AITOR MERINO ACTOR Y DIRECTOR
Es la primera película que agotó las entradas en el Zinemaldia. ‘Asier eta biok’ cuenta la amistad de su director con un etarra.
La película que antes agotó las entradas en el Zinemaldia es un documental hecho con dinero recolectado en Internet y protagonizado por un actor que tuvo su momento de gloria hace años. Aitor Merino creció en Barañain, Pamplona, en el seno de una familia abertzale y de izquierdas «pero siempre contraria a la violencia de ETA». A los 16 años se fue a buscarse la vida como actor a Madrid y triunfó con “Historias del Kronen”. Pero nunca olvidó a su amigo de la ikastola. Incluso cuando este acabó militando en ETA y pasó ocho años en prisión.
Merino concibió “Asier eta Biok” con el propósito de explicarles a sus colegas actores en Madrid cómo su mejor amigo es un etarra. Condenado por pertenecer al aparato de información de la organización, Asier Aranguren no se arrepiente de nada y vive en Pamplona después de cumplir su condena en cárceles francesas. Merino reconoce la ingenuidad y sinceridad de su película, que hoy se estrena en la sección Zinemira de San Sebastián. No le asustan las repercusiones en su carrera de un filme que habla, en definitiva, de heridas abiertas en Euskadi. «Quiero pensar que las puertas que se me cierren son las que nunca tendría que haber cruzado».
– ¿Se puede ser amigo de alguien que ha cometido algo moralmente inaceptable?
– Una gran pregunta. Para muchas personas podrá ser moralmente reprobable, y yo lo entiendo. Pero para mí va más allá de lo racional. El afecto, cuando se acompaña de respeto recíproco, está por encima de las diferencias. Supera a mi razón. No todo vale en la amistad, pero es que Asier ha sido tan buen amigo mío… Nos conocemos desde los doce años, desde la ikastola.
– Le hubiera salido una película muy distinta si Aranguren mostrara arrepentimiento, cosa que no hace. Al revés, se muestra más firme en sus convicciones que nunca.
– Eso hace que la película sea aún más difícil y me pone a mí en una situación moralmente más compleja. En lugar de eludirlo lo he integrado en la historia. Asier no reniega de su militancia, sus creencias son firmes. Pero me gustaría dejar claro que no es insensible al dolor ajeno. Y está dispuesto a escuchar otros planteamientos, nosotros siempre hemos discutido muchísimo. Habiendo pertenecido a ETA, asume como propios todos los actos que ETA ha cometido.
– En el filme no cuenta qué hizo dentro de la banda. ¿En la vida real tampoco le ha confesado si empuñó un arma?
– Incluso en eso es consecuente. Para él, haber hecho o no algo es lo mismo. Por propia lealtad a sus compañeros, no quiere ponerse en un lugar distinto a quienes sí han hecho algo. Prefiere ser visto como un monstruo a los ojos de los demás o de mí mismo antes de no aceptar su propia responsabilidad por haber militado en ETA.
– Pero usted en su fuero interno, ¿qué cree?
– Yo creo que jamás empuñó una pistola, no le veo capaz. Pero, para él, ese no es un argumento válido. Dice que me lo contará cuando acabe todo esto, supongo que se refiere a cuando el conflicto sea historia.
– Usted asegura que en “Asier eta biok” no encuentra «a la persona que tanto quiero».
– Cuando empezamos a rodar yo tenía la idea de una película más convencional que mostrara que Asier es una persona normal, como cualquier otra. Después fui asumiendo que, siendo de ETA, hay un estigma que no podíamos eludir, sino que debíamos ahondar en ello. Escogí entrar en unos terrenos incómodos y el retrato final no es complaciente. Si me hubiera limitado a mostrar por qué le quiero tanto, detalles cotidianos de nuestra amistad, hubiésemos mostrado una cara mucho más amable.
– ¿Buscaba humanizarle?
– No. Doy por hecho que es humano, con sus contradicciones, más allá de su militancia. No quería ensalzar su figura humana y mucho menos de justificarle. Tenemos que conocer al otro, tratar de comprenderle, y eso no implica en absoluto justificarle. Hay un componente de frustración, porque cuando vemos la televisión tendemos a creer que conocemos a los personajes que aparecen. A cualquier político, sin ir más lejos, sea del signo que sea. Y en realidad no nos damos cuenta de que juzgamos lo que representa, no conocemos a la persona. Y teniendo en cuenta lo que representa Asier… Ese amigo al que tanto quiero no está reflejado en la película.
– El espectador y usted mismo salen del filme con más dudas que certezas.
