) debuta como director con “El culo del mundo”, un documental que reflexiona sobre la comedia y el proceso creativo al describir sus intentos por levantar un programa que nunca se emitió. El popular showman se filma en la intimidad de su hogar, con su compañera, la actriz Silvia Abril, y su hija de un año, al tiempo que interroga a amigos y colaboradores: Berto Romero, Santiago Segura, Carles Francino, Leo Bassi…

El filme, presentado ayer en el Festival de Málaga, dibuja a un hombre adicto al trabajo, que no para de escribir, pintar y darle vueltas a la cabeza hasta en su propia casa. También revela el ego del comunicador más popular de este país, capaz de dedicar a su (ensalzada) figura una película que llegará a las salas el 11 de abril.

– Corbacho dice en el documental que su ego es del tamaño del Camp Nou.
– Eso es una “corbachada”. Los artistas siempre trabajamos con el ego, hay grandes tesis sobre ello y yo me he leído algunas. Necesitamos el ego bueno, usarlo de manera no nociva. Porque cuando sales al escenario o armas un proyecto tuyo es evidente que estás trabajando con el ego. Después tienes que aprender a meterlo en un cajón y ser Andreu. Ahí ando, por las noches me creo el más gracioso del mundo porque soy necesario para tirar adelante, y al mismo tiempo trato de llevar una vida normal. No siempre lo consigo.

– ¿No le da pudor mostrar su intimidad? Aparece en su casa, jugando con su niña… Vemos hasta su dormitorio.
– Hice la mili en este aspecto cuando grabé un par de programas muy buenos para Canal Plus y la TV3 donde ya abrí compuertas. Le tomé la temperatura a esta exposición. En “El culo del mundo” tenía que dejar entrar a la gente hasta la cocina emocional o si no no tenía sentido. Es una crónica personal de un tiempo jodido, una búsqueda y una introspección. No podía enseñar solo la patita, así que me armé de valor.

– En unas entrevistas dice que su país es la risa y en otras que su patria es Reus. ¿No es Cataluña? ¿O España? Aclárese.
– Ando un poco despatriado, no dejan de ser salidas poéticas. Este documental es una canción de amor a la comedia, que es mi profesión y me lo ha dado todo. La comedia es el país común para todos, por eso arranco viajando a 15.000 kilómetros de aquí, a Argentina, donde hay un tipo que se identifica conmigo. Esto no va a solucionar la lucha identitaria catalana y española, pero ofrece un ángulo diferente. El otro día vi una pintada: “Todo el mundo ríe en el mismo idioma”. Y me dio mucha lástima no poder incluirla ya en “El culo del mundo”. En esta lucha de contrastes, con tanta mala leche, ayuda a la distensión decir que para reír juntos no hace falta que estemos de acuerdo políticamente. Yo vivo ahí, en la comedia, y vivo muy bien. Hay un felicidad implícita alucinante.

– Usted es el catalán más popular de España. ¿Siente responsabilidad ahora que el nombre de Cataluña está todo el día en los medios?
– Tengo una vivencia personal muy bonita y transversal, la de la aceptación de mi persona en toda España. Nunca he tenido ningún problema. En Madrid me siento muy querido, aunque haya gente a la que le pueda chocar. Yo no creo jurisprudencia por mí mismo, pero merece la pena recordar que si vas por la vida con naturalidad, si reivindicas tus orígenes, tu catalanidad, pero estás generosamente al servicio de un público, las cosas son un poquito más fáciles. Yo estoy para demostrarlo a disposición de quien quiera, siempre que no tenga intereses políticos maquiavélicos. Los catalanes no nos comemos a nadie, podemos hablar otro idioma, trabajar donde sea y recordar nuestros orígenes. Pero, repito, no soy muy consciente de ello, yo voy a lo mío.

