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El bajista de las tres manos izquierdas

 

 

No resulta muy fácil vender un libro como Playing The Bass With Three Left Hands. A ver cuántos son los listos capaces de situar a su autor, Will Carruthers, en la historia del rock: ¿veo alguna mano levantada por ahí? Y lo peor es que, una vez que te aclaran de quién se trata, tampoco es que surja un interés acuciante por conocer sus recuerdos: Carruthers es un tipo que tocó el bajo durante año y medio en Spacemen 3, el grupo británico de los 80 especializado en una especie de psicodelia minimalista y letárgica, y después también estuvo algo más de un año en Spiritualized, la secuela más popular de los hombres espaciales. Carrerón, ¿verdad? Yo me considero relativamente fan de Spacemen 3, pero es una banda tan marcada por sus dos líderes que, lo reconozco, nunca he llegado a poner nombre ni cara a sus escuderos.

Y el caso es que el libro me ha gustado un montón, como historia de un tipo inadaptado que se ve de pronto en medio de una banda de inadaptados. Spacemen 3 (maestros en el difícil arte de repetir una sola nota más allá de toda resistencia lógica) son un grupo vinculado de manera indisociable y casi obsesiva a las drogas: su famoso eslogan venía a significar «tomando drogas para hacer música con la que tomar drogas», que en inglés queda aún más viciosamente circular, y un colega les aportó una versión alternativa, que decía «tomando drogas para que otros no tengan que tomarlas». La dieta química de la banda protagoniza buena parte del libro: al principio pensé que lo de tocar el bajo con tres manos izquierdas sería una metáfora para la falta de pericia, pero se refiere a que, en alguna actuación bajo los efectos del LSD, Carruthers realmente se veía tres manos izquierdas. En esos casos, según recomienda con aplomo de experto, la auténtica suele ser la que queda en medio. Hay más anécdotas descacharrantes: en uno de sus conciertos más celebrados, editado en disco como Dreamweapon: An Evening Of Contemporary Sitar Music, el intoxicado bajista se dio cuenta al terminar de que había tenido el ampli apagado durante toda la actuación. Pero tampoco faltan pasajes de escalofrío, como el debut del autor con la heroína nada más incorporarse a Spacemen 3.

El libro descubre una cara del negocio que no suele llegar al papel: el lado cutre de tocar en una banda influyentísima, mitiquísima, admiradísima por los críticos, pero que en realidad ganaba cuatro duros. Hay un momento de impacto tragicómico, cuando, tras dar en Londres uno de los últimos conciertos de Spacemen 3, pasan un rato confraternizando con ilustres como los Butthole Surfers y, después, vuelven a Rugby en furgoneta y a Will lo dejan en su domicilio, que es la casa de su madre, donde se echa a dormir en su cama de la infancia.

Y ahora… The time is right to start thinking about a little… revolution!

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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