– Ésa ha sido mi intención. Si tuviera certezas no habría hecho esta película. No quiero siquiera sugerir una conclusión cerrada, solo compartir nuestras dudas para que el espectador se haga preguntas y saque sus conclusiones. “Asier eta biok” transita en la duda, en el propio conflicto que me genera que Asier haya sido militante de ETA.
– Cuando rueda el recibimiento en las calles de Pamplona al salir de la cárcel, con la parafernalia habitual, siente rechazo.
– Toda la liturgia patriotera me causa repelús, me da igual la bandera en Colón que el recibimiento a Asier. Yo me crié con eso, entonces estaba en mi ambiente, en mi salsa. Pero de pronto me sentí como un turista. Al estar con la cámara no era partícipe, sino observador. Y me di cuenta de que todos los años que llevo en Madrid me han hecho ver el conflicto de forma distinta. Me sentí como un pez de agua salada en un río. Desubicado. Raro.
– Reconoce en el propio documental que fracasa a la hora de provocar empatía hacia el protagonista.
– Mi intención al principio era mostrar a mis amigos de Madrid quién era este amigo del que tanto les había hablado y cuya sola mención provocaba incomodidad. Conforme avanza la película me doy cuenta de que yo actúo como filtro entre ambos mundos, sin estar del todo en ninguno de ellos. Y supe que mi propia mirada respecto a la militancia de Asier había cambiado. Mis amigos de Madrid y el público pasaron a un segundo plano y el foco cambió hacia lo que yo sentía respecto a esos terrores latentes.
– ¿Y qué le dicen sus amigos de Madrid después de verla?
– El éxito es que se generó un debate que iba más allá de mi propia experiencia. Quizá han entendido un poquito más sobre el conflicto, porque yo lo llamo conflicto, aunque sé que llamarlo así ya implica un posicionamiento. Debatimos sobre la amistad y sobre la situación política. Les gustó mucho, aunque a algún amigo a quien quiero muchísimo le sorprendió ingratamente mi relación con Asier.
– ¿No cree que su amigo ha tirado su vida por la borda?
– Él no tiene esa sensación. Y yo tampoco. Ahora hace una vida normal y ha estado trabajando para la coordinadora de presos. Asier ha pagado el precio altísimo de una decisión que tomó de manera consciente.
– ¿Se sigue sintiendo entre dos aguas? ¿Disfrutando del triunfo de la Roja en Madrid y hablando del conflicto?
– Les ocurre a muchos, y creo que es sano. El posicionamiento siempre ha sido: o conmigo o contra mí. Como si no hubiera estadios intermedios con sentimientos contradictorios. Yo soy un vasco madrileño, he pasado más de la mitad de mi vida en Madrid. Todas las vivencias que he tenido como vasco no las olvido. En ambos mundos y en ninguno.
– ¿No teme que esta película perjudique su carrera como actor? ¿Qué le ha dicho su representante (Katrina Bayonas, la misma de Penélope Cruz)?
– Mi representante me conoce desde niño y me ha respetado. Es posible que me cierre algunas puertas, pero me abrirá otras. Quiero pensar que las puertas que se me cierren son las que nunca tendría que haber cruzado.
– ¿Ha pecado de inocencia? ¿De exceso de sinceridad?
– Creo que eso no es malo. Hay un componente de ingenuidad que forma parte de mi personalidad. Contar esto era una necesidad que yo sentía. Incluso desde posiciones ideológicas muy contrarias a la mía no podrán negar mi sinceridad. Hablo de una vivencia que podrá desagradar, pero es la que es. Quería demostrar a mis amigos de Madrid que ellos solo han visto una visión parcial del conflicto. Ayudarles a entender que hay una parte importante de la población vasca que no ha sido bien tratada, aunque eso, por supuesto, no justifica lo que ha hecho ETA. La violencia ha sido un síntoma de un problema político todavía no resuelto. Y en Madrid cuesta entender eso. Ojalá no me hubiera tocado tener que vivirlo.
El sincero y frustrado intento de humanizar a un fanático
La voluntad conciliadora de Aitor Merino choca en “Asier eta biok” con el discurso cerril de su amigo de la infancia, que no se arrepiente de su pertenencia a ETA.
“Asier eta biok”, por fortuna, carece del tono doctrinario y panfletario de otro documental sobre la historia reciente de Euskadi, “La pelota vasca”. Sin embargo, Aitor Merino comparte con Julio Medem cierto acercamiento “naif” a la cuestión vasca y, como todo aquel que se ha ido a vivir fuera desde hace años, conserva una imagen idealizada del país. ¿Cómo hacer entender a sus compañeros de profesión en Madrid que su mejor amigo desde crío es un etarra? Ahí está el planteamiento casi suicida de un filme abordado desde la sinceridad que, como su propio director y protagonista admite en las escenas finales, naufraga en su propósito: difícil sentir empatía por un iluminado que, lejos de mostrar arrepentimiento, se reafirma en sus convicciones con fanatismo.
