En el número del pasado jueves de la revista científica ‘Nature’, Nicholas J. Conard, profesor de Arqueología de la Universidad de Tubinga, publicaba el hallazgo y reconstrucción de una Venus auriñaciense de unos 35.000 años de antigüedad. Los seis fragmentos de marfil que componen la figurilla, de unos 6 centímetros de altura, fueron encontrados en el yacimiento de Hohle Fels, una cueva situada en el suroeste de Alemania. Los trocitos aparecieron entre los días 5 y 8 de septiembre de 2008. Como explica Conard en su artículo, “la importancia del descubrimiento se hizo patente el día 9 de septiembre, cuando apareció la pieza central de la escultura, que representa la mayor parte del torso”. Una vez unidos los fragmentos, se descubrió que la figurilla, que representa a una mujer con senos y vulva desproporcionados, estaba casi completa.
Conard describe que esta nueva Venus prehistórica “cambia radicalmente nuestra visión de los orígenes del arte paleolítico. Antes de este descubrimiento, las imágenes de animales y teriantrópicas dominaban las dos docenas de figurillas conocidas en el Auriñaciense de Suabia. La imaginería femenina era totalmente desconocida. Con este descubrimiento, la extendida noción de que las representaciones femeninas tridimensionales surgieron en el Gravetiense puede ser rebatida”. Conard también señala que la idea de que el arte mueble estuvo dominado durante el Auriñaciense por representaciones chamánicas y de animales agresivos “debe ser reconsiderada”.
Por último, el arqueólogo y director de las excavaciones de Hohle Fels apunta que “aunque hay una larga historia de debates sobre el significado de estas venus paleolíticas, sus atributos sexuales claramente representados sugieren que eran una expresión directa o indirecta de fertilidad”. Conard es prudente al abordar el fascinante pero complicado asunto de la interpretación. ¿Qué sentido pudo tener esta figurilla para su autor y sus… usuarios? Interrogado por la posibilidad de que esta Venus hubiera podido ser objeto de algún tipo de culto o ritual -qué morbo dan siempre estas cosas, ¿verdad?-, Conard respondió “yo no estaba ahí hace 40.000 años, por lo que desconozco su verdadera utilidad”. Desde luego, es una postura muy sensata. En su comentario al artículo de Conard en el mismo número de ‘Nature’, Paul Mellars señala que la figurilla podría ser considerada “casi pornográfica” desde los estándares morales del siglo XXI. A lo mejor ha dado en el clavo sin querer. Existe la posibilidad de que la función de estas estatuillas fuera simplemente la de excitar sexualmente a un señor o señores prehistóricos. ¿Por qué se intentan sacralizar siempre estas estatuillas y se les quiere dar un sentido ritual, de culto, mágico y religioso? Quizá los “estándares” que menciona Mellars son en realidad prejuicios morales de prehistoriadores del siglo XIX.