– Ahora que arrasa “8 apellidos vascos”, ¿Cataluña tiene un humor propio?
– Cada región territorial tiene unos toques. Donde naces, tu lenguaje, tus referentes, marcan un estilo. Algunos salimos de esa localización e intentamos llegar a más públicos. No sé si puede establecerse una categoría suprema de humor catalán o humor vasco. Yo me identifico mucho con el humor de tu tierra, tengo grandes amigos allí. Tenéis un estilo, una cadencia…

– El filme demuestra que es un enfermo del trabajo. ¿Cuando uno es padre no se cura de eso?
– No me ha dado tiempo todavía, la niña tiene un año. Estoy en proceso de curación. A veces le digo a Silvia que veo lo que dice en el documental y yo quedo retratado un poco exagerado. Me he dedicado a esto toda mi vida, desde los 17 años. Tuve la suerte de entrar en este mundo y me absorbió. Desde que tengo uso de razón me levanto y voy a la radio o a la tele a contar mis tonterías. Esa es mi vida. He podido rodar esta peli porque se rompe esa vida y se abre un paréntesis inquietante. ¿Y ahora qué hago? ¿Dónde voy a contarlo? Y me dicen “eres un enfermo”… Me gusta más considerarme un apasionado, alguien incompleto si no cuenta sus cosas. La niña ha entrado para dejarme sin tiempo, por eso estoy aprendiendo a cortar, a diferenciar trabajo y vida familiar, que me encanta. Soy de los que cuando van al trabajo, ahora que está todo el mundo permanentemente conectado, apago el móvil y estoy siete horas fabricando comedia.

– ¿Y dónde ha dejado a su niña?
– Está fantásticamente con su tía. Tengo la suerte de estar muy bien rodeado. Lo que pasa es que ahora empieza lo de echarla de menos.

– ¿De verdad vale la pena sufrir para hacer reír a la gente?
– Sin querer buscar la lástima, el documental captura una época muy embarrada de este país, donde no avanza la maquinaria. Muchos se identificarán, porque están igual: intentan levantar un negocio, no les dan crédito… Había días en que pensaba dedicarme a otra cosa, pero me duraba muy poquito. Hay una pulsación que me dice que la comedia es lo mío y que hay que tirar hacia adelante. Esta ha sido la mejor-peor época de mi vida.

– Lenny Bruce decía que él no era un cómico: “El mundo está enfermo, y yo soy el médico”. ¿Se ha sentido alguna vez así?
– Solo cuando paro y hablo con gente noto la repercusión de mi trabajo, cuando estás en el ajo no te das cuenta. Mira lo de Concha Velasco (la actriz cuenta en el filme que la noche en que iba a suicidarse con pastillas en un hotel, encendió la tele con el programa de Buenafuente, empezó a reírse y depuso su actitud). Es flipante. Aquella noche… Se lo digo a ella: me viene grande. Ahí se demuestra el poder casi curativo de la comedia, incluso para los que la hacemos. Un día malo te lo arregla una actuación. Es como una droga, mágico.

– ¿Le gusta la tele que ve?
– Veo poca, porque o la estoy haciendo o estoy durmiendo. La que veo a veces no me interesa mucho. Soy un consumidor atípico, porque el consumidor habitual la ve un promedio de cuatro horas al día. Yo no puedo. Me interesan cosas puntuales.

– ¿Puede tomarse un café en un bar?
– Es complicado. Hay una especie de sobreexposición por parte de la gente, todo el mundo tiene un móvil. Nos ponen difícil la normalidad que todos buscamos. Yo siempre lo llevé bien, pero hay días… Estoy en una cruzada simpática y pedagógica. Cuando a veces me piden una foto, les pregunto: ¿para qué la quieres? ¿No sería mejor que habláramos, que me dijeras buenos días? Pido un poquito de educación y normalidad. Aunque entiendo esa cacería.

– ¿Cómo le convenzo para trabajar en El Terrat?
– Con tu pasión y tu idea. Si te crees una idea ya me merece todo el respeto. Siempre le digo a mi equipo que hay verlo todo y contestar a todo el mundo. Si tu idea es buena intentaré que prospere, aunque también te contaré cómo está el panorama televisivo.

Por Oskar Belategui

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