Las primeras imágenes de este documental grabado con medios caseros arrancan mal. Asier Aranguren talla en una roca en mitad del monte un lauburu y una lápida en homenaje a su padre muerto, miembro del consejo de administración de “Egin” y encarcelado en el proceso 18/98. La épica de la montaña en la bucólica Euskadi, tan querida por el imaginario abertzale, parece apoderarse del relato, aunque Merino adopta pronto un tono entre jocoso y nostálgico para explicar quiénes son esos dos amigos que se zampan un bocata entre la niebla. La acción, aclara con afán didáctico, arranca en «un pequeño país dentro de dos Estados». En concreto, en un barrio periférico de Pamplona.
Allí crecieron Aitor y Asier, que en 1984 hacían pira de clase para fumarse un cigarrito mientras soñaban con un destino que les depararía vidas bien diferentes. «Por un lado estaba ETA, que aquel año mató a 41 personas; por otro los GAL», describe el director, que salta de Lasa y Zabala a la música de Kortatu. Se echan de menos imágenes de ese reguero continuo de víctimas en los años de plomo. Aitor soñaba con ser actor y lucía pelo platino y actitud “afterpunk” en la conservadora Pamplona. Solo era cuestión de tiempo que, a los 16 años, diera el salto a Madrid, donde se labró un hueco en la profesión: “Historias del Kronen” permanece como su filme más relevante.
«En Madrid nunca me sentí en el corazón del enemigo, era libre», aclara Merino, que muestra brevemente en pantalla a sus amigos actores -Juan Diego Botto, Willy Toledo, Pilar Castro- humorísticamente hartos de su afán por hacerles entender lo que pasaba en Euskadi. «Defender el derecho de nuestro pueblo a decidir era visto como una afrenta en Madrid, solo encontraba incomprensión». Mientras, Asier purgaba su lucha antimilitarista como insumiso con año y medio de prisión. A su salida de la cárcel, ingresó en ETA. «Yo no defendía la lucha armada como inevitable, me parecía éticamente inaceptable», puntualiza el actor.
Merino dormía una noche en casa de su amigo cuando la Policía irrumpió sin miramientos. Las denuncias de malos tratos y el escaso eco que tuvo el suceso en los medios no sirvieron de nada, solo añadieron confusión a la imagen que el actor tenía de la situación en Euskadi. Aranguren lo tenía tan claro que acabó en busca y captura como colaborador del Comando Urbasa. Capturado en Francia en 2003, fue condenado a diez años por pertenecer al aparato de información de ETA, tal como reza en las hemerotecas, no así en el documental. «Los cargos eran falsos, no había colaborado con ningún comando en ningún asesinato», afirma Merino en el filme. «¿Cómo pudo tomar una decisión que a mí me costaba entender?».
Aranguren fue expulsado de Francia en 2010 tras cumplir siete años de condena en una cárcel de París. Merino corrió hasta La Junquera para grabar a escondidas el emocionante reencuentro con sus familiares. «Hemos optado por otra estrategia, que va a ser la buena», tranquiliza el recién liberado a su tía anciana en el hospital, que le desgrana recuerdos de la Guerra Civil. Merino también rueda el recibimiento en Pamplona, con la parafernalia habitual en estos casos: el aurresku a las puertas de la herriko taberna, los “gora ETA” bajo el arrano beltza… El homenajeado se reafirma en sus convicciones ante los suyos: «Ocho años son pocos en la historia de Euskal Herria. Estoy en la calle, pero no estoy libre».
Lo mejor de “Asier eta biok” llega entonces. La incomodidad del director ante «la liturgia patriótica» de la izquierda abertzale en su antiguo barrio le hace sentirse desplazado. Y el filme se erige en la constatación de cómo alguien ha tirado su vida por la borda. Cuando monta por primera vez en un coche tras salir de prisión, Aranguren pregunta por el funcionamiento del “bluetooth”. Sin trabajo, avejentado hasta parecer el padre de Merino y con una madre que no entiende sus convicciones, el protagonista suelta un mítin en las escenas finales de la película, mientras se niega a responder al director si empuñó un arma: «Te diré qué he hecho o dejado de hacer cuando esto termine».
Aitor Merino reconoce ante la cámara su fracaso a la hora de humanizar a su amigo, que recibe abrazos jatorras en las Fiestas de San Fermín. Hasta su madre asiste impotente en la cena de Nochevieja al discurso cerril de quien sigue apelando al pasado y hablando en nombre de un pueblo. Efectivamente, los amigos madrileños de Aitor Merino seguirán sin entender nada.
Reportaje publicado en el Diario EL CORREO el 22 de septiembre de 2013.