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Muere Alan Vega

 

La primera vez que uno escucha la música de Suicide, siempre se queda sorprendido, descolocado ante un sonido que escapa a todos los parámetros convencionales, pero esa sensación de asombro se multiplica cuando uno coteja su estilo singular con las fechas de su biografía: Alan Vega y Martin Rev ya estaban trasteando con lo suyo en la primera mitad de los 70, como una entidad anómala surgida a mitad de camino entre la escena neoyorquina del rock y la del arte contemporáneo. Se suele decir que Suicide se anticiparon al punk y al techno, que ya es anticiparse, pero en realidad son de esos antecesores que llevaron las cosas más lejos que la inmensa mayoría de sus supuestos herederos, con una combinación de genio y desfachatez que pocas veces se da en tal medida. Lo dice la familia de Vega en el comunicado que ha anunciado su fallecimiento con 78 años, difundido a través de la web del colega Henry Rollins: “Una de las características principales de Alan Vega era su adhesión inquebrantable a los requerimientos de su arte. Solo hacía lo que quería. Diciéndolo de manera sencilla, vivía para crear”.

La influencia de Suicide llega a muchos rincones, desde roqueros auténticos como Bruce Springsteen, un fan declarado que versiona su Dream Baby Dream, hasta modernos de postal como Sigue Sigue Sputnik, que saquearon las bases obsesivas del dúo estadounidense y su idea del rockabilly futurista. Entre un extremo y otro, existen incontables artistas deslumbrados por la estética de Rev y Vega (ay, todos esos teclistas impasibles en segundo plano) y, por supuesto, por su obra, muy particularmente por el primer álbum, que descubrió al mundo el colchón de cacharrería del instrumentista y los hipos e imprecaciones del provocador vocalista encuerado, en una visión deslumbrante de un rock and roll electrónico que llevó a los espectadores más cerriles a arrojarles cuchillos en concierto. Más allá de los cinco álbumes de Suicide, Vega siguió explorando ese universo a través de apreciables discos en solitario y colaboraciones con otros músicos, pero creo que hoy no queda otro remedio que volver a aquel álbum de debut y a una de las canciones más inquietantes de todos los tiempos: Frankie Teardrop, que contiene (gracias, Alan) el mejor grito de toda la historia del rock.

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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