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Canción de la semana: 'A Seat Amongst God And His Children'

Dice la tradición que el violonchelo es el instrumento que más se parece a la voz humana. Ya me gustaría ver la reacción general si su sonido saliese de la boca de alguien, pero es cierto que su expresividad parece remitir de manera particularmente directa a nuestras propias emociones, hasta el punto de que lo personalizamos con cierta facilidad: a veces da la impresión de que el propio chelo se entristece o se encoleriza, como un ser animado de carácter inestable y propenso al extremismo. En nuestra canción de la semana, que de canción no tiene mucho, el amigo chelo pasa por estados de humor bien dispares: al principio está más bien melancólico, evocador, meditabundo, con esa tendencia suya a coquetear con el silencio, pero a eso de los dos minutos se pone terrible, arremete contra todo y da un poco de miedo.

Detrás de Un asiento entre Dios y sus hijos se encuentra Alder & Ash, un proyecto traducible por Aliso y Fresno (dos maderas utilizadas en la fabricación de instrumentos de cuerda, imagino que también de violonchelos) que sirve de máscara artística al esquivo quebequés Adrian Copeland. El hombre, que según veo por ahí también es chef vegano, lo mismo toca a Bach que se lía con su pedal de loops y crea estas acongojantes y absorbentes expediciones sonoras, reunidas en dos álbumes: el recién estrenado se titula Clutched In The Maw Of The World y busca «purgar demonios con una paleta sonora destructiva y perturbadora», alejada de la relamida belleza de tantas composiciones neoclásicas para chelo. El propio artista reconoce su propósito de tirar anzuelos hacia escenas como el noise, el doom o el black metal, una vocación hacia la brutalidad ecuménica que aplaudimos desde aquí.

Ah, todo lo que suena es chelo.

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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