Cada vez que hablamos de la explosión punk de hace cuarenta años, tendemos a abrir la caja de los tópicos y reutilizar las mismas ideas: la ruptura abrupta con el pasado, por ejemplo, y también el hazlo tú mismo, la ineptitud técnica y la nueva libertad que estas nociones traían consigo. Pero, en realidad, esos rasgos definitorios no acaban de ajustarse a los mascarones de proa del movimiento: uno coge a los Sex Pistols y se encuentra con canciones que, lejos de masacrar toda tradición, trataban de recuperar la vieja energía del rock and roll (incluso, ay, con versiones de clásicos) y que quizá no constituyan ejercicios de virtuosismo, pero tampoco sirven precisamente como cartilla de párvulos del instrumentista. Para colmo, fueron editadas por discográficas establecidas y se ceñían siempre a unos parámetros muy definidos, estimulantes pero en absoluto imprevisibles.
Habrá que concluir que, si lo valioso del punk eran esos cuatro conceptos liberadores, deberíamos buscar su aplicación práctica en otra parte. Y tal vez el lugar más indicado, por improbable que pueda parecer, sea Suiza: pocas bandas encajan tanto en las descripciones del espíritu punk como Kleenex, el grupo surgido en Zúrich en 1978. En cinco años de carrera, les dio tiempo para rebautizarse (una demanda de los fabricantes de pañuelos les obligó a mutar en LiLiPUT) y para cambiar incontables veces de formación: fueron trío, cuarteto y quinteto, casi siempre exclusivamente femenino. Kleenex y LiLiPUT sí que rompían con el pasado, sí que operaban al margen de todo, sí que ignoraban de manera casi absoluta la manera ortodoxa de utilizar un instrumento y sí que sonaban esencialmente libres, insolentes, con un planteamiento formal que invadía a menudo el terreno de lo desconcertante e incluso lo demencial. El estadounidense Greil Marcus, vaca sagrada del periodismo musical y fan fatal de la banda suiza, no ha dudado en dar el paso de vincular su estilo y su sexo: «Lo que producían eran ruidos absolutamente femeninos que a los machos les habría dado vergüenza hacer en aquella época y probablemente también les daría vergüenza hacer ahora: ‘iiiiiii’, ‘uuuuu’, un pulverizador ‘wuwuwuwu’». Son tesis siempre delicadas, pero es cierto que bandas como The Slits, The Raincoats, X-Ray Spex o Essential Logic, todas ellas femeninas o encabezadas por mujeres, estuvieron entre lo más auténticamente punk del punk.
Los orígenes de Kleenex son un puro dedo levantado ante lo convencional. Al principio, el grupo solo tenía cuatro canciones, que constituían otros tantos atentados contra el gusto establecido, pero esa escasez de repertorio no les impedía ofrecer conciertos de hasta cuatro horas, en los que los cuatro temas de dos o tres acordes se repetían una y otra vez para deleite de un entregado público de amiguetes. Un día, el guitarrista (un chico) se hartó y dejó colgadas a sus compañeras en mitad de actuación, así que se subió al escenario una espectadora que tocaba en otro grupo y que, a fuerza de repetición, se había aprendido las canciones. Así surgió la primera formación clásica de Kleenex. «Era todo tan divertido que pensamos que a lo mejor deberíamos componer una quinta canción», relató en una entrevista aquella guitarrista espontánea, Marlene Marder, que junto a la bajista Klaudia Schiff se convirtió en la única componente fija de la banda. «Durante un año tocamos sin afinar la batería, la guitarra ni el bajo», ha admitido.
Kleenex y LiLiPUT fueron una conjunción afortunada de anarquía, amateurismo y creatividad. Sus canciones siguen senderos propios, basados habitualmente en la repetición, con ritmos que se entrecortan y aceleran según una lógica propia. Las voces se desgañitan, estallan en onomatopeyas, gritan versos en inglés anómalo (las principales compositoras prácticamente no conocían el idioma) o en alemán de Suiza. Hay silbidos, hay saxofón, hay violín, hay incluso un silbato antiviolacion con el que acompañan su canción sobre el autostop. En todo momento queda claro que se lo pasaban muy bien y que su ambición era nula, pero aquel primer sencillo que les editaron unos amigos llegó a John Peel, la estrella de la radio musical británica, que se prendó del grupo y lo programó con su habitual desmesura. Los responsables de Rough Trade sintonizaron también con la propuesta y ficharon a las chicas, que de pronto se vieron girando por el Reino Unido. Y el pope Marcus hizo sus deberes de crítico cultural y vinculó su gozoso caos con el dadaísmo de sesenta años antes, que también había nacido en Zúrich, aunque las primeras sorprendidas por aquella asociación fueron las artistas: «Sabía que había ocurrido en Zúrich, pero nunca se me ocurrió que LiLiPUT tuviese que ver con ello. Al final, me imagino que sí existirá una conexión, porque lo he leído en muchos libros, ja, ja…», se burlaba Marlene Marder, que falleció el año pasado.
La banda suiza solo editó dos álbumes, ya como LiLiPUT, y un puñado de sencillos, pero su huella fue mayor de lo que esa exigua discografía permite suponer. Se ha vuelto casi obligatorio mencionar que Kurt Cobain incluyó a Kleenex/LiLiPUT en su famosa lista de cincuenta discos favoritos, aunque las herederas más directas de nuestras protagonistas fueron las riot grrrls de los 90. Kill Rock Stars, el sello más representativo de aquel movimiento feminista y contestatario, reeditó en el año 2000 todo el material oficial de las suizas y las reconoció como «ancestros» de Bikini Kill y compañía. A finales de 2016, la discográfica estadounidense ha reincidido en el homenaje y ha lanzado First Songs, un doble elepé que repasa de manera exhaustiva todo el material previo a sus dos álbumes, incluidos varios temas inéditos. Todo suena igual de fresco que el primer día.
(publicado originalmente en Musi-K)