Dice una amiga que, de un tiempo a esta parte, parezco un obituario andante. Y tiene razón, pero me temo que es el signo de los tiempos, esa ley de vida que algunos ilusos se habían empeñado en atribuir exclusivamente al año 2016: los músicos de los 60 y los 70 están viejitos, incluso más viejitos de lo que les corresponde por edad, y muchos nos van dejando. En los últimos días he lamentado especialmente la pérdida de dos baterías que se merecen una entrada en el blog, aunque sea compartida: de paso, tengo excusa para volver a colgar dos de mis canciones favoritas de todos los tiempos.
El primero es Mike Kellie, que está en mi santoral particular como batería de The Only Ones, pero en realidad era el más músico de la banda británica y tenía en su currículum a Spooky Tooth y sesiones con gente como George Harrison, Peter Frampton o Traffic. De su solvencia con el instrumento da cuenta una anécdota que se ha rescatado a raíz de su fallecimiento: durante la grabación de Another Girl, Another Planet, el gran clásico de los Only Ones, el productor se dio cuenta de que la batería no estaba bien separada por canales, de manera que no podía tratarla como deseaba, pero tampoco podía eliminarla sin dañar el conjunto de la canción. Así que Mike Kellie se prestó a grabar otra batería encima, exactamente igual que la anterior, aunque habían transcurrido seis meses desde aquella sesión. Y el tío la clavó, de principio a fin, de modo que aquí estamos escuchando dos baterías superpuestas.
Y ayer mismo murió, con 78 años, el influyentísimo e inconfundible Jaki Liebezeit (en la foto de arriba), batería de la banda alemana Can. Junto a Klaus Dinger, fue uno de los apóstoles de los llamados ritmos motóricos, que impulsaban hacia el infinito y más allá a buena parte del krautrock de los 70: es una percusión propulsiva, repetitiva, entre lo humano y lo maquinal, que de alguna manera se adueña del cerebro y elimina toda necesidad de variaciones. Para que no se diga, también hay anecdotilla de Liebezeit: cuenta David Stubbs, autor de un estudio sobre el rock progresivo alemán, que un músico estaba harto de escuchar desde su local de ensayo un ritmo que se prolongaba sin variaciones. «Estuvo sonando horas y horas, como si alguien se hubiese dejado una caja de ritmos encendida», relata Stubbs. Subieron a investigar y, claro, se encontraron a Jaki Liebezeit practicando, como un cyborg indiferente a los parámetros temporales de otros músicos. Sé que Can, unos de los grandes innovadores de la historia del rock, tienen muchas canciones buenísimas, pero yo siempre vuelvo a la inagotable Mother Sky. Es droga de la mejor.